Ryan.

Epílogo.

Nueve meses después.

El día había llegado, el momento de gran tensión y que más nervios les había generado se estaba cumpliendo, y con ello los dos dueños de los ojos verdes esmeraldas estaban consumidos por el miedo, pero más que nada por la emoción luego de tantas cosas vividas en ese mes de Julio, en donde a pesar de los sentimientos encontrados ambos se esforzaron en que todo mejorara y sanara. Algo que se consiguió con el tiempo y la unión que desarrollaron como familia, para que justo el día 20 de marzo y con la ilusión de que el tiempo funcionaba con más lentitud de la acostumbrada, los dolores intensos comenzaran y los llantos los alertaran a todos. Provocando que el pelinegro y unos gemelos de diez años actuaran de inmediato tal y como se habían preparado: el adulto cargando a la castaña con su nueva fuerza de Guerrero Infernal, y con delicadeza recostando a la castaña en la pequeña piscina de agua tibia que los gemelos se encargaron en preparan. El varón terminando de organizar el espacio y las cosas necesarias, mientras su gemela se encargaba de aliviar el dolor de su madre, y su padre se teletransporta en busca de la mujer de ojos oscuros.

Ellos aparecen en medio de la habitación, y ella se arrodilla frente a la castaña con rapidez mientras el pelinegro lleva a los gemelos fuera de la habitación, y son recibidos por sus tías. Ellos se quedan en silencio y esperan pacientemente a que todo termine, mientras los gritos dentro de la habitación aumentan y el llanto de la castaña crece ante el dolor que se genera entre sus piernas, a la vez que su pareja se encarga de sostenerla desde atrás y resistir el dolor que le causa los fuerte apretones de su castaña. La mujer por su parte se centra en preparar todo y ayudarla a calmarse, a la vez que le da indicaciones y controla todo con gran habilidad y conocimiento, haciendo que las casi doce horas de tortura pasen y el gran llanto hinunde la habitación.

La cabezas de los gemelos se levantan con rapidez ante el sonido de la puerta abriéndose, y consigo el rostro de su padre luciendo una gran sonrisa que los invita a pasar, ellos ingresan con nervios y sus ojos se dirigen al centro de la cama, en donde su madre yace sentada completamente limpia y en su brazos carga un cuerpo diminuto. El cual desprende un agradable aroma dulce y hace que ellos se acerquen con curiosidad, ambos se suben a la cama y se sientan a ambos costados de su madre, para que, con gran asombro abran sus ojos ante el nuevo integrante. Justo en los brazos de la castaña se encuentra un pequeño cuerpo de tez clara, con una mota de cabello negro azabache justo igual al de su padre, algo que les resulta gracioso y adorable a la vez. La castaña acerca a su bebé al rostro y deja una suave caricia con la punta de la nariz, haciendo que esta se mueva y abra sus ojos con vagancia, revelando el par de ojos verdes tan claros que con la luz de la habitación asemejan ser grises.

—Es una niña— habla su padre recostado cerca de los pies de su pareja.

Los gemelos abren los ojos y se miran entre sí con grandes sonrisas, ambos regresan la vista a la bebita que arruga el ceño y observa el rostro de su madre con curiosidad.

—Es perfecta— comenta la niña y traga grueso para no dejarse llevar por la emoción.

—¿Cuál es su nombre?— pregunta el varón sin retirar la mirada de la bebé.

Ambos padres se miran a la vez y sonríen con complicidad. La castaña regresa la atención a la bebé y con delicadeza acaricia el rostro de la misma, haciendo que esta mueva su boca y saque su lengua, al tiempo que suelta un pequeño quejido que les roba unas risitas a los presentes.

—Maxine...—

Diez meses después.

Todos y todo se movían con rapidez y nerviosismo, pero más que nada con mucha emoción por el día festivo que con gran euforia habían ansiado y preparado. Y vaya que lo hicieron, los pequeños bancos de madera, las pequeñas mesas redondas a un costado, los adornos florales y el arco de arbustos con pequeñas orquídeas mariposas. Flores de color rosado, morado y blancas con puntos rojos, capaces de florecer en el invierno y las adecuadas para la celebración que compartirían. Con nerviosismo y al borde de las náuseas se miraba al espejo, y evitaba tocar el maquillaje sencillo pero perfecto que Jayme le había hecho, mientras mordía el interior de sus mejillas y jugaba con sus dedos o los enredaba en la tela de bata de seda que tiene puesta.

—Relájate o te vas a desmayar y dañaras mi mejor obra— regaña con una sonrisa la pelinegra azabache.

—Lo siento...— se disculpa la castaña y cierra un poco los ojos, mientras hace cortos ejercicios de respiración.

—Ma...má...—

La pequeña voz infantil la hace girarse en seguida, para observar a una pequeña bebé de diez meses, con un salvaje pero corto cabello negro azabache, con dos pares de pequeños dientes luciendo en su divertida sonrisa y el bello e increíble par de ojos claros que destilan el típico aire malicioso de su abuelo. La castaña le sonríe y se acerca a la cuna en la que la bebé yace sentada, con delicadeza la toma entre sus brazos y la incrusta en su cintura mientras la pequeña cierra sus manos en torno a la tela de la bata, y sonríe al ver el rostro de su madre.

—¿Pero a quiénes tenemos aquí?—

La voz provoca que la bebé gire su cabeza y su sonrisa se vuelva radiante al ver a la mujer de ojos oscuros y cabello negro. Ella entra luciendo vestido azul sencillo, pero con su maquillaje natural y el cabello trenzado es imposible no verla destilar elegancia, característica que siempre ha fascinado a la castaña, sobre todo a uno en específico. Abigail entra a la habitación y sonríe con diversión cuando la bebé le extiende los brazos.




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