Ryan.

Capítulo 23.

Secretos.

Max.

Los ojos oscuros de la pelinegra me miran con fijeza, como si su mente intentase comprender lo que dije, algo que es bastante simple pero que muchas veces uno no quiere creer. Y es algo que demuestra al negar con la cabeza y repetir en varios murmullos que no es cierto. Relamo un poco mis labios.

—Abigail...— comienzo.

—No— me corta, sus ojos oscuros me miran con molestia— No es momentos para tus estúpidas bromas, te prohibo que juegues con eso—

Aprieto mis labios.

—Por más que quiera, insisto que es cierto— hablo con voz monótona. Pero ella niega con determinación.

—No es cierto— dice en voz baja. Sus ojos no tardan en resplandecer ese llamativo gris brillante, y sus labios se mueven decididos en su cometido:— Deseo que no sea cierto—

La observo con atención en todo momento, y ella no quita sus ojos de los míos mientras que espera a que sus intenciones se cumplan, pero sucede todo lo contrario: sus dedos se entierran en el pasto, su mandíbula se tensa y las venas del cuello comienzan a resaltarse cuando su petición no parece cumplirse a pesar de ser parte esencial de sus poderes. El cuerpo le comienza a temblar ante el dolor y la veo negarse cuando me le acerco para ayudarla, pero ante toda resistencia le es imposible no ceder. Ella suelta gemidos de dolor y agacha la cabeza mientras trata de recomponerse, me le acerco y la tomo del mentón para que me mire. Sus ojos oscuros pierden rastro del gris brillante y son inundados por las lágrimas que se le acumulan dispuestas a salir, las cuales no tardan en descender por sus mejillas cuando paso el pulgar por su mejilla con delicadeza, sus ojos se cierran ante el tacto y el labio inferior es atrapado por sus dientes, pero eso no le impide temblar. Suelto un suspiro y limpio con delicadeza el hilo de sangre que salió de su nariz tras el uso de sus poderes.

—Me temo... que hay cosas que no se pueden evitar— susurro— No existe poder en el mundo que pueda hacerlo, ni siquiera el de seres sobrenaturales como yo—

Ella sorbe por su nariz y niega con su cabeza con lentitud.

—No es justo— susurra para mí, sus ojos se abren y encuentran los míos. Le sonrío con ternura.

—Nada en esta vida lo es mi pequeña Abigail—

Sus ojos se observan con cierta confusión.

—No entiendo porqué me lo dices a mí—

Mi sonrisa amenaza con desaparecer pero se lo prohibo, por lo que decido apoyar mi frente sobre la de ella con delicadeza y cerrar los ojos, un gesto significativo para los de mi especie, en el que decimos todo sin decir nada y en el que demostramos tanto para aquellos que nos llenan. Su corazón aumenta en latidos y una de sus manos se apoya sobre la mía, para empezar a trazar suaves caricias sobre el dorso. Nos quedamos así por lo que parece una eternidad, hasta que ambos decidimos separar nuestras frentes unos centímetros, en donde nuestras miradas vuelven a encontrarse.

—No diré nada a menos que quieras, lo... prometo— habla en voz baja. Hago un leve asentimiento con mi cabeza.

En total silencio nos volvemos a acomodar con los pies en el borde del acantilado, con nuestros cuerpos juntos, su cabeza sobre mi hombro y la mía sobre la de ella. Nos quedamos en silencio observando el paisaje y los colores que genera el atardecer en el horizonte, así hasta que la noche llega y nos vemos obligados a regresar. La acompaño hasta su casa en donde nos despedimos con pequeñas miradas y sonrisas medias tristes, pero no emitimos palabra alguna porque no parecemos necesitarlas. La puerta de su casa se cierra con lentitud y es donde me permito regresar con las manos en los bolsillos y la mente en blanco. La cual permanece incluso después de acurrucar a mis nietos y despedirme de mi hija y yerno con la frase buenas noches, para luego tumbarme en el sofá y cerrar los ojos después de observar el techo con gran fijeza por varios minutos, en donde pienso con seriedad todo lo que se vendrá ahora en consecuencia del encuentro con la antigua familia de Ryan, el encuentro con mi progenitor, la revelación de mi destino a Abigail y lo que me llevó a manipular a Ryan el día que me salvó de mi prisión en la cueva. Así, hasta quedarme dormido.

Jadeo con fuerza pero no detengo mis pasos apresurados, a pesar de que mi cuerpo adolorido por la paliza y el fuerte dolor de cabeza me lo pidan a gritos, pero la necesidad de huir a toda costa es más fuerte. En especial al ver quién es mi cazadora. Maldigo en voz baja y me detengo con brusquedad haciendo que un montón de tierra se levante, en el momento justo que esa maldita niebla negra que tanto odio aparece frente a mí. Me apresuro en correr hacia el otro lado pero en cuestión de segundos soy rodeado por la misma, al tiempo que la horrenda risa con intento de maldad se escucha a mi alrededor, haciendo que me irrite lo suficiente y me lamente por haberla transformado.

Vuelvo a maldecir cuando la siento pasar cerca de mí y comenzar a rasguñar mi piel con sus cuchillos, aprieto mis manos y con un movimiento de cabeza la niebla desaparece y su cuerpo queda flotando en el aire, mientras que con sus manos sujeta su cuello ante la falta de aire que le genero. Pero tal poder no me dura mucho, el cansancio me llega con rapidez y caigo de rodillas ante el dolor que me proporciona mi maldición. Suelto quejidos de dolor y ella cae al suelo mientras sujeta su cuello, sus ojos encuentran mi rostro y una sonrisa malvada aparece en sus labios para acercarse con rapidez, y de una patada tumbarme contra el suelo con un pie sobre mi garganta, pero por más que quiera mis poderes no funcionan. Muevo los pies y trato de removerme pero eso hace que la presión en mi cuello aumente, junto a su sonrisa malvada.




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