Ryan.

Capítulo 32.

Hijo de la Luna.

Selene.

Niego con la cabeza y acerco ambas manos a la niebla que se desvanece frente a mí, vuelvo a negar cuando la habitación regresa a su característico color blanco, y pareciera que nada hubiera pasado. Como si... ya todo hubiese acabado. Observo el lugar en donde antes se encontraba la grieta con la boca entreabierta y la mirada perdida, trago grueso y retrocedo un par de pasos sin creer lo que sucedió frente a mis ojos. Hasta que un gran y estruendoso grito llega a mis oído, aturdiendo en el proceso y obligándome a caer de rodillas al suelo mientras cubro mis orejas con la esperanza de callarlo. Pero por más que implore que se detenga, sé que no sucederá porque no es cualquier grito, sino el grito de la castaña que lleva consigo la noticia a quienes más conexión tengan, y eso provoca que más gritos desgarradores lleguen a mis oídos pero soy capaz de reconocerlos a cada uno.

El primero es el de la pelinegra, y junto a su grito viene la imagen de su reacción que se reproduce en mi mente como si estuviera físicamente presente: cae de rodillas al suelo, lleva ambas manos a su pecho y rompe en lágrimas que caen como grandes cataratas, mientras la pelirroja la sostiene y trata de evitar que termine de desmoronarse. El otro es el del castaño de cabello largo mitad caballo: él queda petrificado y sus puntiagudas orejas se mueven hacia atrás al comprender lo sucedido, mientras niega con la cabeza y sus patas traseras pierden fuerzas, al tiempo que gruesas lágrimas caen por sus ojos y con sus fuertes pero temblorosas manos se aferra a su lanza, evitando a toda costa desplomarse en el suelo. Y el tercero... el tercero es difícil de entender, ya que es como si fueran tres voces a la vez que se hubieran sincronizado para expresar el mismo dolor, el cual lo convierte en una misma voz. Pero lo que puedo rescatar de ellos es una en singular: esta se mueve como una melodía oculta en el viento, una voz tan cálida e... infantil que te rompe el alma pero se escucha irreal, es... como si no fuera de este mundo y viniera de otro lado que es tan conocido y desconocido a la vez. Es... como una imploración.

Abro los ojos y parpadeo, liberando las lágrimas de dolor que se han formado en mis ojos durante todo este tiempo, para observar el momento justo en el que una extraña pero pequeña bola de niebla se forma frente a mis ojos. Y crea una grieta que no me permite ver nada más que un resplandor cegador, entrecierro los ojos ante la imagen y trato de buscar la razón por la que apareció, una duda que se esfuma al distinguir una sombra que se mueve a la distancia y que camina hacia mí. Arrugo el ceño y ladeo la cabeza cuando la misma sombra se divide en dos más, y las tres caminan hacia mí, para comenzar a mostrar las siluetas de tres personas de diferentes estaturas y proporciones. Pero las tres con el mismo objetivo: yo. Ellos no se detienen hasta quedar a un par de metros de la grieta, la distancia justa para evitar mostrar sus rostros y que lo único que se pueda distinguir sean sus siluetas. La silueta del medio, siendo la más baja que las otras dos es la que da un paso y parece mirar mis ojos con fijeza.

Sabes qué hacer— susurra con una cálida pero infantil voz, similar a la del grito. La silueta de su derecha, un poco más alta, da un paso al frente.

Confía en tu intuición— susurra, su voz siendo una femenina y madura. La tercera y última silueta da un paso, esta siendo más alta que las otras dos.

Aún no es tarde— susurra, pero a diferencia de las otras dos, es una voz gruesa y masculina.

—Pero...— aprieto los labios y sacudo la cabeza— No puedo interferir—

Ellos se miran a la vez y tras parecer convencerse de algo regresan su atención a mí, para mostrar el brillo, pero no cualquiera sino ese brillo. El que es suficiente para convencerme de lo que sucede y me hace asentir con la boca entreabierta, ellos dejan de emitirlo y parecen sonreírme.

Confíamos en ti— emiten al unísono, antes de dar media vuelta y comenzar a alejarse. Y en su compañía, la grieta se cierra tras ellos y la niebla desaparece.

Levanto la cabeza y bajo las manos, cierro mis ojos y suspiro con fuerza, antes de volver a abrir los ojos y concentrarme para traerlo a aquí. Llevo dos dedos a mis labios y deposito un corto beso, para bajar al suelo en el que estoy y apoyar esos mismos dedos ahí. En cuestión de segundos un destello sucede debajo de ellos y esa zona vacía es sustituido por su cuerpo, el cual se mueve bajo mi piel y hace que retire mi mano para permitirle espacio. Él abre los ojos y mira a todos lados con confusión, hasta que se detiene en mis rodillas y con los ojos confundidos levanta la cabeza, encontrándose con mi rostro para quedar completamente paralizado.

—Hola Ryan— saludo con una sonrisa y ladeo la cabeza. Él levanta una mano y me señala con cierto miedo.

—T-tú... eres...S-selene— suelta en un hilo de voz. Asiento con la cabeza, esperando que se confunda un poco y así darle tiempo a que analice pero sucede algo... diferente. Tras ver mi respuesta sacude la cabeza y abre los ojos de par en par, para comenzar a tantear su cuerpo con desesperación y mirarme con palidez— ¡¿Estoy muerto?!—

—Emm, sí— respondo con confusión por su reacción tan acelerada. Con Dei fue completamente diferente, ella había perdido la memoria por un rato pero él... parece recordar.

—Maldición... ¿Y mi familia? ¿Ellos también están muertos?— pregunta con demasiada rapidez.




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