Ruptura

Parte 3

 

El chico es silencioso e incómodo.

Parece demasiado relajado, observa con desinterés lo que hay alrededor y no piensa en los demás.

Me siento un poco tensa y nerviosa. Lo admiro desde que era una niña, lo veía mucho más divertido en televisión pero ahora me impacta demasiado silencioso e indiferente. Si tan poco le interesa este recorrido, ¿para qué vino aquí hoy? Podría estar grabando su vida al estilo reality show desde redes sociales y hacerse aún más famoso.

—De este lado están los mausoleos de la familia Vance, seis generaciones en más de doscientos…

Él mira de reojo donde señalo y continúa.

Quedo hablando sola, roja de la vergüenza.

—¡Hey!—me armo de valor por poder decirle algo. Inclusive me resulta llamativo que sus guardias de seguridad han decidido dejarlo solo, dudo que en circunstancias así me permitieran gritarle a su consentido—. ¿Vas a hacer el recorrido o harás y escucharás lo que te plazca?

Él esboza una media sonrisa, torcida, que le marca unas pequeñas arruguitas en la comisura izquierda.

¡¿Le hace gracia frustrarme?! ¡Se burla de mi trabajo y eso le divierte!

—Bien—me impongo—, andaremos en silencio y te recitaré de memoria cada lugar aunque tú no quieras escuchar.

—¿Por qué recitarías algo de memoria si nadie quiere escucharte decir eso? De cada diez, nueve estarán fingiendo interés.

—Por…Porque—¿sería imprudente darle una bofetada, correr ese riesgo y ser despedida? Piensa Anna, piensa, sólo debes abstenerte. Hay hombres a los que una patada en los huevos les vendría de maravilla pero hay algo que se llama “despido” que podría dejar a una sin el empleo que la sostiene—. ¡Porque es mi trabajo y debo hacerlo!

—Mmm—titubea—. Yo creo que quieres recitar tu verso porque te incomoda el silencio y prefieres hacer ruido a tener que confrontarte con la nada.

Frunzo el entrecejo.

—¿Qué?

—¿Anna, verdad?—pregunta virando el tema y pienso si en algún momento Abby me llamó por mi nombre.

—Para ti, Anastasia. Anna me llaman las personas más cercanas a mí.

—Estamos a menos de dos metros de distancia. ¿No es lo suficientemente cercano, ya?

Quisiera estar a cien metros de distancia de él o que no haya ningún centímetro entre los dos. Es sexy, lindo pero misterioso e irrespetuoso.

Y huele delicioso.

—Perfecto—señala—. Entonces, Anastasia, tú quieres hablar porque sí, para decirme algo. Es evidente.

—No creas que soy demasiado… Ni tú te creas tan…

Él sonríe y su voz se oye cauta, tranquila, impasible, quizá demasiado para tener el poder de decir palabras tan afiladas como cuchillos.

—¿Por qué simplemente no me hablas de ti?

Me pilla completamente por sorpresa.

—Lo siento—me escudo—, pero no podemos hablar de nuestra vida privada o intereses personales con los visitantes de la galería—trato de recordar en qué parte del contrato decía eso y no lo logro, sólo algo de que no se puede tener relaciones sexuales o algo así.

—Yo creo que es un contrato demasiado aburrido, ¿no te parece? Pudiendo hacer contratos mucho más interesantes.

—¿A lo cincuenta sombras de Grey?

—Es una opción. Tú ya eres Anastasia.

Me guiña un ojo y mis mejillas se ponen de color fucsia.

—Ejem…

—Vamos, cuéntame de ti. No diré nada a tus jefes, lo prometo. Sólo tú me podrás escuchar.

Lo miro con extrañeza pero luego de un suspiro, cedo:

—Bien. ¿Qué quieres saber?

Y en cuanto he soltado la última palabra, me arrepiento.

—Pues…muchas cosas, Ann. ¿Ves porno?

Me muerdo la lengua de la sorpresa y hasta me la hago sangrar. Me trago las lágrimas para que no se note.

—No te pongas mal, es parte de la vida.

—Do no, dunca…—Aguardo hasta que el dolor se esfuma apenas y mi lengua puede articular—. No es así… ¿Cómo te atreves? ¿Qué te interesa de eso?

—Vamos. No le diré a tu jefe.

—Pues, yo…—¿cuándo volveré a ver a este chico? Es imposible que vuelva a suceder además ya debe estar acostumbrado a incomodar a cuanta zorra se le cruza encima, quizás eso pueda calentarlas pero no es mi caso—. Alguna vez recibí un vídeo o la foto de un chico sin ropa. Nada más.

Presiono mis mandíbulas con fuerza para no soltar alguna palabra demás.

—¿Recibiste?

—Sí—insisto.

Mentirosa, mentirosa.

—Segunda pregunta—prosigue—. ¿Eres virgen?

Oh, vamos, si aún no le rompo la nariz de un puñetazo es porque soy una persona mucho más educada que lo insoportable que es este idiota. Creía que el imprudente era su hermano pero es evidente no habían más que dos papeles a ser representados y punto.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.