Rurik:destino de Invierno

Capitulo cuatro: Marcas extrañas

Rurik's Pov

El día comenzó antes de que el sol siquiera tocara el horizonte.

El frío era más cruel en la madrugada, filtrándose por cada rendija de la cabaña como una sombra silenciosa. Me acostumbré a eso desde niño, pero esta vez el aire tenía un peso distinto.

Porque ella estaba aquí.

La mujer de cabello ardiente.

La observé por un momento desde mi lugar junto al fuego.

Dormía inquieta, sus cejas fruncidas en una mueca de preocupación. A veces sus labios se movían, murmurando palabras que no entendía.

No hablaba la lengua de mi gente.

No pertenecía aquí.

Y, sin embargo, las runas la habían traído.

Tomé el cuchillo y un trozo de madera. Mis manos trabajaron por costumbre, tallando formas que aún no tenían significado.

Mientras esperaba a que despertara, repasé lo que sabía.

La encontré entre runas antiguas, desmayada en la nieve.

No tenía armas, ni pieles gruesas para protegerse del invierno.

No comprendía mis palabras, pero su mirada… Su mirada decía mucho más de lo que su lengua desconocida podía expresar.

Miedo. Confusión.

Y algo más, algo que no supe nombrar.

El fuego crepitó.

Un leve movimiento en los mantos me indicó que ella comenzaba a despertar.

No me moví de mi sitio cuando abrió los ojos.

La observé en silencio mientras su mirada parpadeante recorría la cabaña, como si aún esperara ver un paisaje diferente al de la noche anterior.

Finalmente, me miró.

Sus labios se separaron, como si quisiera preguntar algo.

No esperé a que luchara con las palabras que no entendía.

Señalé el cuenco con la avena que había preparado.

—Eta.(Come.) —comí un bocado antes de empujar el cuenco hacia ella.

Ella titubeó antes de tomarlo.

No aparté la vista cuando probó el primer bocado, buscando en su rostro alguna señal de rechazo. No la hubo.

Bien.

Mientras comía, volví a afilar mi cuchillo.

Pero entonces, su voz rompió el silencio.

No entendí lo que dijo.

Su idioma era extraño, rápido. Pero capté la intención.

Preguntas.

Claro que tenía preguntas.

Yo también las tenía.

Ella intentó explicarse con gestos, señalándose a sí misma y luego al suelo.

Ah.

Cómo llegó aquí.

Suspiré y la miré con seriedad antes de responder:

—Galdrar. (Hechizo.) —

Ella repitió la palabra, arrugando el ceño.

—Seiðr. (Magia antigua.) —

Vi cómo su rostro se tensaba.

No entendía la palabra, pero la magia no requería traducción.

La magia se sentía.

Y lo que la había traído aquí no era natural.

Quise explicarle más, pero ¿cómo? No hablábamos la misma lengua.

Pensé en las runas.

Tal vez si las veía con sus propios ojos…

Me puse de pie y abrí la puerta.

El frío nos envolvió en cuanto cruzamos el umbral, pero ella no retrocedió.

Eso me sorprendió.

La mayoría de las mujeres habrían dudado, temido. Pero ella caminó a mi lado con pasos firmes.

La llevé a donde todo había comenzado.

Apenas raspé la nieve con la bota cuando su respiración cambió.

Allí estaban las runas.

Antiguas. Poderosas.

Y peligrosas.

Ella las miró, y su piel se erizó.

No necesitaba que entendiera mis palabras.

Ella ya sabía que lo que estaba escrito allí… no debía haberse despertado.

Guardamos silencio por un tiempo.

La nieve cayó en suaves copos a nuestro alrededor, pero el aire estaba cargado de algo más denso que el invierno.

Finalmente, ella levantó la vista hacia mí.

Sus ojos eran dos preguntas abiertas.

No supe responderle.

En lugar de eso, volví a señalar la cabaña.

No podíamos quedarnos allí afuera mucho tiempo sin arriesgarnos a congelarnos.

Ella pareció dudar, pero terminó siguiéndome.

Cuando entramos de nuevo, me acerqué a la mesa y tomé un cuenco con agua.

Ella me observó con cautela cuando lo extendí hacia ella.

Pero antes de que pudiera beber, le entregué también un trozo de tela de lino y me señalé el rostro.

—Hreinsa.(Limpia.)

Su ceño se frunció.

No entendió al principio.

Pero cuando sus dedos rozaron la tela y luego sus mejillas, su expresión cambió.

La sorpresa cubrió su rostro como una sombra.

Volvió a tocarse, como si intentara confirmar algo.

Yo solo observé.

No aparté la vista de ella mientras se pasaba la tela húmeda por la cara una vez más.

Pero no desaparecía, ayer también lo había intentado y no desaparecían .

Mi mandíbula se tensó.

Algo dentro de mí se revolvió con desconfianza.

Nunca había visto a nadie con marcas así. No en mi gente, no en los clanes cercanos, ni siquiera en los esclavos traídos de tierras lejanas.

La piel de una persona podía enrojecerse por el frío, tornarse pálida por la enfermedad o cubrirse de llagas por una maldición. Pero esas manchas… Permanecían.

Y lo peor era su propia reacción.

Si fueran parte de ella, lo sabría, ¿no?

Pero parecía sorprendida, inquieta.

¿No sabía lo que tenía en el rostro? ¿O era una enfermedad que apenas comenzaba a manifestarse?

Me puse de pie con un movimiento lento y medido. No quería alterarla, pero tampoco iba a arriesgarme.

Si estaba enferma…

Si esas manchas eran el primer signo de algo peor…

Mis ojos se posaron en sus manos, en su cuello.

No había otras marcas.

Por ahora.

Ella dejó caer la tela sobre su regazo y me miró, buscando algo en mi expresión. Quizás una respuesta, quizás consuelo.

No le di ninguno.

Solo le extendí la taza de madera con agua y la manta gruesa que había dejado cerca del fuego.

—Drekka.(Bebe.) —dije, sin emoción en la voz.

Ella dudó por un segundo, como si notara el leve cambio en mi actitud. Pero terminó aceptando la taza y tomando pequeños sorbos.



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En el texto hay: amor-odio, romance, vikingos

Editado: 09.06.2025

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