Rurik:destino de Invierno

Capitulo tres: Peligro en la noche

La nieve crujía bajo los pies del hombre cuando se acercó a la cabaña, guardando el hacha en su cinturón con movimientos precisos, casi mecánicos. Yo seguía en la puerta, con los músculos tensos y la mente aún procesando lo que acababa de pasar.

Los jinetes se habían ido, pero la amenaza de su regreso se sentía como una sombra fría en la noche.

Él hombre pasó junto a mí sin decir una palabra, empujando la puerta para entrar. Dudé un segundo antes de seguirlo, pero no quería quedarme sola afuera.

El interior de la cabaña me recibió con su calor tenue, pero la sensación de seguridad que había sentido antes se había esfumado.

Me volví hacia él.

—¿Quiénes eran?

No me respondió.

Fruncí los labios, frustrada.

—No sé qué demonios está pasando, pero si me encontraste en este lugar, entonces algo tienes que ver con esto. Y necesito respuestas.

Nada.

Solté un suspiro exasperado y me pasé una mano por el cabello.

Él, sin prestarme demasiada atención, se acercó a la chimenea y removió la leña con un palo, avivando las llamas. Por primera vez, noté la tensión en su espalda, la forma en que sus hombros seguían rígidos.

Fuera lo que fuera lo que había pasado allá afuera, lo había afectado.

Decidí cambiar de estrategia.

—Mi nombre es Evie. —Señalé mi pecho con una mano—. Evie.

Él giró la cabeza ligeramente hacia mí, como si estuviera evaluando la información.

Lentamente, dejó el palo a un lado y se volvió hacia mí.

—Eiví? (¿Evie?)

—Casi. Evie.

—Eiví —repitió con un asentimiento, como si el pequeño cambio en la pronunciación no le importara.

Bueno, al menos había entendido que ese era mi nombre.

Esperé un momento, luego señalé hacia él con la misma intención.

Él me observó en silencio, luego pareció entender.

Golpeó suavemente su propio pecho con el puño.

—Rurik.

—Rurik... —Repetí, probando su nombre en mi boca. Sonaba fuerte, antiguo, como si perteneciera a otra época.

Lo cual, considerando todo lo que estaba pasando, no me parecía descabellado.

Hubo un largo silencio entre nosotros. El fuego chisporroteaba en la chimenea, proyectando sombras en las paredes de madera.

Quería seguir preguntando, pero cada intento de comunicación se sentía como un muro infranqueable.

Rurik suspiró y pasó una mano por su rostro. Luego me miró con cierta seriedad, como si evaluara mis condiciones.

Caminó hasta una estantería donde había algunas pieles dobladas. Tomó una y me la ofreció.

—Sofna. (Duerme.)

Fruncí el ceño.

—¿Qué?

Señaló la manta y luego apuntó hacia un rincón donde había un montón de pieles sobre el suelo, algo que supuse que era su cama.

—Sofna, kona. (Duerme, mujer.)

Entendí. Estaba sugiriéndome que durmiera.

La verdad, mi cuerpo estaba agotado y mi cabeza palpitaba por la confusión. Pero la idea de dormir en este sitio, con un desconocido, después de lo que acababa de pasar…

Él debió notar mi vacilación, porque resopló y señaló la cama improvisada. Luego, con un gesto firme, señaló el suelo más alejado, cerca de la puerta.

—Ég. (Yo.)

Parpadeé.

¿Estaba diciéndome que él dormiría ahí?

No estaba segura de por qué me sorprendía tanto. Era obvio que no confiaba en mí más de lo que yo confiaba en él.

Apreté la manta contra mi pecho y asentí lentamente.

—Bien.

Él pareció satisfecho y se volvió hacia la chimenea, echando más leña al fuego antes de instalarse en el suelo.

Yo, aún insegura, me acerqué al rincón que me había indicado y me dejé caer sobre las pieles.

Mi cuerpo agradeció el descanso inmediato, pero mi mente seguía dando vueltas.

No tenía idea de dónde estaba.

No tenía idea de cómo había llegado aquí.

Y lo peor de todo… no tenía idea de qué pasaría cuando amaneciera.

...

Desperté con el cuerpo entumecido y un dolor persistente en las sienes. Me tomó unos segundos recordar dónde estaba.

La cabaña.

El fuego aún ardía en el hogar, pero se había reducido a brasas incandescentes.

Me incorporé lentamente sobre el jergón de pieles en el que había dormido. El lugar estaba en silencio, solo el crujido ocasional de la madera y el susurro del viento afuera rompían la quietud.

El hombre no estaba dentro.

Mi pulso se aceleró.

¿Y si esos tipos habían regresado?

Me puse de pie con torpeza, sintiendo la frialdad del suelo de madera en la planta de mis pies. Apenas di un paso cuando la puerta se abrió de golpe.

Di un respingo, mi corazón saltando en mi pecho.

Era él.

Entró con la misma seriedad de siempre, sin dirigirme una palabra. Llevaba una especie de bolsa de cuero en la mano y su ropa estaba ligeramente húmeda por la nieve.

Me miró brevemente, como para asegurarse de que seguía allí, y luego caminó hacia la mesa, dejando la bolsa a un lado.

No sabía si debía decir algo.

No sabía si serviría de algo.

Apreté los labios, observándolo mientras sacaba cosas de la bolsa: carne envuelta en tela, algunas raíces, un cuenco con algo pastoso que no reconocí.

—¿Tienes idea de lo frustrante que es no poder hablar con alguien? —murmuré más para mí que para él.

Él levantó la vista, como si hubiera notado el tono de mi voz pero sin entender una palabra.

—Hvað? (¿Qué?)

Suspiré y sacudí la cabeza.

—Exactamente eso... Solo, Nada, olvídalo.

Él pareció evaluar mi expresión por un momento, pero no insistió. Se limitó a tomar uno de los cuchillos de la mesa y comenzar a cortar la carne.

Lo observé en silencio, sintiendo de nuevo esa extraña sensación de estar atrapada en una burbuja fuera del tiempo.

Aquí todo era tan... primitivo. Tan ajeno.

Miré a mi alrededor, tratando de encontrar alguna pista sobre él. La cabaña no era demasiado grande, pero estaba bien organizada. Había un par de estantes con objetos que parecían herramientas y cuencos de arcilla con hierbas secas. Un rincón tenía pieles apiladas, probablemente para comerciar o usar en invierno.



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En el texto hay: amor-odio, romance, vikingos

Editado: 15.04.2025

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