Un resplandor en el bosque,había logrado captar la atención del único habitante que había pisado ese lugar, un brillo antinatural que jamás se había visto en esas tierras malditas.
Aquel hombre con aura atemorizante, mirada feroz, caminaba seguro, inalterable, como si todo a su paso le perteneciera.
Dueño de todo el bosque.
Con el hacha en mano, avanzó entre los árboles, moviéndose con la agilidad de un cazador. Cuando llegó al claro, encontró a una mujer tendida en el suelo, inconsciente, rodeada de runas resplandecientes.
Era extraña. Su cabello brillaba como el fuego, su ropa no era de ningún clan conocido y su rostro, pálido y frío, no tenía las marcas de los dioses.
Rurik frunció el ceño y se arrodilló a su lado, tocando su muñeca para sentir su pulso. Seguía viva.
—Hvat er þetta? (¿Qué es esto?) —murmuró, sin esperar respuesta.
La mujer gimió débilmente y, para su sorpresa, sus párpados temblaron antes de abrirse. Ojos grises y desconcertados lo miraron fijamente.
—¿Quién…? —su voz sonó rasposa, débil.
Rurik entrecerró los ojos. No entendió ni una palabra.
Evie, en cambio, sintió que su cerebro colapsaba. Un hombre de aspecto feroz, con un abrigo de pieles, una barba corta y casi bien cuidada y un hacha en la mano, la miraba con expresión severa.
Ella parpadeó varias veces, tratando de aclarar su visión.
—¿Dónde… estoy?
Silencio.
Rurik la observó con desconfianza y repitió en voz baja
—Hver ert þú? (¿Quién eres?)
Evie se incorporó apenas, sintiendo la nieve pegada a su piel.
—No te entiendo —susurró, intentando sentarse, pero el mundo le daba vueltas.
Rurik gruñó, molesto. No lograba entender lo que la chica de ropas extrañas y cabello brillante decía, era extraño y frustrante a la vez.
Rurik sentía que se estaba intentando burlar de él.
—Hvaða fjandinn…? (¿Qué demonios…?) —masculló, observando las runas brillantes a su alrededor.
Evie sintió su tono grave y autoritario, pero no captó ni una sola palabra.
—Escucha, no sé qué está pasando, pero… —
Rurik chasqueó la lengua, exasperado.
—Þú ert í mínum skógum. Þetta eru mínar landsvæði.(Estás en mi bosque. Estas son mis tierras.) —
Evie solo lo miró en completo desconcierto.
—…¿qué? —
Rurik pasó una mano por su barba, claramente irritado. ¿Cómo podía comunicarse con alguien que fingía que no entendía ni lo más básico?
Bufaba como los animales salvaje más peligrosos qué existían en ese bosque, nada ni nadie se atrevía a acercarse a ese exacto lugar.
No con esa bestia exalando peligro.
Evie aun sin entender las palabras de aquel hombre, trató de levantarse, pero sus piernas temblaron y cayó de rodillas en la nieve. Su cuerpo estaba entumecido por el frío y el cansancio.
—Stattu upp! (¡Levántate!) —ordenó él con voz firme, haciendo un gesto brusco con la mano.
—¡No grites! —replicó Evie, intentando sostenerse en un árbol cercano.
Una mano apoyada en un árbol y la otra sostenía su cabeza.
Rurik soltó un resoplido. Ella tenía espíritu, eso era seguro, pero no duraría mucho en este estado.
Se agachó junto a ella, observándola con atención.
—Þú skilur ekki mig… en þú getur ekki dáið hér. (No me entiendes… pero no puedes morir aquí.) —
Evie se estremeció. No por miedo a él, sino porque el vaho helado que salía de la boca de aquel hombre la hizo darse cuenta de que el frío podría matarla antes de que pudiera averiguar qué estaba pasando.
Antes de que pudiera protestar, Rurik la tomó sin esfuerzo y la cargó sobre su hombro. Evie soltó un grito ahogado,entre el dolor y la sorpresa, golpeando su espalda con los puños.
Evie no entendía el porqué de el dolor en todo su cuerpo solo sabía que con ese mastodonte cargandola en su hombre lo único que conseguía era querer devolver todo lo que había logrado conseguir alimentarse en tan solo horas antes.
—¡Bájame! ¿Qué demonios estás haciendo? —
—Þegiðu! (¡Cállate!) —gruñó él, avanzando entre los árboles con paso firme.
Evie pataleó, pero estaba demasiado débil para luchar de verdad. El calor del cuerpo de Rurik contrastaba con el frío cortante del aire nocturno, y aunque odiaba admitirlo, era mejor que seguir congelándose.
Suspiró, cerrando los ojos con frustración.
—Dios… esto no puede estar pasándome. —
Rurik no respondió. No podía entender sus palabras, pero su tono le dejaba claro que no estaba nada contenta.
La cabaña no estaba lejos.
Por ahora, no tenía respuestas. Pero si estaba en sus tierras, era su problema.
El crujir de la nieve bajo las botas de Rurik era lo único que rompía el silencio de la noche. El bosque era denso, oscuro, y el frío calaba hasta los huesos. Pero a él no le afectaba. Estaba acostumbrado a la dureza de la vida en esas tierras.
La mujer, en cambio…
Suspiró con frustración. Era más liviana de lo que esperaba, frágil incluso. No entendía su ropa, delgada e inadecuada para el clima, ni el metal brillante en su muñeca, ni la extraña suavidad de sus manos, como si nunca hubiera sostenido un arma.
No era una guerrera.
No era una cazadora. Entonces…¿qué hacía sola en su bosque?
—Þú ert vandamál. (Eres un problema.) —gruñó en voz baja.
—¿Qué dijiste? —preguntó Evie, tratando de alzar la cabeza, pero su posición se lo impedía.
Rurik no respondió. No valía la pena.
Después de varios minutos de caminata, divisó su cabaña a lo lejos. Un refugio apartado, rodeado de árboles altos y con una cerca de madera rústica.Dentro, el fuego aún ardía en el hogar de piedra, proyectando sombras cálidas en las pieles que cubrían el suelo.
Empujó la puerta con el hombro y entró, cerrándola con una patada antes de soltar a Evie sin mucha delicadeza sobre un montón de pieles junto al fuego.
—¡Auch! —se quejó ella, frotándose el brazo—. ¡¿Podrías ser un poco más amable?!