El centro comercial estaba a reventar. Parecía que todo el mundo había decidido salir justo esa tarde. Entre luces de neón, olor a palomitas, vitrinas brillantes y música de fondo, Mary y yo teníamos una sola misión: conseguir helado.
—No puedo creer que sigas pidiendo menta —dijo Mary, haciendo una mueca como si yo acabara de decir que me gustaban las croquetas de gato.
—Es refrescante —me defendí, mientras miraba cómo el tipo del local servía una montaña verde cremosa sobre mi cono—. Como besar el invierno.
—¡Como besar una pasta de dientes! —respondió entre risas, mientras elegía vainilla con chispas, lo más básico de lo básico.
Me encogí de hombros. Le di una probadita a mi helado y, justo entonces, ocurrió.
ZAS.
Una imagen me invadió la mente como si me hubieran cambiado de canal. Unos labios. No cualquier labios, no. Unos labios que conocía. O al menos creía conocer. Cálidos, suaves, curvados en una sonrisa que me hacía sentir un poquito descompuesta. Y, de fondo, como si fuera una broma del universo, escuché una voz en mi cabeza susurrar:
—Sabes a menta… pero a un helado de menta delicioso.
Me atraganté. Literalmente.
—¿Estás bien? —preguntó Mary, entre preocupada y divertida, mientras me daba golpecitos en la espalda.
—¡No sé! ¡Creo que mi lengua acaba de enamorarse! —dije, medio en broma, medio en serio, mirando mi helado con desconfianza.
—Esto te pasa por besar sabores raros —rió.
Seguimos caminando, yo aún con la sensación mentolada pegada al alma y Mary hablando de cualquier cosa… hasta que lo vimos.
Él.
Al fondo del pasillo del cine, como si fuera parte del decorado, estaba parado Evan. Alto, serio, con esa aura de personaje sacado de otro planeta. Junto a él, su inseparable amigo David, que parecía ser su traductor, guardaespaldas y GPS humano. Ninguno hablaba. Ninguno sonreía. Ninguno nos miró.
—¿Ese no es el chico nuevo? —susurró Mary, inclinándose hacia mí como si estuviéramos en medio de una película de espías.
—Sí… Evan. Llegó hace poco. Dicen que es de otro país. Vive con su abuelo… algo raro, ¿no?
—Rarísimo. Casi no habla con nadie. Solo con David. Pero míralo… es como... ¿intenso? ¿o muy triste?
—Es como… alguien que haría que te tragues tu helado de menta de un susto —dije, sin quitarle la vista de encima.
—O que te lo derrita con una mirada —añadió Mary, soltando una risa bajita.
Ambos chicos entraron al cine sin notarnos, como si fueran dos sombras elegantes. Yo me quedé mirándolos un segundo más, con el corazón acelerado. No sabía por qué, pero había algo en Evan que me inquietaba. Algo que se parecía demasiado a la imagen de esos labios que no me dejaban en paz.
—¡Vamos! —dijo Mary, sacándome de mi trance—. Tengo los boletos. Comedia romántica, chicas llorando, chicos perfectos y ningún misterio raro. Lo justo para curarte el helado mental que te está afectando.
Sonreí, aunque por dentro algo seguía vibrando. Mientras caminábamos hacia la sala, no pude evitar mirar hacia donde habían desaparecido los chicos. No sabía por qué… pero sentí que ese encuentro, aunque breve, había sido el inicio de algo.
Y por primera vez en mucho tiempo, me pregunté si tal vez ese sabor a menta no tenía tanto que ver con el helado… sino con alguien más.