Ryan.

Capítulo 2.

Frío.

Hago una mueca debatiéndome en si entrar o quedarme afuera.

Estoy frente a la puerta de la cabaña de los nuevos padres y los escandalosos llantos del bebé aturden los oídos de quién los escuche, han pasado tres días desde que atendí el nacimiento del pequeño Tommy y por lo que he escuchado el bebé no ha dejado de llorar día y noche, lo suficiente como para que los vecinos vengan a quejarse con ellos, pero no hay forma de tranquilizarlo, incluso comiendo llora y por las pocas veces que he visto a los padres se nota que no han podido conciliar el sueño.

Rasco mi nuca y miro a todos lados aún con mi pequeño debate, pero el recuerdo de que ahora soy el padrino del crío me obliga a acceder, cierro los ojos y tomo aire para enfrentarme a lo que se avecina, sin más ingreso a la cabaña y como lo suponía el bebé llora a mares, Emmy se mueve de un lado a otro con él en brazos tratando de calmarlo, las cosas del bebé como pañales, cobijas, ropa, biberones y la silla mecedora están esparcidas por la sala.

Paso la mirada confirmando que no hay rastro de Cameron, retrocedo un pie disimuladamente dispuesto a irme, pero para mi mala suerte es en el momento justo que Emmy decide mirar y confirmar mi existencia, sus ojos me observan como si se tratara de un Ángel que ha venido a su rescate y eso es suficiente para obligarme a no moverme.

—Les…. les traje leña recién cortada— levanto los atados de leña en mis manos. 

—Gracias Ryan, déjalos al lado de la chimenea— 

Asiento haciendo caso a la orden, paso por al lado de ellos ganándome la sordera en un oído, termino de acomodar los troncos y sacudo mis manos, me pongo de pie evitando hacer contacto visual con el crío, pero evitar a uno implica evitar al otro, cosa que lamentablemente no consigo hacerlo a tiempo. Emmy se me acerca a paso veloz apretando sus rodillas, la miro con el ceño fruncido.

—Necesito ir al baño, ¿podrías cuidarlo por mí?— 

No me da tiempo a responder y me deja al crío en mis brazos, niego con la cabeza pero ella ya desapareció por el pasillo, miro a todos lados desesperado en busca de ayuda, pero para mi desgracia no hay nadie más en la cabaña, hago una mueca cuando comienza a llorar con más fuerza.

—¡No dejes que llore!— me grita desde el baño.

—¡Eso intento!— mi voz sale aguda por no poder callarlo.

Sin saber qué hacer comienzo a caminar por la habitación meciendo al bebé en mis brazos, pero eso solo incrementa el llanto, muerdo mi labio inferior nervioso y lo único que se me ocurre es recostarlo en la silla mecedora, con pequeños toques la silla se mueve pero eso no lo calma, su pequeño rostro queda rojo y las lágrimas empapan sus mejillas, mi mirada viaja a los biberones.

Sin perder tiempo tomo uno de los biberones y levanto un poco la silla, nos teletransporto a la cocina, con cuidado dejo la silla sobre la mesa con el bebé llorando a mares, mi cerebro queda en blanco al recordar que no sé preparar un maldito biberón, con los nervios a mil rebusco por los estantes hasta dar con el tarro con suplemento y empezar a leer las instrucciones de preparación.

Con rapidez me lavo las manos y también el biberón, caliento agua en una olla y dejo el biberón dentro, cualquiera que me viera ahora mismo creería que me salió otra cabeza, con solo verme moviéndome de un lado a otro calentando agua, enfriando la misma, llenando el biberón con agua y suplemento, tratando de entretener al crío y quemándome las manos con el agua hirviendo o directamente con el fuego.

El tiempo pasa y por fin consigo tener mi primer biberón, sin esperar un segundo más se lo enchufo al bebé, pero este se niega a aceptarlo y solo se digna a llorar más, echo la cabeza hacia atrás y respiro profundo tratando de reunir paciencia, regreso mi atención al bebé y con más delicadeza trato de alimentarlo, tras unos segundos de lucha y reuniones de paciencia consigo que el desgraciado tome su maldita leche.

Suspiro agotado y celebro internamente, el crío me observa detenidamente -con sus ojos rojos de tanto llanto- mientras traga como si su vida dependiera de ello, una sonrisa divertida decora sus labios y la leche se escapa de sus comisuras, le entrecierro los ojos.

—Te odio—

—Guau—

Levanto la cabeza al escuchar la voz de Cameron, para verlo de pie en la entrada de la cocina, su boca está entreabierta y me repasa con los ojos como si no se lo creyera.

—Dile a alguien que me viste y haré que tu hijo se quede sin padre—

—Soy un tumba— 

Se acerca a nosotros y le sonríe a su hijo, sus pequeños piecitos se mueven de emoción al verlo. 

—¿Tu padrino está cuidando de ti, bebé?— lo miro con una mueca cuando hace su voz de bebé, pongo los ojos en blanco y niego con la cabeza— ¿Dónde está Emmy?— habla sin quitar la vista del chamaco.

—Lo más seguro es que esté dormida en el baño, llevo una hora tratando de callarlo—

—Lo dices como si no te gustara cuidar de tu ahijado—

Me quedo en silencio observando al bebé que lucha por tratar de no dormirse, ladeo la cabeza y una pequeña sonrisa aparece en mis labios, admito que tuve ciertas dificultades al hacer el biberón y tratar de entretenerlo a la vez, pero fuera de todo eso me gustó cuidar de él, podría decir que me obligó a mantenerme tan enfocado en él que incluso esos molestos pensamientos no se atrevieron a aparecer. Parece que el pequeño Tommy es como mi terapia. 




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