Evie's Pov
Desperté envuelta en un calor extraño, tan diferente al frío mordaz que recordaba de mi última visión. Abrí los ojos despacio y, en lugar del techo de mi apartamento, el fuego aún ardía en la chimenea, proyectando sombras en las paredes de madera. Un techo bajo, vigas gruesas y una ventana pequeña cubierta con algo parecido a piel. No había luces eléctricas, ni rastro de tecnología. Solo la danza de las llamas iluminando el espacio con un resplandor ámbar.
Me incorporé con cuidado. La manta gruesa que me cubría cayó a un lado. Mi cuerpo aún se sentía entumecido, pero al menos no me dolía la cabeza como antes.
Mis ojos recorrieron la cabaña en busca del hombre.
Allí estaba.
De espaldas a mí, hurgando entre una serie de pieles y objetos en una mesa de madera. Su postura era rígida, como si estuviera consciente de que lo observaba.
Apreté los labios. La incomodidad era mutua.
Respiré hondo. Tenía que averiguar dónde demonios estaba.
—¿Hola? —
Él giró la cabeza levemente, sin soltar lo que tenía entre las manos.
—Hvað segir þú? (¿Qué dices?)—
Ahí estaba de nuevo. Ese idioma.
Mi garganta se secó.
—¿Español? ¿Inglés? —
Nada.
Mis pensamientos se atropellaron en mi cabeza. No solo estaba en un lugar desconocido, sino que ni siquiera podía comunicarme con la única persona que parecía saber qué estaba pasando.
Sentí mi pulso acelerarse. Necesitaba aire.
Deslicé las piernas fuera de la cama improvisada y me puse de pie.
Él reaccionó al instante.
Dejó lo que tenía en la mesa y se acercó en apenas dos pasos.
Instintivamente, retrocedí, pero su mano se alzó con rapidez, como si quisiera detenerme sin llegar a tocarme.
—Ekki. (No.)—
Fruncí el ceño.
—¿Qué?—
Él señaló la puerta con el mentón y luego me miró con expresión severa.
Entendí el mensaje sin necesidad de traducción.
—¿No quieres que salga?—
No respondió, pero la intensidad en su mirada lo confirmó.
Mi frustración creció. ¿Qué era este lugar? ¿Por qué estaba atrapada aquí?
Crucé los brazos y solté una risa nerviosa.
—Perfecto. Perdida en medio de quién sabe dónde, con un tipo que ni siquiera me entiende y que además me tiene encerrada.—
Justo lo que necesitaba.
Me llevé las manos al rostro, tratando de calmarme.
Él seguía mirándome con la misma seriedad.
—Óþekkt kona... (Mujer desconocida...)—
Mi mirada se alzó.
—¿Qué dijiste?—
—Þú ert ekki héðan. (No eres de aquí.)—
No tenía idea de qué significaban esas palabras, pero la forma en que las dijo me hizo sentir extrañamente vulnerable. Como si él tampoco entendiera qué hacía yo allí.
Mi estómago rugió en el silencio.Genial. Ahora también estaba hambrienta.
El hombre pareció notarlo, porque sin decir nada, tomó algo de la mesa y me lo tendió.
Era un pedazo de pan oscuro y tosco, quemado, acompañado de un cuenco de madera con líquido humeante.
Lo miré.
—¿Esto es seguro?
Por supuesto, no respondió. Solo mantuvo su mano extendida.
Suspiré y lo tomé.
—Bueno. Espero que esto no sea veneno.—
Un leve resoplido salió de él.
No entendía su idioma. Él no entendía el mío.Pero algo me decía que esa pequeña guerra de frustraciones apenas comenzaba.
El pan era denso y un poco seco, pero tenía un sabor agradable, rústico. El líquido caliente en el cuenco tenía un aroma terroso, como una mezcla de hierbas y algo ahumado. Lo probé con cautela. Era fuerte, pero no desagradable.
El hombre me observaba con atención. No parecía molesto ni amigable, solo... alerta.
Apreté el cuenco entre mis manos, tratando de ignorar su mirada penetrante.
—No sé qué esperas de mí, pero si quieres que me quede tranquila, al menos dime qué está pasando. —
Él frunció el ceño.
Obviamente, no había entendido ni una palabra.
Suspiré y aparté la vista.
—Olvídalo.
Tomé otro bocado del pan, tratando de ordenar mis pensamientos.
Este lugar no se parecía a nada que conociera. Ni siquiera parecía un sitio turístico rústico o algo medieval recreado para turistas. Todo aquí era demasiado auténtico.
Lo miré de reojo.
Él ya no estaba observándome a mí, sino las runas que había sobre la mesa.
Pedazos de madera con símbolos extraños grabados en ellos.
Mi pecho se apretó.
Recordé el suelo del bosque, las mismas marcas rodeándome cuando desperté allí.
Levanté la vista hacia él.
—¿Tienes algo que ver con eso?
Señalé las runas con el mentón.
Él me miró y luego miró la mesa.
—Galdrar... (Hechizos...)
La palabra me hizo estremecer.
Abrí la boca para preguntar algo más, pero un sonido a la distancia nos interrumpió.
Un cuerno.
Fuerte.
Prolongado.
El hombre reaccionó de inmediato, dejando lo que tenía entre manos y avanzando hacia la puerta.
Yo me tensé.
—¿Qué fue eso?
Él no respondió.
Descolgó un hacha de la pared y salió sin dudarlo.
Me quedé paralizada por unos segundos, luego me apresuré hacia la puerta y me asomé con cautela.
Afuera, la nieve cubría el suelo y el aire helado me golpeó de inmediato. A lo lejos, entre los árboles, se distinguían sombras moviéndose. Figuras humanas.
El hombre se quedó quieto, con el arma en la mano, observando el horizonte.
Yo apenas respiraba.
No sabía qué estaba pasando.
Pero estaba segura de que lo que venía no era bueno.
Un segundo cuerno sonó, más cercano.
Las figuras se movían con más rapidez. Entonces lo noté: no eran solo hombres. Había caballos, armas reflejando la luz de la luna.
El hombre apretó la mandíbula y miró en mi dirección.
—Farðu inn. (Entra.) —
Su tono era bajo, pero firme.
—¿Qué?—
Señaló la cabaña con la cabeza.