Ruth ¿quién Eres o Quién Soy?

Capitulo 25

RUTH

El Bosque de Cristal no se parecía a ningún lugar que hubiera visto en Artia.

Sus árboles parecían crecer desde dentro de la tierra misma como raíces de luz viva. No proyectaban sombra. No susurraban como en otros bosques. Cada hoja brillaba como una estrella contenida en un pétalo. Caminábamos por un suelo tan limpio, tan perfecto que devolvía nuestras siluetas con una nitidez imposible. Como si el bosque no quisiera olvidar nuestras pisadas.

Luay flotaba al frente. Silencioso. Con esa intensidad que solo él usa cuando algo importante está por ocurrir. No necesitaba palabras para que supiéramos que esto no era un paseo.

—¿Estás segura de esto? —preguntó Alessandra a mi lado. Su tono no era duro. Era miedo, disfrazado de valentía.

Yo asentí. Sin detenerme. Sin mirar atrás.

—Nunca he estado segura de nada —susurré—. Pero eso ya no importa.

Y entonces, lo sentí.

Una presión intensa.
Un juicio antiguo, eterno. Como si el mismo cielo hubiera contenido el aliento.

Me detuve en seco.

Y en el claro frente a nosotros... él apareció.

Mi voz se atascó en la garganta.

Un león.
Pero no era cualquier animal. Era una tormenta dormida, con forma de fiera sagrada.

Su pelaje blanco no era blanco: era luz viva condensada. Como si hubiera sido moldeado con la niebla de las estrellas. Su melena era vasta, ondulante, y contenía destellos que parecían constelaciones.
Sus ojos...
No eran ojos.
Eran glaciares. Dos espejos helados donde podía verme completa… y al mismo tiempo, desnuda de todo.

Pero lo que más me cortó el aliento fueron sus alas.

Desplegadas. Eternas. Hechas de miles de plumas de cristal y acero. Afiladas, perfectas. Como si pudieran derribar cielos enteros con un solo aleteo.

Y sin embargo, no hacía ruido. Ni una hoja se movía a su paso.

La autoridad no gritaba.
Se encarnaba.

—¡L-Lynx! —dijo Luay con una reverencia suave.

El león no respondió. Solo me miró.
A mí.

Y en esa mirada sentí que todo dentro de mí era escaneado. Mis miedos. Mis mentiras. Mis dudas. Sentí que no me estaba mirando como Ruth... sino como algo más antiguo. Algo que ni yo entendía por completo.

Y entonces habló.

Su voz no era grave. Era definitiva.

—Esta no es Athena.

Un temblor me recorrió. Sentí las piernas entumecerse, pero no me moví.

—No lo soy —respondí con voz baja— Lo sé. Perfectamente.

Dio un paso hacia mí. Y luego otro. Cada uno con la precisión de quien pisa el borde de la existencia sin caerse.

Y cuando estuvo frente a mí, bajó su enorme cabeza. Sus ojos, tan cerca de los míos, no parpadeaban.

—¿Entonces por qué estás aquí?

Me dolió respirar. Pero lo hice. Y lo miré de frente.

—Porque no quiero vivir arrastrando un pasado que no entiendo. No quiero ser un reflejo de lo que fui. Quiero saber quién soy ahora. Quiero luchar, aunque no sepa si voy a ganar.

Un silencio.

Por un segundo, pensé que lo había dicho mal.

Y entonces, sonrió.

Una sonrisa leve. Apenas visible.

—Respuesta incorrecta —dijo, seco—. Pero suficiente para no matarte.

Tyler se adelantó, furioso.

—¡Oye! ¡No tienes derecho a hablarle así!

Pero Lynx ni siquiera lo miró.

Le bastó un giro mínimo del ala para hacerlo retroceder.

—No vine a consolarla —continuó—. Vine a entrenarla. Y si se presenta otra vez ante mí... será con fuego en los ojos. O no se presentará en absoluto.

Y sin más, se dio media vuelta. Su cuerpo desapareció lentamente entre la niebla luminosa del bosque. Como si nunca hubiera estado allí.

Yo me quedé quieta.
Con la respiración agitada.
Y el corazón latiéndome como un tambor de guerra.

No sabía si lo había impresionado.
Pero sí sabía una cosa:

Él no me había rechazado.

Y eso… era más de lo que esperaba.

El silencio se quedó pegado a mi piel, incluso después de que Lynx desapareciera en la neblina.

No sabía si debía seguirlo, si él realmente me quería cerca o si solo me había tolerado.

Pero Luay, flotando a mi lado, me susurró con voz clara:

—Si no te mueves ahora… no volverás a encontrarlo.

Y yo no dudé.

Crucé sola la frontera entre el claro y la niebla. Dejé atrás a Tyler, a Andrew, a Alessandra. Solo sentía la vibración del bosque en mis pies, el corazón latiendo como si marcara un ritmo ancestral.

Y entonces lo vi.

Sentado sobre una roca pulida por el tiempo. Alas plegadas. Melena alborotada. Esperando.

Lynx.

Su presencia era como una estatua que respiraba.

—Has venido —dijo sin mirarme— Tarde, pero viniste.

—No sabía si querías que lo hiciera —respondí.

—No es sobre lo que yo quiero. Nunca lo fue.

Sus ojos se clavaron en los míos.

—Athena habría sabido eso.

El golpe fue limpio.

Pero no me moví.

—Athena está muerta —dije con firmeza—. Yo soy Ruth.

Lynx levantó una ceja. Sí, un león celestial, majestuoso, imponente… levantó una ceja.

—Eso aún está por verse.

Tomó aire, o eso parecía. Su pecho subió y bajó como si se preparara para una batalla invisible.

—Tienes miedo. No solo de lo que viste en tu visión. También de lo que sientes por ese chico.

Mi estómago se retorció.

—No quiero hablar de Él.

—¿Entonces por qué lo traes contigo en cada latido?

Sus palabras me desgarraron. Pero no huí. Me mantuve de pie.

—¿Es esto parte del entrenamiento? ¿Derrumbarme primero?

—No. Eso ya lo hiciste tú sola. Lo que sigue… es levantarte.

Se incorporó. La roca crujió bajo su peso. Y cuando se alzó por completo, sus alas rozaron las copas de los árboles.

—Si vas a luchar por este mundo, no puedes permitirte medias verdades, Ruth. Ni un corazón dividido. Ni lealtades partidas.




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