Ruptura

Parte 1

Mi pelo es un asco, más de una vez soñé con arrancarme todo desde el cuero cabelludo. ¿Será verdad que si te lo rapas, vuelve a crecer completamente nuevo? Si tuviera el coraje, pondría a prueba esa teoría

“Serás hermosa aunque te lo rapes” solía decirme papá. “Parecerás un varón” me decía mi hermano. “Es probable que no encuentres novio” explicaba mamá y terminaba por convencerme.

El listón está demasiado ajustado, si luego un pelo se suelta es porque el diablo crece dentro de cada hebra. Tampoco es que el listón haga magia, sólo es un trozo de tela sedosa de color púrpura como los bordes del uniforme que nos dan en la galería de Arte para la cual trabajo.

En Los Ángeles no hay muchas galerías de Arte propiamente dichas, sino que es una ciudad que opta más bien por lo moderno: intervenciones urbanísticas. Se suele dar más valor a un mural de grafitis que un cuadro pintado al óleo. No digo que las pintadas callejeras sean menos apreciadas que una pintura al óleo sino que son dos puntos distintos que luchan por ganar terreno.

Me termino de acomodar el cabello en una cola alta gracias al listón púrpura y dejo unos mechones rubios caerme en el flequillo. Me aliso la camisa blanca y la falda. Yo creo que en esta galería les gusta el estilo de las colegialas a juzgar por el uniforme, pero esto no es más suposición mía, sólo nos falta un par de calcetas altas y mocasines negros. Usamos zapatos de charol, lo cual está demasiado cerca.

Es 1 de noviembre, día de los muertos. Desde lo gubernamental nos han solicitado que hagamos recorridos de necroturismo este año con algunos cementerios bonitos. Cuando elegí estudiar Arte no fue precisamente con el objetivo de dar tours para evaluar la calidad artística de las lápidas funerarias o las estatuas de ángeles que hay per cápita en el país.

Rara vez se consigue un trabajo en lo que uno va a dedicarse, antes de terminar los estudios. Tengo veintiuno y me faltan pocas materias para terminar el profesorado de Artes lo cual es bastante bueno para mi edad.

—Te vas a planchar las tetas si te sigues alisando la ropa—me señala Abby, mi compañera de trabajo en los recorridos previstos para el día de hoy.

—¿Crees que es demasiado?—le pregunto. Su uniforme es idéntico al mío sólo que ella es de esas personas que en lugar de planchar la ropa dicen que con colgarlas bien luego de retirarlas de la lavadora, es suficiente.

—Creo que eres la chica más obsesiva que he conocido en la vida.—Frunzo el entrecejo y se dirige hasta la entrada a los vestidores con los que contamos en los depósitos de la galería—. Vamos, Anna. Los invitados de lujo de hoy ya llegaron.

Ese es otro punto.

Si bien las visitas guiadas por la galería tienen un costo mínimo, el Arte suele ser algo reservado para la clase social alta y escuelas. Soy una convencida de que el Arte es algo popular ya que cada uno hace su esfuerzo de embellecer su mundo y el mundo que tenía Da Vinci no es el mismo que hoy tienen los cantantes de hip hop o el que tendrá el siguiente Picasso de un siglo próximo.

En algunos casos, son obras que se exponen entre cuatro paredes con el aire acondicionado a tope mientras que en otro, son superposición de superposición de aerosol en un paredón contra el cual andan los skaters.

—Abby—llamo a mi amiga. Tiene unos años más que yo y hace tiempo se recibió pero parece de mi edad con ese uniforme. Ella se vuelve pero no detiene su caminar mientras ando tras ella—. ¿Te acuerdas de todos los alcaldes que están en el cementerio municipal?

Me produce escalofríos hacerme la idea de que “están” involucra “bajo tierra” o “en sus cómodos ataúdes bañados en oro”.

—No—se encoge de hombros—. Pero todo lo que tienes que hacer es leer la lápida e inventarte una historia sobre la persona que esté ahí metida. Hay más de dos mil cadáveres…

—Personas. Dos mil personas.

—Como digas. Ya fallecieron.

Suspiro y ando tras ella.

El cementerio municipal es con quien tiene convenio la galería para ofrecer los recorridos de necroturismo puesto que está más o menos cerca y cuenta con esculturas majestuosas.

Es bellísimo, aunque también se trata de la primera vez que me toca darle un recorrido a otras personas. Y antes de este día, sólo he ido una vez a dicho cementerio: para que me expliquen por dónde debo llevar a los turistas y comentar el valor histórico y cultural de cada mausoleo o lápida. Fabuloso.

El contingente de personas ya está aquí. Son pocos, lo cual me sorprende. Se trata de cuatro mastodontes trajeados y con auriculares negros inalámbricos, una mujer rubia de unos cincuenta años y un chico rubio más o menos de mi edad quien viste una cazadora de cuero sintético color marrón oscuro, tiene el pelo revuelto hacia atrás, pantalones de gabardina de color azul oscuro, casi negro y una camisa de jean. Sus ojos son claros y tiene tres o cuatro lunares en su mejilla derecha.

De refilón me impresiona un rostro familiar.

—Buenos días—saluda mi compañera con su fingida cortesía—. Es de un gusto enorme recibirlos hoy y un honor para nuestra galería.

Les habla a todos pero los mastodontes no dan atención sino el rubio y la señora.




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