Ruth ¿quién Eres o Quién Soy?

Capitulo 23

JASPER

El aire era espeso. Cargado. Como si el bosque mismo respirara mi furia.

La discusión con Ruth seguía ardiendo en mi pecho, no como fuego... sino como hielo que quema desde adentro. Sus palabras no se desvanecían; seguían ahí, repitiéndose en mi mente como ecos malditos. No sabía si lo que sentía era rabia, decepción, o una mezcla venenosa de las dos.

Tal vez lo peor era que me importaba.

Me alejé del claro, dejando atrás su mirada. Esos ojos azules encendidos, llenos de juicio... y algo más. Dolor, quizás. Pero no me giré. No podía. Caminé entre los árboles como una fiera herida buscando sombra. Cada paso era una descarga de energía que se hundía en la tierra.

El poder dentro de mí vibraba.

La oscuridad me respondía.

—Maldita sea... —escupí entre dientes, apretando los puños con tanta fuerza que los nudillos dolieron.

Una chispa negra saltó de mis dedos, se deslizó por mi brazo y se deshizo al tocar el tronco cercano, dejando una marca humeante en la corteza. El bosque pareció estremecerse.

Respiré hondo, pero el aire era demasiado denso para calmarme.

Tenía que controlar esto.

Tenía que controlarme a mí.

Porque si no lo hacía, sabía lo que vendría después.

Y no estaba listo para romperme otra vez.

Me pregunté cuánto tiempo más podría sostener esa delgada línea sin caer.

¿Cuánto tiempo sin perder lo poco de humanidad que me queda?

Porque dentro de mí, en el silencio absoluto, había una voz que me susurraba que no soy un monstruo... que puedo ser más que la oscuridad que me consume.

Pero esa voz era débil.

Demasiado débil.

Y la parte oscura, la que todos temen, la que a veces me mira con sus propios ojos, crecía en mi interior, hambrienta, impaciente.

Quería romper las cadenas.

Quería liberarse.

Y yo... no sabía si era el guerrero que debe proteger o el abismo que todo destruye.

El bosque guardaba silencio, como si esperara mi respuesta.

Y yo no la tenía.

Entonces una hoja crujió detrás de mí.

Sutil. Casi imperceptible. Pero suficiente.

Desenvainé a Lancen en un solo movimiento, girando sobre mis talones con la espada alzada. El filo oscuro brilló con un destello rojo como una advertencia viva.

No había nadie.

Al menos, no a simple vista.

Pero lo sentía. El cambio en la energía del bosque. El modo en que las sombras parecían no moverse, como si contuvieran la respiración. El silencio absoluto. Era Demasiado... denso.

No era natural. Para nada.

Y entonces lo supe.

No estaba solo.

—Salgan —ordené, con la voz ronca de rabia—. Ya sé que están ahí.

La oscuridad obedeció.

Tres figuras emergieron de entre los árboles, sus siluetas negras como el vacío, los ojos ocultos tras máscaras talladas en hueso oscuro. No eran sombras, no del todo. Más bien eran sombras vestidas de humanos.

Guerreros del Reino Oscuro.

Uno de ellos, alto, con una cicatriz que le cruzaba el cuello como un tajo mal sanado, dio un paso al frente.

—El hijo pródigo camina solo —dijo, con voz hueca—. Qué conveniente.

—Si vinieron a arrodillarse, llegaron demasiado tarde —respondí con sarcasmo. Lancen giraba lentamente en mi mano, sedienta.

—No. Vinimos a llevarte a casa.

—Yo no tengo casa.

El que hablaba soltó una risa ronca, sin humor.

—El Trono Caído te reclama, Xantheus.

Otra vez ese maldito nombre.

Sentí cómo algo dentro de mí se estremecía al escucharlo. No lo entendía. Pero tampoco lo negaba. Ese nombre me conocía más que a mí mismo.

—Vas a tener que arrastrarme —dije, clavando la punta de la espada en el suelo—. Y créeme, no será fácil.

El primero atacó.

Se movía como sombra líquida, con cuchillas de energía oscura brotando de sus antebrazos. Lancé una estocada que él desvió, pero ya tenía el siguiente movimiento preparado: giré sobre mi propio eje y le corté la pierna. Cayó con un chillido que no era humano.

El segundo me lanzó una ráfaga de oscuridad condensada. Lancen la absorbió como si bebiera su esencia. La espada vibró de gusto.

Sonreí.

—Vamos entonces.

Los siguientes segundos fueron un caos puro.

Mi cuerpo se movía solo, el entrenamiento con Arcadey cobrando sentido por fin. La oscuridad dentro de mí no me controlaba, me respondía. Por primera vez, no éramos enemigos.

Corté, giré, esquivé. Lancen rugía conmigo. Uno de los enemigos trató de sujetarme con una cadena mágica, pero la rompí con una onda de energía que hizo temblar el suelo.

Y justo cuando estaba por lanzarme sobre el último, una nueva sombra emergió.

No caminaba.

Se deslizaba.

Era alto como un muro, cubierto con una armadura negra que parecía hecha de obsidiana viva. Cada línea de su armadura brillaba en rojo, como lava que aún no se enfría. Su rostro estaba cubierto por un yelmo con cuernos curvos, y a su espalda, una guadaña enorme reposaba como un castigo esperando caer.

Pero no era su tamaño lo que paralizaba.

Era su presencia.

—¿El guerrero oscuro? —habló con desprecio— ¿Esto es todo lo que queda del portador del equilibrio?

—¿Quién diablos eres tú? —espeté, alzando a Lancen— ¿Otro perro viejo de algún trono muerto?

—Soy Tharnak —dijo con voz hueca— Mano del Trono Caído. Guardián del Linaje Perdido. El primero que se arrodilló ante la oscuridad... y el último que la dominará.

—Vaya currículum —esbocé una sonrisa— Lástima que no me interesa.

Salté hacia él.

Lancen brilló con una luz rojiza, vibrando con furia contenida. Di el primer golpe, directo al torso, apuntando entre las placas de su armadura. Tharnak desvió el ataque con la parte curva de su guadaña y giró sobre sí mismo, lanzando un tajo horizontal.

Lo esquivé agachándome, rodé por el suelo, y me levanté de un salto, lanzando una estocada desde abajo.

Tharnak retrocedió un paso. Por un instante, nuestros ojos se cruzaron.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.