¿sabor Favorito? ¡¡menta!!

Capítulo 10: Labios de menta, celos y un vestido verde

Narrado por Allison, víctima de sus propias hormonas.

El taxi nos dejó justo frente a la casa. Música, luces y risas salían como vapor por las ventanas abiertas. La fiesta ya había comenzado, y por un segundo, me pregunté si de verdad estaba lista para entrar… hasta que Mary me miró con una sonrisa maliciosa y dijo:

—Respira hondo. Estás espectacular.

Ella no mentía. Su vestido rojo era un pecado con cierre. Ajustado, escotado, con una raja en la pierna que parecía sacada de una película de acción. Su cabello, suelto y ondulado, brillaba bajo las farolas. Estaba radiante.

Y yo… bueno, yo llevaba uno verde esmeralda que Mary había declarado como “ilegalmente perfecto para una chica buena con pensamientos no tan buenos”. Entallado, con espalda descubierta y un escote que me hacía revisar mi postura cada cinco segundos. Me sentía expuesta, hermosa y completamente fuera de control.

—¿Lista? —me preguntó, dándome un codazo.

—No —respondí—. Pero vamos.

Cruzamos la entrada como si fuéramos dos personajes principales llegando a la escena más comentada de la película. Y sí, las miradas se notaron. Pero hubo una que sentí más que todas. La de él.

David nos vio desde lejos y levantó los brazos como si hubiéramos ganado un premio.

—¡MIS DOS REINAS! —gritó, atravesando el grupo y abrazándonos sin preguntar. Olía a cerveza y colonia cara—. No tienen derecho a llegar así, van a matar a media fiesta de un infarto.

—Exagerado —solté entre risas, aunque por dentro intentaba no mirar más allá de su hombro.

Porque allí estaba Evan. De pie, junto a un grupo de chicos. Pantalón negro, camisa blanca abierta en los botones justos, mirada seria y... ¿estaba mordiéndose el labio?

Y también estaba Lucas.

Claro. Era su casa. Su fiesta. Y técnicamente, su chica. Aunque yo nunca lo había dicho así.

Lucas caminó hacia nosotras como si cada paso fuera planeado. Sonrió, pero no fue una sonrisa completa. No cuando los ojos de David se posaron en mis piernas y soltó sin pudor:

—Ali... con ese vestido, hasta los ángeles bajarían a pedir perdón.

Lucas reaccionó antes que yo. Su mano fue directo a mi cintura y me atrajo hacia él como si fuera su obligación.

—No hables así —dijo entre dientes.

Fue rápido, intenso. Sentí la tensión en su brazo, en su mandíbula, en su respiración. Estaba... celoso. Y por un segundo, mi corazón se apretó.

—Lucas... —empecé, incómoda.

—¿Qué? ¿No puedo cuidar lo que me importa?

—No soy algo que se cuida —dije en voz baja.

Por suerte, Mary apareció como un hada madrina con tacones.

—Ali, necesito que vengas conmigo al baño. Urgente. Es... de chicas. Ya sabes.

Sin darme tiempo a dudar, me tomó del brazo y me sacó de ahí. Caminamos entre la multitud, subimos por las escaleras del patio y salimos por una puerta lateral que daba al jardín.

El jardín estaba semioscuro, lleno de luces cálidas colgantes, olor a césped húmedo y a flores abiertas por la noche. Era romántico, callado, casi mágico.

Mary se sentó sobre una de las reposeras del rincón y me pasó una de las copas con una sonrisa cómplice.

—Ahora sí, respira. Estás a salvo de los celos posesivos por un rato.

—No sé si estoy más confundida o más nerviosa.

Mary bebió un sorbo y me miró con esa expresión traviesa que solo ella sabe poner.

—Ali... vamos a decirlo ya, sin vergüenza: Evan está comestible. Como postre de cinco tiempos. ¿Lo viste hoy? Esa camisa blanca, esos brazos, esa maldita mirada que te desnuda el alma...

Me reí, aunque por dentro sentía un pequeño incendio encendiéndose otra vez.

—No sé qué me pasa con él... No lo entiendo. Es como si me hablara sin decir una sola palabra. Y ni siquiera sé si me ha notado de verdad.

—Oh, te ha notado. Créeme. Esa mirada no es de “te vi pasar”, es de “te vi entrar a mis pensamientos sin permiso”. Y lo peor... —hizo una pausa teatral— es que Lucas también lo notó.

Abrí la boca para contestar, pero en ese instante una voz surgió detrás del seto, haciéndonos brincar como dos niñas culpables.

¡Mis chicas! —dijo David, apareciendo de la nada con dos cervezas de marca cara en la mano y una sonrisa demasiado grande.

—¡¿Quieres matarnos de un susto?! —protestó Mary, poniéndose la mano en el pecho.

—Bah, no exageres —dijo él, avanzando con paso triunfal y dándonos una de las cervezas—. La noche se pone buena, y ustedes se esconden aquí como si fueran las dueñas del misterio.

Me reí, pero David no quitó los ojos de mí. Se acercó, sacó su celular del bolsillo y escribió algo con velocidad. Luego me miró con una sonrisa que no era exactamente amable... sino más bien, cómplice.

—¿Qué haces? —pregunté, alzando una ceja.

—Nada grave... solo me aseguro de que te diviertas esta noche, Allison —dijo, con esa sonrisa torcida de “algo está tramando”.

Mary lo fulminó con la mirada.

—¿Qué escribiste?

David guardó el teléfono en el bolsillo, alzó la botella en señal de brindis y soltó:

—Confíen en mí. Esto se va a poner... interesante.

Y no sé por qué, pero sentí que hablaba más conmigo que con Mary.

No pasaron ni diez segundos después de que David nos lanzara esa advertencia críptica cuando una voz profunda, seca, y con tono burlón se dejó oír detrás de nosotras.

—¿Esta es la fiesta secreta o solo están escondiéndose de lo que pasa adentro?

Por poco escupo la cerveza.

Me giré tan rápido que casi me resbalo con la hierba. Allí estaba él.

Evan.

Con esa forma de mirarme como si supiera exactamente qué me pasaba por dentro. Y lo peor... con una sonrisa apenas visible, como si todo esto le divirtiera.

—¡Evan, por el amor de Dios! ¿Hoy todos vienen con la misión de asustarnos o qué? —refunfuñó Mary, alzando su copa como si fuera un arma defensiva.



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Editado: 07.05.2025

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