Dante.
Ryan.
—Ryan—
La voz profunda de mi padre capta mi atención, giro la cabeza y con rapidez me pongo de pie y con la espalda recta como si fuera un soldado más. Él me mira con desdén y hace una seña con su cabeza para que lo siga, lo hago de cerca y sin emitir palabra al menos que decida pedírmelo. Cosa que hace luego de unos segundos, justo cuando abre la puerta del sótano y comenzamos a bajar por las escaleras:
—¿Qué edad tienes muchacho?—
—Once años, seis meses y dos semanas señor— respondo con seriedad.
—Ya eres un niño grande— me echa un vistazo por unos segundos.
—Eso creo— él se detiene y su rostro serio y mirada gélida se posan sobre mí, haciendo que trague grueso y me apresure en corregir mi respuesta— Sí señor—
Él asiente y continúa su camino, en total silencio lo sigo hasta una puerta oscura y de metal bastante grande, frunzo el ceño cuando lo veo escribir un par de número en la tableta de al lado, seguido de la luz verde que aparece sobre la puerta en señal de que el paso es permitido. No emito palabra en ningún momento, ni siquiera cuando un grupo de soldados con grandes armas observan con gran fijeza a un tanque de cristal vacío, el cual es rodeado por un círculo de cenizas.
—Dime Ryan, ¿cuál crees que es nuestro trabajo?— pregunta mi padre con los brazos cruzados.
—Son investigadores señor— respondo con confianza. Pero la respuesta obtiene una negación, lo que me hace sentir confundido sobre el trabajo que realizan mis padres.
Como respuesta mi padre señala el tanque con la cabeza, de pronto una luz blanca y cegadora se enciende e impacta con el tanque, revelando en su interior a un hombre encadenado. Pero no uno normal, sino con ojos negros inyectados en sangre, su piel morena está cubierta de golpes y sangre seca, su cuerpo desnudo tiene grandes tajos como si de arañazos se tratase y sus manos poseen grandes garras afiladas, y se ven capaces de cortar lo que sea. Con los ojos abiertos camino alrededor del tanque y me detengo detrás del mismo, en donde puedo observar la espalda del hombre: está cubierta de arañazos y mordidas como si un animal grande y fuerte lo hubiese hecho; subo la mirada a su cabeza carente de cabello: justo en la nuca hay una cicatriz bastante grande, como si hubiera sido arrancado de un jalón. O, arañón.
Con cara de sorpresa regreso a mi lugar y miro a mi padre en busca de una explicación, pero él no emite palabra alguna, como si su tiempo de comunicación conmigo ya hubiese acabado. Giro la cabeza cuando el sonido de unos tacones resuenan en el lugar, mi madre aparece con su cabello negro azabache atado en una cola alta, los labios pintados de rojo y la mirada verdosa resaltando por la máscara de pestañas que siempre usa. Sin duda una mujer hermosa, pero lo que tiene de belleza lo tiene de fría. Ella camina hacia mí y apoya su mano en mi hombro, con una sonrisa mira al hombre quien abre la boca y le emite una especie de gruñido agotado, en donde puedo visualizar un par de colmillos grandes y afilados como los de un felino o canino.
—Como verás Ryan, las apariencias engañan y como prueba nos tienes a nosotros— habla mi madre con voz suave.
—No entiendo nada— confieso en voz baja, la miro sobre mi hombro— ¿Qué es este lugar y qué se supone que son ustedes?—
—Nosotros… Somos cazadores, niño— dice con una sonrisa.
—¿Cazadores?— pregunto con el ceño fruncido.
—De criaturas sobrenaturales, nuestro deber es cazarlos y matarlos, liberar el mundo de ellos— la voz con la que habla suena macabra, y la mirada que posa sobre el hombre es peor.
—¿Quién es él?— pregunto.
—Su nombre es Paul, era un científico hace años que hacía experimentos con personas y animales, creyó que tendría la oportunidad de mutar alguna célula animal y humana, con el fin de otorgar ciertos dotes increíbles. ¿Y qué crees? Lo consiguió, pero no lo quiso compartir con nadie y por lo tanto se volvió una presa que nos divirtió cazar— finge un pequeño puchero de lástima.
—¿Q-qué piensan hacer con él?— la voz me sale entrecortada.
Mi madre sonríe de forma siniestra y lo siguiente que hace es dejar un arma entre mis manos, con los ojos bien abiertos me giro para verla pero ella solo observa al hombre, seguido de un asentimiento de cabeza y un pequeño apretón en mi hombro.
—Recuerda las clases de tiro de papá, y dispara seis veces hasta formar una D en su pecho—
Regreso la vista al hombre y trago grueso, no puedo dispararle pero tampoco puedo negarme o me veré obligado a recibir un castigo, y no quiero hacerlo. Pero debo decidir. ¿Qué vale más? ¿Una vida de alguien sobrenatural o la mía? Muerdo mi labio inferior y con manos temblorosas levanto el arma, la mirada rara del hombre se posa en mí pero no refleja nada, no hay sentimientos en ella y siento que al no ver nada que me provoque culpa me daría la fuerza y el valor necesario para disparar, pero ni eso es posible. No me siento capaz de hacerlo.
Con lentitud bajo el arma y agacho la cabeza, las manos de mi madre se cierran con fuerza y con brusquedad me arrebata el arma de las manos, lo siguiente que escucho son seis disparos que atraviesan el cristal e impactan en el cuerpo del hombre. La veo bajar el arma y cuando creo que eso es todo decido levantar la cabeza, pero recibo un bofetazo con demasiada fuerza que me da vuelta la cara, y sin decir nada se aleja de mí. Tanto mi padre como los demás hombres la siguen y me dejan solo, reteniendo las lágrimas levanto la cabeza y la fijo sobre el cuerpo inerte del hombre, en donde en su pecho descansa la letra D hecha con balas. Con rapidez desvío la vista y sin mirar atrás salgo del sótano, con la vista fija en el suelo camino hasta mi habitación en donde me encierro y lloro en silencio hasta quedarme dormido.