Ruth ¿quién Eres o Quién Soy?

Epílogo

ARCADEY

Lo sentí antes de que el cielo se rompiera.

Una punzada en el aire.
Un estremecimiento en la tierra.
Y luego… el silencio.

No el de la noche.

El otro.

El que anuncia que algo ha despertado.
El que los antiguos temían, pero nunca pudieron evitarlo.

Me levanté de golpe desde la torre más alta del castillo olvidado. A través de los ventanales rotos, lo vi:

La grieta.

Roja. Viva.
Un tajo violento en el firmamento, como si el cielo estuviera sangrando.

El primer pensamiento fue claro.
Nítido.

Lo logró.

No por completo.
No todavía.

Pero una parte de él… se liberó.

Bajé las escaleras sin mirar a nadie. Las criaturas refugiadas en este castillo sabían leer el ambiente. Sabían cuándo no debían seguirme.
Cuándo el aire se volvía tan denso que respirar era atreverse.

Atravesé el patio de piedra, donde las sombras se arrastraban como viejos susurros.

Y allí, en el centro del círculo de invocación, se agitaba el sello antiguo.

Roto.

Solo un fragmento. Una grieta.
Pero suficiente para dejar pasar… una gota.

Y aún así, esa gota… lo ensuciaba todo.

Me agaché frente al altar.
Mi mano tocó la ceniza que había quedado marcada con el símbolo del olvido. El mismo símbolo que él usó cuando destruyó a su propio hermano.
Cuando tomó el trono por la fuerza.

Cuando se proclamó El Primer Rey Oscuro

Mi padre.

No en la carne.
Pero sí en la oscuridad.
En el linaje maldito que corre por mi sangre.

—Maldito viejo —murmuré con una sonrisa torcida—. Tanto me costó encontrarte… para que ahora ya quieras salir de ahí como si nada.

Porque sí.
Ese sello no debía existir.

Según las leyendas, Athena lo había ocultado en un rincón del continente imposible de rastrear. Un lugar protegido con un conjuro de olvido. Una barrera tan poderosa que incluso los sabios más antiguos habían desistido de buscarlo.

Pero yo no soy un sabio.

Soy su descendencia.

Y lo encontré.

No con mapas.
No con profecías.

Con sangre.
Con instinto.
Con el eco de mi propia oscuridad, que vibraba cada vez que me acercaba al punto exacto.

Fue en una caverna de roca negra, debajo de un mar congelado, entre las ruinas de un templo que ni los libros recuerdan.

El sello estaba allí. Dormido. Sellado en símbolos que respondían solo a la voz de Athena… o a su opuesto.

A mí.

Y cuando puse mi mano sobre él por primera vez… sentí algo moverse.

Él.

Su conciencia, aún encerrada, me reconoció. Me habló sin palabras. Me prometió poder. Y caos. Y libertad.

Yo no le respondí.

Solo le di la espalda.

Porque nunca fue mi intención....

liberarlo.

Solo quería tenerlo bajo control.
Que supiera que lo tenía donde lo quería.

Y ahora…

Ese maldito bastardo encontró una grieta sin mi permiso.

La tierra vibró bajo mis botas. No como un temblor natural. Sino como un eco. Un susurro.

Él sabía que yo lo había sentido.
Que yo era consciente.
Sabía que estaba viendo la grieta.

Y sabía… que ella también lo había sentido.

La chica.

La que vi en el bosque, cuando seguí al Guerrero Oscuro.
La que no me miró directamente…
Pero cuyo poder era tan familiar… que dolía.

Cabello blanco como la luna.
Ojos azules como zafiros.

El rostro que parecía arrancado de una estatua de los días antiguos.

Era Idéntica a Athena.

En ese momento, no supe su nombre.
No supe qué hacía ahí, ni por qué su presencia me alteró tanto.

Pero la recordé.
Con rabia. Con inquietud. Con una chispa que no supe apagar.

Y entonces, unos días después, en el Consejo.

En la reunión que se hizo después de que el Guerrero Oscuro se me fuera rebatado.

Yo solo escuchaba, y de vez en cuando opinaba. Estaba Aburrido. Y Desinteresado.

Hasta que Kaeral habló.

—La humana… la que estuvo con los portadores elementales. La que apareció en el Reino de las Hadas. Su nombre es Ruth. Dicen que su energía… se parece a la de Athena.

Ruth.

El nombre hizo eco en mi mente como si ya lo hubiera escuchado en otra vida.

Y ahí encajó todo.

La imagen.
El poder.
El rostro.

Era ella.

La chica que vi en el bosque.
La que parecía no pertenecer ni a este mundo ni al otro.
La que no sabía lo que era… pero que era algo.

—Así que ese es tu nombre… —susurré, medio riendo, medio maldiciendo—. Ruth.

Y ahora él la estaba buscando.

No porque fuera Athena.

Sino porque su alma dividida…

es la grieta perfecta.

La llave.
El canal.
El peligro más grande.

Cerré los ojos.

Imaginé su rostro una vez más.

Frágil… pero firme.
Roto… pero aún sin rendirse.

Como ella.
Como Athena.

Y entonces supe lo que debía hacer.

Si ese monstruo pensaba usarla, incluso desde dentro…
Si pensaba manchar su voluntad…

Yo me interpondría.

Como fuera.
Aunque eso implica convertirme en villano para todos.

Incluso para ella.

—Al parecer, vamos a conocernos, Ruth —dije al aire, con una sonrisa rota—. Finalmente.

Y cuando lo hagamos…

Quiero ver con mis propios ojos si tu alma te pertenece.

O si ya....no es tuya.

RUTH

Un Sueño vívido, Casi real....

El bosque estaba cubierto de niebla.

Todo era silencio… hasta que una figura apareció entre los árboles.

Encapuchada. Oscura.
Inmóvil… pero sentía su mirada clavada en mí.




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