La pesadez en mis ojos es tan grande que no puedo abrirlos de inmediato pero aun así lo logro. “Donde me encuentro”, mi mente parece no reconocer el lugar donde estoy más aun así me siento cómodo, estoy acostado sobre una pequeña cama, en una especie de casita de campo, esto me hace acordar de la vieja casita de mis abuelos maternos. La estancia está muy bien acomodada por que el espacio es reducido. Es de mañana, ¿Cuánto tiempo he dormido?
— ¿Ya se ha levantado la bella durmiente? — La voz masculina desconocida invade mis oídos.
— ¿Quien eres? — Mi voz suena pastosa por la falta de uso.
— ¿Por qué? ¿Tan mal me veo? — Dice el muchacho acomodando una canasta llena de ropa al lado del armario de madera.
— ¿Ah? — Digo con la mente en Júpiter.
— Oh, Darling. ¿Tan desorbitado estas? — Dice él. No sé por qué no me da miedo estar en casa de un desconocido, la pregunta es ¿Cómo llegué hasta aquí? De repente los recuerdos vienen a mí y me acuerdo de mis pertenencias y una chispa de nerviosismo cambia mi expresión.
— ¿Que paso anoche? — Digo aún adormilado.
— Nada, lamentablemente. Solo te recogí del piso y te arrastré hasta mi humilde morada. — Explica y hace referencia a la estancia.
— ¿Dónde está mi maleta? — Digo yo.
— Allí, — indica con su mano. — Bueno, mi nombre es Ángel. Mucho gusto — Estrecha su mano en mi dirección.
— Joe, un gusto. — Correspondo su gesto. El chico es igual de blanco que yo y parece tener la misma edad mía, sus ojos verde claro y su cabello rubio le hacen parecer una buena persona.
— ¿Vives solo? — Pregunto yo.
— Afortunadamente. — Dice doblando la ropa del cesto y acomodándola en el armario.
— ¿Y tus padres? — Pregunto de nuevo.
— ¿Me estas interrogando? — Dice arqueando sus cejas divertidamente.
— Discúlpame Ángel, Es que hace unas horas me encontraba huyendo de ti y ahora estoy sobre tu cama.
— ¡No digas eso que me calientas óyeme! — Canturrea en dialecto costeño. — Y para tu información no soy un ladrón, salía de mi trabajo tranquilamente y me topo con un lunático desorientado en medio de la noche. — El tono en el que lo dice me hace reír.
— Discúlpame. — Digo sonriente.
— Bueno, empecemos ubicándonos ¿Verdad? — Dice y mi corazón se estruja un poco — Como vez vivo solo, entonces, literalmente eres un peso para mí...
— Solo dos días por favor — Suplico yo.
— Pero...
— Yo te hago la comida y te lavo la ropa. — Digo uniendo mis manos en son de súplica.
— ¿Tu? — Dice señalándome con su dedo índice — Que tienes cara de no ir al colegio porque está lloviendo.
— ¿Si, si, sí? — Digo sonriendo lo más que puedo y asintiendo con la cabeza, Ángel rueda sus ojos al cielo.
— Ah, está bien. Solo dos días. — Dice fingiendo que hace un gran esfuerzo.
— ¡Gracias! Tienes tu primer escalón al cielo — Digo abalanzándome sobre él y el me corresponde el abrazo.
— Bien, yo confíe en ti metiéndote a mi casa, no me defraudes, debo irme al trabajo.
— Okay, confía en mí. — Digo regalándole una sonrisa de oreja a oreja. El asiente y se va por la puerta principal de su casa.
“Bien, ahora en que barrió queda esta casa”.
***
Tuve que preguntar en una tienda para saber en dónde me encuentro, ya que no sabía de la existencia de este barrio. En este momento tomo las llaves de mi local y voy rumbo al MallCenter donde trabajo, bueno, trabajaba. Para sacar las pocas cosas que tengo allí y entregarle las llaves a mi hermano. Todos en el Mall parecen saber qué fue lo que paso ayer ya que cuando paso por cada local los tenderos murmuran cosas y se ríen en silencio, pero es lo que menos me importa en el momento. Estoy aquí en frente del portón a punto de abrir mi local y Yolanda sale a mi encuentro con un beso en la mejilla.
— Joe, ¿Estás bien? — Dice inspeccionándome con la mirada.
— ¿Por qué habría de estar mal? — Digo con un toque de molestia en mi voz.
— Es que corren rumores de lo que paso ayer y no quiero creer cosas que no son como lo hacen todos. — Aclara Yolanda.
— Bueno, depende de cuáles son los rumores.
— En fin, qué más da. Tengo algo para ti. — Dice ella alcanzándome un sobre. — Es de ese morenazo del otro día. Apenas dice eso mi estómago se revuelve.
— ¡Oye! — Chillo yo.
— Hay, Tranquilo. Ya sé que todo eso es suyo. — Dice guiñándome el ojo y una sonrisa se me escapa.
— Gracias Yolanda, ahora voy a sacar unas cosas y me voy.
— Vale. — Contesta ella. Me incorporo al interior del recinto y empiezo a echar mis pocas pertenencias a una bolsa. Todo esto me toma unos minutos y noto que debo poner todo en una caja porque no quiero salir con diez bolsas en la mano. De pronto me acuerdo del sobre de manila y lo tomo en mis manos, parece que hay en su interior un papel duro y al abrirlo compruebo que es una fotografia. La fotografía que nos tomamos aquel dia en el estadero.
— Buenas... — Suena una voz vagamente conocida en la entrada.
— Disculpe Señor no hay servicio el día de hoy. — Digo sin apartar la vista del retrato, al mismo tiempo que suelto un grito de terror cuando la persona de pie en la puerta se abalanza encima mío cuando medio giro sobre mi eje.
— ¿Todo esto es lo que se come Fernando? — Dice el tipo deslizando su mano por debajo de mi camiseta, tocando a la vez uno de mis glúteos con su mano libre mientras me besa el cuello. Lo único que puedo sentir es repulsión, como puedo le empujo y el retrocede unos pasos.
— ¡Lárguese de aquí! — Le digo cuando reconozco el rostro del tipejo ese, es el parrillero de la moto rosa de aquella chica y el que me derramó el café caliente encima la otra vez.
— Pero si estamos empezando. — Dice abalanzándose encima de mí de nuevo y ciento impotencia por no poderme liberar del agarre de mis dos manos con solo una de él. El sigue estrujando mi glúteo con su mano derecha y su otra mano hace mucha presión a mis dos manos.