Sabor a Café

Capitulo 31 - Estragos

Hola a todos. Abro este pequeño paréntesis para darles un anuncio muy importante y es que voy a publicar otro libro aquí en Litnet. Se va a llamar “Catástrofe Amazonas”, supongo que saben de qué voy a hablar. Aun no sé si catalogarlo libro porque no va a ser tan extenso, mi intención es solo aportar un granito de arena a la causa para tratar de salvar a este planeta que nosotros mismos estamos destruyendo. Quédense hasta el final y les insertaré una promo de este, no pasará de esta semana cuando les publique algo sobre eso. Espero que en verdad esa obra tenga el mismo apoyo que esta, les agradezco de todo corazón <3

Un abrazo

— Joek.

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SANTIAGO

— Vamos, levántate  — Le digo al Fernando, sin embargo solo consigo que se revuelva entre mis brazos.
— ¿Santiago? — Dice y mi estómago se encoge, hace cuanto que no me decía Santiago.
— Dime...
— No quiero perderle — Dice casi al borde de un sollozo.
— Ya Fernando, Levántate. Voy a prepárate algo y después pensamos más claro ¿Sale? — Digo tratando de ignorar el incómodo tema. Entramos a la cabaña y me dirijo a la cocina y preparo el agua caliente para el café instantáneo.
— Yo voy a darle la cara a Joe, tranquilo — Digo al ver que no se toma el café por estar sumido en sus pensamientos.
— ¿Me vas a contar porque lo hiciste? — Pregunta Fer.
— Porque me gustabas, no te hagas pendejo que tú ya sabías —Respondo yo y el silencio que le sigue a mis palabras es incómodo. — ¿Te gusto? — Dice y toma un sorbo de su café, lo mira y medio sonríe, luego vuelve a tomar hasta acabar.
— No...
— ¿Entonces? — Su confusión es notoria.
— Te amo — Digo e inevitablemente bajo la mirada.
— ¿Me amas?
— ¿Ah? — Digo molesto.
— ¿Me amas imbécil? — Dice abalanzándose encima de mí y besa mi cuello y toca mi entrepierna, sin poder controlarlo un gemido sale de mi boca y le doy más espacio pero este no continua.
— ¿Entonces? — Dice de pie cruzado de brazos.
— ¿Vamos ya? —Pregunto yo.
— Es para antier — Dice él.

JOE

Es un día tan precioso, los pajarillos cantan y los rayos dorados del sol entran por las cortinas de la habitación. Todo parece tan bonito que siento que estoy en esas fotos profesionales que suben los usuarios de las redes sociales. Suena la puerta y no entra nadie “¿Hola?”, llamo pero nadie me responde de modo que decido entrar. Siento que mi cabeza se desvanece y tengo que cerrar los ojos por la impresión, de pronto me encuentro sentado en el asiento del copiloto en el coche de mi hermano

“¿Daniel?”, le llamo para que me preste atención porque está hablando por celular pero no parece escucharme.
“Bueno Abuela, te digo que ya voy camino a casa”, dice molesto y puedo notar que está ebrio.
“Daniel, debes parar ahora”, digo porque la velocidad es muy alta “¡Daniel, carajo ponme atención!”, le digo y me ignora ¿Si me estará escuchando?
“¡NO!”, grito cuando el coche empieza a hacer culebritas en la avenida sin carros. De pronto Daniel me mira por un momento como le pidiera permiso al cerebro para moverse, parpadea lentamente y vuelve al volante, y yo miro al parabrisas.
“¡La señal Daniel!”, le grito más mis palabras no llegan a sus oídos.

Entonces parece que el tiempo no quisiera funcionar, que el reloj universal ha decidido no marcar más los segundos, entonces sin poder hacer más me aferro a la silla, viendo como el carro de mi hermano se descarrila, las llantas traseras giran y por ley de la física el aparato empieza a dar vueltas. El parabrisas se rompe, el pavimento se lleva el espejo derecho. Mi cabeza gira para ver a Daniel pero un fuerte impacto que parece habernos inmovilizado por completo me hace cerrar los ojos violentamente. Sé que ha pasado pero no puedo procesarlo, simplemente mi cerebro no quiere asimilarlo, siento que mis costillas y una pierna duelen demasiado y aún como puedo llevo lejos mi cuerpo, cuando ya soy capaz de estar afuera miro a mi pierna que tiene un gran pedazo de lata incrustado y logro ver algo blanco que parece ser el hueso, el dolor es sordo, espabilo, rodeo el coche como puedo rumbo al puesto del conductor. Lo que veo me impacta, no lo puedo creer, no lo quiero creer. “¡Te dije que pararas imbécil!”, lloro “¡Daniel!”¡AYUDA!” “¡UNA MALDITA AMBULANCIA!”.
— ¡Joe!
— ¿Ah? Ayúdame.
— Joe, Cariño.
— ¿Dónde estás coño?
— Joe... ¡Despierta! — Dice una voz y lloro — Joe, todo está bien — Es mi abuela Molly y sí, todo está bien. Fue una pesadilla.

…todo está bien.

Ya mi niño, todo está bien. Dice Molly envolviéndome en sus brazos. Suena el teléfono fijo de mi cuarto, la sangre se me viene a los pies.
— No contestes abuela — Le digo mientras me recupero pues estoy agitado y empapado en sudor.
— ¿Hola? — Descuelga mi abuela y me molesto.
— ¿Buenos días, la señora Molly Mora? — Dice un hombre al otro lado de la línea. Es inevitable no escuchar una conversación en mi viejo teléfono fijo.
— Así es ¿en qué le puedo servir? — Dice ella.
— Señora Molly, soy el doctor Mauricio Huertas ¿Tiene a alguien con usted? ¿Un familiar? — Dice él y la desesperación se abre paso en mi sistema.
— ¿Y eso a que va? — Dice ella en confusión.
— Por favor señora. Colabóreme.
— Bueno, estoy con mi nieto.
— Señora le informamos del hospital central que el señor Daniel Mora está aquí porque ha sufrido un accidente de tránsito.



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Editado: 17.03.2020

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