Capítulo 6.
Deimon.
Las horas habían pasado y por suerte Max ya estaba despierto, con ropa de pijama, una taza de café súper fuerte y con cara de amargura por las preguntas alteradas de mi hermana. Sus ojos grises caen sobre mí en una clara amenaza de: si no la callas, lo haré yo y no te va a gustar.
Con los ojos en blanco apoyo una mano en el hombro de Jayme.
—Ya Jayme, creo que tuvo suficiente—
Sus ojos azules me miran bien abiertos.
—¡¿Qué?! ¡No, claro que no, ¿no lo ves hermano?! ¡Este fue el tipo que engendró a Deimon, ella vino de sus malditos huevos, del Demonio que la ha estado cazando durante toda su vida!—
—Y agradece que no fue tragada o ni tú ni tu hermano la conocerían— escupe Max con fastidio. Sin más procede a beber un sorbo de su café, traga y sus ojos grises caen sobre nosotros— ¿Y ahora qué dije?— dice al ver nuestras muecas.
Sacudo la cabeza y alejo ese comentario de mi cabeza. Miro a Jayme con fijeza y ella levanta las manos.
—Okey, okey, no pregunto nada más sobre el acto de amor y creación de tu novia—
Ruedo los ojos y lo miro directo a él. Al darse cuenta emite un bufido de cansancio hacia nuestras presencias.
—No sé qué fue lo que pasó anoche, ¿okey? Solo tuve un acto de descontrol, nada más que eso— se acomoda en el sofá de cuerpo completo, toma la manta y cubre su cabeza, procede a tomar su café bajo su campo de protección.
Niego con la cabeza y lo miro con fijeza.
—Sí sabes que eso no fue un acto de descontrol, fue ella. ¿O me equivoco?—
Él no emite palabra, cosa que me hace fruncir el ceño, está ocultando algo y no lo quiere decir. Cruzo mis brazos y lo miro con más fijeza que antes, él finge no notarlo y bebe su café como si nada, eso solo hace que mi paciencia se desvanezca, en especial con él siendo sinceros.
Me planto frente a su centro de atención, algo que sé que le molesta, y lo demuestra al levantar la cabeza y mirarme con hastío, con los ojos entrecerrados lo encaro.
—¿Qué sucedía con ella? Y no me vengas con que nada, porque con la forma en la que te retorcías de dolor anoche solo explica que algo estaba sucediendo con ella. Así que anda, escúpelo—
—Ya dije que nada pasó— me mira con seriedad.
—No te creo Max—
Se levanta dejando la manta en su lugar, se aleja de nosotros en dirección a la cocina, con el ceño fruncido lo sigo, lo escucho gruñir con molestia por mi presencia pero eso no me impide seguir preguntando por el tema.
—Ya dilo anciano, deja de guardarte lo que te está carcomiendo la cabeza y di de una vez lo que pasó—
Se da la vuelta enseñando los colmillos, unos que no se han guardado desde anoche. Me gruñe amenazante pero no retrocedo.
—Basta Ryan, ya deja de insistir y déjame de molestar—
Avanzo otro paso con seriedad.
—No lo haré hasta que me digas qué pasó—
Eso lo hace enojar.
—¡¿Qué tanto te importa saberlo?!—
La pregunta me saca de mis casillas.
—¡Ella me importa idiota! Por si aún no lo captas, me importa tu hija y sé que le pasó algo pero tú no quieres decirme, y eso me molesta porque ahora me estoy empezando a preocupar ya que si algo le pasa a ella, ¡los gemelos se quedarán solos y no quiero que ellos se queden sin su madre!— suelto con enojo.
Ese dato lo hace mirarme con asombro y… con tristeza.
—¿Gemelos? ¿Ella… tiene gemelos?— la voz le tiembla y el enojo desaparece.
Asiento aún enojado.
—Sí, tiene dos hermosos gemelos, niño y niña. Con su mismo y salvaje cabello castaño, hoyuelos en sus mejillas que los hace ver adorables pero eso no descarta lo peligrosos que pueden ser, ojos color miel que hacen que te derritas de amor, sonrisas que llenan tu alma de azúcar, una inteligencia y viveza igual a la de su madre, el mismo y maldito carácter de mierda pero igual de especiales. Los mejores niños que podrías conocer— sonrío al recordar sus caras— Te dan abrazos que pueden romperte en dos, besos que te hacen sonreír y… caricias que te hacen amarlos con todo tu corazón—
Trago grueso, los extraño demasiado. Inhalo y tras recuperar un poco de fuerzas lo miro, sus ojos grises están cristalizados y un par de lágrimas traviesas ruedan por sus mejillas, traga grueso y me mira con tristeza.
—¿Por qué nunca me contaste sobre ellos?— su voz suena dolida.
—Porque en ese entonces estaba haciendo lo imposible por protegerlos de ti, y tampoco quise hacerlo hasta ahora porque no sabía qué intenciones tenías. Temía que si te lo decía lo usaras para amenazarla, y la verdad es que en verdad me importan, cada uno de ellos—
Él agacha la cabeza y vuelve a tragar grueso, se limpia las lágrimas y asiente cabizbajo. Pero no pasa mucho para que una sonrisa comience a decorar sus labios, levanta la cabeza y su sonrisa se ensancha.
—Tengo nietos— dice con emoción, suelta una pequeña risa.