Ruso Negro - Vasiliev Origins

Capítulo 2

—Bueno ¿qué te parece? – Me preguntó Aldo. Miré a mi alrededor para ver un garito con poca luz, los únicos focos iluminando a las chicas que estaban en unas pasarelas en mitad del local. La barra donde servían alcohol estaba a la derecha, lejos del espectáculo. Había algunos hombres pegados a las pistas, por donde desfilaban las mujeres al ritmo de la música. Ejecutaban su baile mientras se quitaban sensualmente la ropa que llevaban encima. Las camareras tampoco es que llevasen mucha más ropa mientras paseaban de un lado a otro del local, llevando bebidas en sus bandejas.

—Un poco vacío. – Metí mi mano en el bolsillo, y saqué el lollipop que reservaba para lugares como este. Olía a tabaco, alcohol y sudor, pero no me molestaba, había estado en sitios peores. Meter el caramelo en mi boca significaba que tenía un momento para relajarme, para observar lo que sucedía a mi alrededor.

—Es que hemos venido demasiado pronto. El partido de baseball apenas ha terminado hace unos minutos.  Enseguida empezarán a llegar los muchachos para tomarse una copa y pasar un buen rato. – Aldo alzó las cejas de manera sugestiva. No hacía falta ser demasiado listo para entender a que se refería. El único inconveniente era que convertirme en chulo de putas no era lo que yo quería.

—No creo que me interese. – Aldo enseguida intentó convencerme para que no me fuera. Y eso me olió algo raro. ¿Sacaría él algún dinero si la operación se realizaba? No me extrañaría, lo de Aldo siempre habían sido los trapicheos.

—No tengas prisa, mira el show mientras yo te consigo una copa. ¿Qué te apetece? – No podía ser demasiado exigente, a fin de cuentas, no hacía mucho tiempo que tenía el suficiente dinero para gastarlo en un licor de calidad. Matarratas había en todas partes, y si no que se lo dijeran a nuestro vecino de debajo de la casa vieja. Las cuatro monedas que conseguía el tipo, acababan surtiéndole de alcohol de ese barato. Podría quitarle las penas, pero estaba destrozando al pobre tipo. Cada día que pasaba parecía que había envejecido un par de meses.

—Tequila. – Realmente no tenía mucho más que hacer, y no me apetecía llegar a casa tan temprano. Al menos por ese día cambiaría mi rutina. Lo que es no estar pendiente de las cosas que suceden a mi alrededor, ni siquiera me acordaba de que el partido de la final de baseball era ese día.  

Busqué un sitio apartado donde poder ver todo el local y al mismo tiempo no ser molestado por nadie. En lugares como este no era raro encontrarme con algún admirador. Si, tenía fans, y bastantes. Incluso venía gente de Los Ángeles a ver mis peleas. Los tipos querían sacarse fotos conmigo, invitarme a copas, y las mujeres… Bueno, solo diré que les encanta tener a un ganador encima de ellas. No es que me quedaran muchas energías después de una pelea, sobre todo si había sido larga, pero a ellas no les importaba animar a mi “pequeñin” si estaba perezoso. Esas eran las pocas cosas que le tenía que agradecer a las peleas; el dinero y las chicas fáciles.

No sé que me hizo girar la cabeza hacia la chica que bailaba en aquel momento, quizás fue ver a un tipo corriendo para no perderse su actuación. El caso es que empecé a observar su trabajo, y a los 10 segundos me di cuenta de que había sido un gran error.

Ella dominaba la pista, sabía que era la reina, jugaba con los deseos de todos los tipos que la observaban embobados. ¿Babear? Más de uno se arrastraría sobre sus rodillas para conseguir una mirada de ella.

Sus caderas, sus brazos, su sonrisa… toda ella era pecado, un maldito demonio engendrado por la serpiente que tentó a Adán en el paraíso. No es que yo fuese muy creyente, no después de padecer en mis carnes lo que ese Dios había decretado para nuestra familia. Pero tampoco me habría importado renegar de él en ese momento si podía conseguirla.

Nunca antes ninguna mujer me había causado aquella sensación. Mi sangre hervía y me consumía por dentro. Mis ojos bebían de ella, de cada uno de sus movimientos, como si fuera el único manantial del desierto. Estaba atrapado como a un niño frente al escaparate de una pastelería.

Su número terminó antes de que pudiese reaccionar. Sus ojos me miraron, sé que me miraron, y sentí aquella conexión. Había algo ahí, una extraña vibración en el aire, una sensación de peligro, calma y lujuria que jamás había experimentado antes. Ella era adorable y traviesa como una gatita, pero peligrosa como una pantera. Seductora, felina, totalmente embriagadora. Y caí, como uno más de aquellos borregos descerebrados, presa de sus instintos más bajos y decadentes, deseando hacerla mía aunque solo fuera por unos segundos. Acariciar su piel, sentir sus exuberantes curvas bajo mis dedos, descubrir su olor, y sobre todo, probar aquellos labios que gritaban pecado.

Ella desapareció tras aquellas inoportunas cortinas, pero yo no me moví, seguiría allí, esperando a que ella regresara para darme más de lo que no había tenido suficiente.

—Bueno, aquí está tu tequila. – La voz de Aldo llegó a mi costado. Traía consigo un pequeño vaso con el licor transparente que le había pedido, la sal y un trozo de limón. Sabía para que era todo aquello, conocía todo el ritual, pero en aquel momento no estaba para delicadezas.




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