El cine estaba oscuro, las luces titilaban mientras los tráilers daban paso a la película que Mary había elegido. Yo no prestaba atención. Mis ojos estaban en la pantalla, sí, pero mi mente seguía atrapada en esa imagen que se colaba sin permiso cada vez con más fuerza: unos labios. No los de Lucas, ni los de algún actor de la película. Otros labios. Más reales. Más deseados.
Mary se acomodó a mi lado con las palomitas en mano, dándome un codazo suave para que reaccionara.
—¿Lista para llorar con esta historia? —me susurró, sonriendo.
Asentí. Pero no estaba lista para nada.
Unos minutos después, sentí a alguien sentarse junto a nosotras. Ni siquiera tuve que girar la cabeza. Lo supe por su voz.
—¡Allison! —Lucas. Con esa sonrisa de portada de revista y su olor a colonia cara. El chico perfecto, por fuera.
Lo saludé con un intento de sonrisa. No era su culpa. Era guapísimo, sí: cabello oscuro, ojos celestes que parecían retocados por Photoshop, capitán del equipo de fútbol, querido por todos. Y lo peor... es que me había besado más de una vez. Y sí, besaba bien. Técnicamente perfecto. Pero eso era todo. Técnicamente.
La chispa nunca estaba. El fuego nunca se encendía.
—¿Quieres palomitas? —me ofreció con voz suave.
Tomé un par, solo por hacer algo con las manos. Él hablaba. Yo asentía. Hacía todo lo que una chica "normal" haría en una cita con el chico "perfecto". Pero yo no era normal. No después de ese beso. Ese maldito beso que me perseguía como una obsesión silenciosa.
La película empezó. Lucas seguía haciendo comentarios al oído, intentando sacarme una sonrisa. Pero nada entraba en mi cabeza. Hasta que pasó.
Lo miré de reojo. Sus labios. Tan cerca de mí. Sonrientes, atentos. Me imaginé inclinándome hacia él. Y en ese instante lo supe. Nada. Ni un temblor. Ni una explosión. Ni una mariposa.
Y entonces… la imagen en mi mente cambió.
Aparecieron los otros labios. Esos que solo recordaba entre niebla… hasta ahora. Cálidos, suaves, atrevidos. El sabor a menta, el calor en mi piel, el temblor en mi estómago. Todo volvió de golpe, como un eco que me empapó de recuerdos sin permiso.
Mi cuerpo reaccionó solo. Me mareé. Me ahogué en esa sensación.
—¿Allison? —Lucas notó algo. Su voz sonó preocupada.
Yo no podía respirar.
Me levanté abruptamente, tirando un puñado de palomitas al suelo.
—¡Allison! —escuché a Mary detrás de mí, pero ya iba saliendo.
Corrí. Salí del cine como si el aire se hubiese acabado adentro. Necesitaba frío, espacio, algo. Todo menos esos labios en mi cabeza.
La noche me recibió con una brisa suave que me golpeó en la cara. Me apoyé contra la pared, tratando de calmar mi corazón.
Y entonces lo vi.
Un carro negro, lujoso, con las luces encendidas, estacionado justo frente a mí. De esos que parecen sacados de una película de mafiosos millonarios. La puerta trasera se abrió y vi como salió Evan. Alto, elegante sin esforzarse, con esa energía rara que parecía seguirlo como una sombra. Caminó hacia el carro, con David detrás, riendo por algo que no escuché.
Y ahí pasó. Evan Crown giró el rostro y nuestras miradas se cruzaron.
Fueron solo segundos.
Pero me sentí atrapada. Él me miró como si supiera algo que yo no.
No dijo nada. Solo me sostuvo la mirada. Luego, con calma, se metió en el carro. El chofer cerró la puerta. Y el carro se fue.
—¡Allison! —Mary llegó corriendo detrás de mí, jadeando.
—Estoy bien... —mentí, sin mirarla.
—¿Qué pasó? ¿Lucas te dijo algo?
—No... no fue Lucas.
—Entonces, ¿quién?
Miré hacia donde el carro había estado segundos antes. Ya no quedaba nada. Solo el asfalto y mi cabeza hecha un lío.
—No lo sé —respondí. Y era cierto. No lo sabía. Pero lo estaba empezando a sentir.