Estaba frente al espejo, mirándose analíticamente, su cabello rubio hasta los hombros. Sin dudar, tomó las tijeras y comenzó a cortarse el cabello hasta las orejas y cuando vio el resultado. Era igual a Elisa.
Sonrió emocionada y al bajar su padre la miró sorprendida.
—¡Tu cabello!
—Ahora se usa corto.
Miró a su hermana junto al chico apuesto y varonil.
—¡No debiste cortarlo!
—Ya déjala hacer lo que desee… —intervino Elisa—. Me gusta tu corte, se parece al mío.
Frank farfulló.
—Están locas, no voy a permitir que se desbanquen.
Se retiraba molesto y Elisa le dijo a Trevor.
—Lo siento, querido, te dije que no sería fácil.
—No imaginé que fuera un ogro.
Ana sonrió y le dijo entonces.
—Ya se le pasará, lo único bueno es que podremos celebrar nuestro cumpleaños juntas.
Trevor miraba a cada una con extrema curiosidad y dijo.
—Son de miedo.
Gloria acomodaba su cabello rubio en esos momentos, pensó en usar una diadema, no quería verse tan juvenil, pero Rayos, si estaba en sus cuarenta y cinco, se la colocó y se miró ante el ancho espejo de su cómoda.
—Ya deja de lado la molestia, sabes que ese chico no durará con ella.
—Está fuera de control, rayos, siempre fue una chica loca, pero esto es el colmo.
—Ya madurará…
—Quiero que se case con Dickens, eso es lo mejor que hay para ella.
—Es chico, es muy pálido, muy raro… dicen que es afeminado.
Su marido la miró con mirada centelleante y le recalcó.
—Estudia para abogado como su padre, como su abuelo, como su bisabuelo… Será un brillante abogado.
Entonces, como si recordara algo que tenía en la mente.
—Además, esto es culpa tuya.
—¿Mía?
—Me diste gemelas y mujeres, no te esforzaste por un varón, no tengo quien me herede el apellido.
Su esposo sacaba cada teoría más tonta. Se vio ante el ancho espejo que tenía en la habitación, era largo y se apreciaba todo, su bello vestido blanco con chaqueta a juego.
—Me veo bien.
—Un varón… —escuchó a su esposo—, sería mi bendición, mi heredero y ese par de gotas de agua se quedarían sin nada.
Gloria le indicó entonces.
—Ana seguirá tus pasos.
—Ana, se cortó el cabello como un macho, es otra loca, no veo en ella futuro.
Cuando vio a la puerta Ana lo miraba dolida.
—Cariño —se acercó su madre—, todo está bien, tu padre no quiso decir eso.
Ana se soltó de su agarre y bajó, su hermana usaba un atrevido vestido de tiras cruzadas en la espalda, color melón, su tono favorito. Trevor besaba su hombro fascinado por el aire seguro que de ella emanaba.
—Ya estoy lista.
Ana sonrió y vio a su hermanita con un vestido rosa hasta arriba de las rodillas.
—Te ves tan fresa.
Su hermana se sonrojó y vieron bajar a la pareja.
—Deseo tanto comer y beber unas margaritas.
—Bien, vamos.
Trevor estaba con un pantalón de lino blanco y una camisa holgada azul marino remangada hasta los codos.
—Se ve genial, señora Rothern.
—Gracias, Trevor.
—Iremos donde siempre.
Salieron rumbo al Kracatoa un restaurante al pie del mar, con una vista impresionante. Allí convergían todas las familias elegantes y adineradas de la zona.
Gloria saludaba aquí y allá, su esposo lo mismo.
Trevor, que nunca había pisado el lugar le dijo en voz baja a su novia.
—Todos los conocen.
—Así es esto.
Tomaron una mesa y Frank sonriendo miró el entorno y comentó.
—Esto es vida.
Una conocida se les acercó.
—Pero si eres tú, Gloria —besos y abrazos—. ¡Estas regia!
—Gracias, tu no estas nada mal.
Dios, era la petulancia más grande del mundo, Elisa contemplaba todo con diversión.
—Tus preciosas joyas dobles, lindas.
—Gracias — dijo Ana.
Entonces comentó.
—Elisa es asidua de nuestras playas, su figura espléndida se pasea por todos lados y el chico salvavidas, tan lindo.
Gloria le preguntó entonces.
—Cuéntame novedades.
—Una terrible, ¿recuerdan al chico de los Barret?
—Sí, ¿por qué?
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Editado: 18.10.2025