David vio esas palabras como una invitación, ¿de quién? Solo Dios sabía, pero por algo le habían dado el libro.
Tenía que reunir todo el valor posible para ir de nuevo a la iglesia del pirata.
Esa tarde tomó su mochila, su cámara y grabó un mensaje.
—Si no vuelvo, continúen con lo que he dejado.
Le envió un mensaje a Leslie en clave para que encuentre todo lo relacionado con el diario y sus investigaciones.
Le escribió a Ana despidiéndose de ella, por si acaso y pidiéndole que siga buscando a su hermana.
Otro a Doug con la copia del diario para que estuviera prevenido por si quisieran enviarlo con las sirenas.
Luego tomó una navaja y un spray picante, no sabía si eso podía ayudarlo, pero no se daría tan fácilmente.
Caminó decidido por las calles viendo a todos lados y cuando vio la escalinata de la iglesia tomó aire.
—¡Vamos, David!
Se dio ánimos y subió cada peldaño con lentitud y cuando llegó a lo más alto, vio todo el silencio y se arrepintió de haber acudido solo.
—Rayos, debí dejar mi testamento en línea.
Sacó su cámara y enfocó el sitio.
—No hay nadie a la vista, tal vez vine a una trampa. Tal vez me espera una muerte dolorosa.
Pensó que la élite solía tirar de lo alto a sus víctimas y ese sitio era muy alto y colindaba con un despeñadero, se haría mierda al caer.
—Madre, si ves esto, fui un hijo aventurero, pero te amé a mi modo, cásate de nuevo y sé feliz, ten otros hijos y sale de este maldito pueblo.
No sonaba exagerado, estaba de nervios. Tomó su navaja.
—Bien, estoy aquí y estoy armado.
Tanteó su gas pimienta y avanzó a la iglesia con lentitud, enfocó la fachada. Barcos antiguos y sirenas decoraban el entorno.
—Esto es un monumento a estas cosas.
Había una estatua de una sirena sentada en una roca original.
Entró enfocando y con su navaja en alto, la cámara captaba su respiración agitada.
—No hay nadie, solo bancas de madera y ese olor a incienso.
Enfocó estatuas de personas orando al mar, retratos de mar, un timón del barco de Blake. Conchas incrustadas en las paredes.
El techo tenía forma de cúpula mitad de hierro y vitrales que contaban la historia de una nave.
El altar era una piedra rústica de quién sabe cuántos años, una cruz de madera negra y unos velones tan altos que impactaban.
Dos salidas a los costados, una al mirador y otra al otro lado, una escalera de rocas que llevaba a algún lado.
—No hay nadie.
Tal vez nadie quería verlo o era una trampa elaborada. Escuchó pasos y se tiró al suelo a esperar y vio a un sacerdote que silbaba.
Filmaba cada detalle, lo veía encender los velones y revisar un librito, decidió levantarse.
—Hola.
El hombre de unos 67 años, cabello canoso y una sotana negra como la noche lo miró.
—Ah, eres tú.
—¿Me conoce?
—Sí, vienes a filmar desde esta altura siempre.
Ah, solo eso.
—Sí.
—¿Vienes a filmar hoy?
—No, vine porque me citaron.
—Vaya, ¿es linda la joven?
—De hecho, es un hombre, al menos eso espero.
El sacerdote enarcó una ceja y el chico se corrigió.
—No pateo para otro lado, es que soy investigador de asuntos paranormales —sonaba muy profesional—. Tengo un canal.
—Ajá, sí, creo que lo he visto.
Terminaba de arreglar el altar.
—¿Lo ha visto?
—Es bastante interesante.
Tenía un fan frente a él.
—Entonces busco a alguien.
—¿Y lo conoces?
—Nop.
—¿Viniste a citarte con un desconocido?
Sonaba muy mal, lo sabía, pero él tenía una excusa.
—Soy aventurero, es parte de lo que hago, la verdad debe de salir a la luz.
El hombre sonrió y le indicó que lo siguiera. Él fue sin entender quién era ese sujeto.
—La verdad la juventud me sorprende.
—¿Por qué?
—Me sigues sin saber si puedo ser un sicópata que desea matarte.
El chico se detuvo y preguntó con miedo.
—¿Y lo es?
—No, tienes suerte.
Las escaleras llevaban hacia un salón muy antiguo.
—Soy el padre Vilas.
—Oh, mucho gusto, soy David.
—Toma asiento.
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Editado: 18.10.2025