¿sabor Favorito? ¡¡¡menta!!!

Capítulo 6: Un dios griego… en pants

Viernes. Caos hormonal. Y helado de menta en mi cabeza.
Una combinación peligrosa.

Dormí… raro. Sin pesadillas, sin sueños dulces. Solo con una imagen fija:
Una sombra en la ventana del segundo piso de la mansión Crown.
Y esos ojos.
Verdes con un destello de zaul. Tristes.
Tan reales que desperté con el corazón latiendo como si los hubiera tenido a dos centímetros de los míos.

Llegué tarde a clase, pero eso no era nuevo. Ya soy una celebridad del caos matutino. Entré al aula con una media caída, la mochila mal cerrada y el corazón aún palpitando por un sueño que no tenía explicación.

La mañana fue un borrón de profesores hablando, gente riendo, y yo tratando de no mirar hacia la tercera fila, donde estaba él.

Evan Crown.

Sentado, impasible, con sus audífonos colgando del cuello como siempre. Con ese aura suya que parece decir: “No me hables, no te oigo, no existo.”
Y aun así, ahí estoy yo.
Mirándolo.
Pensando en labios de menta.
Y en empujones incómodos que todavía me dan vergüenza.

Mary se dio cuenta de inmediato. Tiene el radar del drama adolescente siempre activo.

—¿Qué pasa ahora? ¿Te cayó otra abeja del destino?

—No... pero vi algo. O soñé algo. No sé. Fue raro.

—¿Fue Evan?

Mi silencio fue suficiente respuesta.

—Allison… —dijo como una madre preocupada por su hija adicta al chico silencioso y guapo del curso—. Ten cuidado. Ese tipo está hecho para romper corazones y desaparecer en la niebla.

—No quiero nada —mentí. Otra vez. De forma profesional.

—Sí. Claro. Como si no suspiraras cuando lo ves abrir su cuaderno.

La campana del almuerzo nos salvó del interrogatorio emocional. Me fui al patio, sola, a tomar aire. O eso pensé.

Estaba sentada en las gradas cuando alguien se acercó.
Lo sentí antes de verlo.
Como un cambio en la temperatura. Como electricidad en el aire.

—¿Estás bien?

Esa voz.
Evan.
De pie frente a mí.
Con esos ojos que parecían mirarte por dentro.

—¿Qué? Sí… estoy bien —respondí, como si mis neuronas no estuvieran bailando la Macarena.

Asintió.
Iba a irse. Pero…

—¿Te gusta el helado de menta?

No sé por qué lo pregunté. Mi boca se desconectó de mi cerebro.
Él se giró, me miró con sorpresa. Y sonrió.
Una sonrisa breve, casi invisible. Pero real.

—Sí.

Y se fue caminando. Como si no acabara de reconfigurar mi sistema nervioso con una sola palabra.

La tarde fue una eternidad. Clases que no entendí, conversaciones que no escuché, pensamientos que no me pertenecían.

Solo quería que fuera mañana. Necesitaba despejarme. Respirar.

Así que al día siguiente, a las ocho en punto, me até los cordones, puse música a todo volumen y salí a correr.

Y el universo… el muy travieso… decidió hacerme tropezar con mi karma.

Doblé la esquina y ahí estaba.

Evan.
Corriendo.
Solo.

Y por todos los dioses del Olimpo y de Netflix...

¿¡QUÉ ES ESO!?

Pantalones deportivos.
Franela blanca ajustada.
Franela... mojada.
Pecho marcado. Brazos definidos. Cabello rebelde.
Y esos ojos.
Verdes con un destello azul. Como el mar al amanecer.
Era un dios griego bajado a tierra firme.
Y corriendo por mi calle.
A las ocho de la mañana.

Me quité un audífono por necesidad, no por cortesía.
Mi cerebro necesitaba oxígeno y silencio para procesar esa visión.

Él se detuvo justo frente a la casa de su abuelo, sacó una botella de agua y bebió como si protagonizara un comercial dirigido por el mismo dios del olimpo.

Y yo...
me tropecé.

No con una piedra.
Con el aire.

La gravedad decidió que era un gran momento para arrastrarme al suelo. Caí directo al césped como un costal de papas hormonales.

Evan me vio.
Se giró. Caminó hacia mí.

—¿Estás bien?

Y sí. Su voz era incluso más sexy sin la distracción del uniforme escolar.

Yo asentí como si nada. Como si tirarme al piso delante del chico más guapo del condado fuera parte de mi rutina de ejercicio.

—Solo... estaba saludando al césped. Muy de cerca —respondí con dignidad moribunda.

Sonrió.
¡Otra vez!
Y qué sonrisa.
Tranquila. Misteriosa. Ligeramente burlona.
Como si supiera que me tenía colapsando internamente.

—Buen día para correr —dijo, y siguió su camino, como si no acabara de arruinarme emocionalmente en HD.

Me quedé en el suelo, viendo cómo se alejaba.

—Definitivamente… —murmuré mientras me sacudía el orgullo del pantalón— necesito más helado de menta.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.