Dormí mal. Mal es poco. No cerré un ojo en toda la noche.
¿Cómo dormir después de... eso?
Esos labios.
Ese beso.
Ese sabor.
Me revolví entre las sábanas pensando en lo que había pasado. O mejor dicho, en lo que no había pasado. No tenía pruebas, ni testigos, ni memoria clara. Solo el recuerdo cálido de un beso que no sabía si había soñado o vivido.
Llegué al colegio con los ojos medio cerrados, el alma arrastrando los pies y el cabello más rebelde que nunca.
Mary me miró con el ceño fruncido, como si yo acabara de salir de un capítulo de una telenovela dramática.
—¿Dormiste en la secadora, o fue otra noche misteriosa con labios anónimos?
—No empieces, Mary —le gruñí, usando mi voz de zombie mientras me dejaba caer bajo nuestro árbol de siempre.
Ella se acomodó a mi lado, sacando una gomita del bolsillo de su chaqueta.
—¿Sabes qué necesitas? Un exorcismo de esos labios. O, no sé, una cita con alguien real.
Como si el universo escuchara sus palabras (o se burlara de mí), en ese momento apareció Lucas, el capitán del equipo de fútbol. Alto, guapo, con esa sonrisa perfecta que parecía de anuncio de pasta dental.
—Allison —dijo con voz encantadora—, ¿quieres salir hoy? Solo a caminar o tomar algo. Nada raro.
Y yo, con el cerebro frito por falta de sueño y el recuerdo de unos labios de menta bailando en mi cabeza, simplemente asentí.
—Claro. Por qué no...
Mary se giró lentamente hacia mí, con una ceja arqueada y una sonrisa que gritaba: "Te vas a arrepentir."
Después de clases, Lucas me pasó a buscar. Fuimos al parque, caminamos, charlamos... él era amable, divertido, hasta me hizo reír un par de veces. Lo cual era raro, considerando que mi cabeza todavía vivía en un beso sin rostro.
—Te compré algo —dijo él, con esa sonrisa encantadora que a muchas les hacía derretirse.
Me tendió un helado.
De menta.
Menta.
En cuanto probé el primer bocado, una ráfaga de imágenes golpeó mi cabeza. Susurros, caricias, el roce de una mano en mi cintura. Un beso que no era de Lucas. Un deseo que no tenía nada que ver con el chico que me miraba frente a mí.
Lucas hablaba, reía, me contaba cosas... pero yo estaba en otro planeta.
Un planeta con sabor a menta y labios misteriosos.
Cuando el sol comenzó a ocultarse, Lucas me acompañó hasta la puerta de casa. La escena era casi de película: la luz cálida del atardecer, el silencio del vecindario, él mirándome con ojos brillantes.
—Me alegra que hayas venido —dijo suavemente. Y antes de que pudiera decir algo, se inclinó hacia mí.
Sus labios rozaron los míos.
Y justo en ese microsegundo... esa imagen. Ese beso de la noche anterior. Ese calor en el pecho.
No. No eran los mismos.
—¡Ay! —exclamó Lucas, tambaleándose cuando, por puro reflejo, lo empujé hacia atrás.
—¡Perdón! —dije, tapándome la boca con las manos, más roja que un tomate.
Lucas me miró confundido, sorprendido, pero todavía sonriente.
—¿Estás bien?
—Sí. Es solo que... pensé que había una abeja. Sí. Una abeja. Muy cerca. Justo... ahí —señalé su boca como una loca.
Él soltó una carcajada y se pasó la mano por la cara, como si buscara al insecto inexistente.
—Bueno, gracias por advertirme —dijo, divertido, antes de despedirse con un gesto de la mano.
Entré a casa con el corazón latiendo como loco. Cerré la puerta y me recosté contra ella.
Lucas es perfecto. Pero no es él. No son esos labios.
Y en mi cabeza, solo había una pregunta:
¿Quién demonios eres... y por qué me haces esto?
Suspiré y me quité los zapatos. Subí a mi cuarto como un zombi y me dejé caer en la cama, exhausta. Pero el destino aún tenía un último susurro para esa noche.
Un ruido suave, como un portazo lejano, me hizo incorporarme. Me acerqué a la ventana y miré hacia la mansión al otro lado del jardín trasero, esa casa enorme, elegante y un poco intimidante. La conocía bien, al menos de vista. La mansión de los Crown.
Evan Crown vive allí.
Con su abuelo, un hombre que más que anciano parece esculpido en piedra. Gruñón, de voz firme y mirada de general de guerra. Papá ha tenido reuniones con él, siempre vuelve diciendo cosas como: "Ese viejo cree que los jóvenes de ahora necesitamos más disciplina y menos redes sociales."
Dicen que Evan perdió a sus padres y a su hermana menor.
Dicen muchas cosas.
Pero nadie cuenta cómo ni cuándo.
Solo sé que desde que llegó al vecindario, es como un fantasma con uniforme de escuela. Casi no habla con nadie. Siempre está con su amigo David y desaparece antes de que alguien le haga una pregunta.
Y aún así... algo me hace mirar hacia esa casa.
Quizás fue el movimiento de una sombra en la ventana del segundo piso. O el hecho de que, por un segundo, sentí ese cosquilleo otra vez. Ese que empieza en los labios y termina en el estómago.
Me aparté de la ventana, sacudí la cabeza y me dejé caer sobre la cama.
Debo estar perdiendo la cabeza. ¿Verdad?