S. O. S. Elisa

Cap. 5 La vida de David

David Clayton era el hijo único de una vendedora de bienes raíces y solía ocupar su tiempo en investigar eventos paranormales y captarlos en su canal de internet, además de trabajar haciendo envíos para el señor Rally, un anciano de buen corazón que tenía una gran despensa.

Esa mañana iba a desocupar los congeladores de Rally, llevaba consigo sus guantes gruesos y una chompa, porque eran 4 grandes congeladores y debía terminar su trabajo.

—Hola, señor Rally.

—Vaya, pero si eres tú, David, ¿listo para la acción?

El joven de 16 años sonrió, era un poco alto y de cabello oscuro y espeso, siempre andaba despeinado, su tez blanca y sus modos de chico bueno lo caracterizaba y en su mirada verde podía reflejar ese espíritu aventurero.

—Gran programa, el de anoche.

—Sí, hoy pienso subir a la catedral del pirata para hacer tomas desde allá.

Se acercó a uno de los congeladores y comenzó a tomar gavetas y depositar en ella lo que allí había.

—Hablé con la joven que perdió a su hermana.

—Sin duda, doloroso —comentó el anciano.

—Ella dice que lo va a conseguir…

Sacaba trozos de carne congelada y pollos.

—¿Conseguir qué?

—Ya sabe… Sacar a su familiar del infierno.

—Todos lo dicen, nadie lo hace.

—Es lo que digo; sin embargo, puede suceder un milagro, como lo del buque Cotopaxi, que se lo encontró después de 90 años, puede que sea así…

—Noventa años y ni señas de los tripulantes.

—Debieron morir de viejos… —jalaba unas costillas de cerdo que estaban pegadas al fondo—. ¿O quién sabe?

El anciano entonces le preguntó.

—¿Tienes una teoría?

—Siempre —comentó el muchacho.

Entonces comenzó a limpiar el congelador, sacar enormes pedazos de hielo atorados y casi se caía adentro. Se mantenía equilibrando todo bien.

—Creo… algo tienen que ver las criaturas del mar y las sirenas.

—Sirenas, he escuchado de gente que habla de ellas —se cogió pensativo la quijada—. ¿Quién dice la verdad de todo eso?

Entonces añadió a su comentario.

—Algunos solo quieren ajustarse a la moda del tiempo, mienten para solo estar de moda.

—Es cierto.

El chico exhalaba aliento helado.

—A veces es así, pero ese joven, el Josh Barret quedó tonteado por esas criaturas.

—Puede que solo estuviera drogado. A veces solo deseo saber dónde está mi primo, solo eso.

David lo miró con pesar, su historia tenía que estar ligada con lo del triángulo. Su primo, Chesny, había llegado de visita a Castor Blake, para todos era una inmensa alegría aquello, incluso para el señor Rally, que en ese momento tenía 21 años, entonces su primo se empeñó en navegar, como nadie quiso acompañarlo, alquiló un bote y se hizo a la mar una mañana del domingo. Nunca apareció.

Todos decían que su bote había sufrido un desperfecto, hasta que unos marineros dijeron que vieron su barco en dirección hacia el Triángulo y aparentemente todo estaba bien, no notaron nada fuera de lo común, esa fue la última vez que lo vieron.

Ahora las primeras investigaciones dieron con que él ingresó en el Triángulo, lo cual lo hizo un posible candidato a desaparecer, nunca más se supo de él.

Terminó pasando el medio día y al salir con unos obsequios de parte del anciano iba de camino cuando se topó con una compañera de clases. la preciosa Leslie, una pecosa muy especial que lo tenía bastante cautivado.

—¡Leslie!

—¡Qué bueno que te encuentro! —se detuvo ella emocionada—. Quiero saber si vas a ir a la gran fogata playera.

Una tradición que rezaba así. Desde tiempo inmemoriales, hace 20 años, la fogata ha sido la tradición de todos los estudiantes de 14 a 16 años.

Consistía en llevar todos, un leño y con todo eso hacer una gran fogata y cantar y narrar historias de miedo.

—Cielos… es que no sé.

—Debes de ir, estamos en esa edad, todos irán. Tod tocará la guitarra y cantará canciones del mar.

La chica parecía emocionada y emocionada, se la veía más linda, su cabello castaño oscuro le llegaba hasta debajo de los hombros, era bella sin duda.

—Tienes que ir.

—Bueno, veré cómo me las arreglo, será genial.

Claro, solo debía de convencer a su madre de que sería una actividad grupal necesaria. Dicho sea de paso, su madre no creía en ello.

Caminó y vio a unos chicos ir a la playa, eran las tres. El sol de las tres era fuerte, pero era la playa, chico, ¡qué increíble!, miró los obsequios que goteaban haciendo un pequeño charco. Esa era la señal de apresúrate chico.

Cuando llegó a casa vio a su madre en la mesa con muchos papeles y con su laptop abierta y hablando por teléfono.




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