Narrado por Allison: víctima oficial de chicos sexis, helado de menta y miradas que derriten más que el sol.
Era domingo. Días después de la fiesta, pero mi cerebro seguía atrapado en ese beso. Ese beso que no debía haber sentido tan real. Tan... eléctrico. Y ahí estaba yo, intentando hacer terapia de piscina con Mary. Porque si vas a colapsar por culpa de unos labios misteriosos, al menos que sea flotando bajo el sol.
Mary, por supuesto, llevaba un bikini verde con negro que le quedaba tan bien que hasta Snow le ladraba con envidia. Yo, fiel a mi estilo más sobrio (y para no morir de vergüenza), opté por uno negro que al menos no me hacía sentir completamente desnuda frente a Dios, el sol y los vecinos.
—¿Sabes qué necesitamos? —dijo Mary, estirándose como si no tuviera una sola preocupación en la vida—. Helado. Frío, dulce y sin drama.
—Y tal vez un milagro, ¿no? —solté, sin saber lo profética que iba a ser.
Entonces, lo vi.
David. En la ventana del segundo piso. Sin camiseta. (¿Alguien le ha dicho que las camisetas también existen los domingos?) Saludó como si fuera una estrella de telenovela en slow motion.
—¡Mis sirenas favoritas! —gritó.
Y justo en ese momento, el celular de Mary sonó. Ella contestó, con una sonrisa que solo significa "trama secreta activada".
—Claro… helado suena perfecto.
Y colgó.
—¿Quién era? —le pregunté con sospecha nivel FBI.
—Confía en mí. En diez minutos, vas a querer casarte conmigo.
Y, como si el universo tuviera ganas de seguir jugando conmigo, exactamente diez minutos después...
TOC TOC TOC.
Mary salió corriendo con la toalla como capa de superhéroe, gritándome algo como "¡no te mueras sin mí!", y yo solo levanté una mano desde el banco donde estaba tirada como una lagartija bajo el sol.
Me quedé allí, con los ojos cerrados, dejándome tostar un poco más, hasta que unas voces conocidas me hicieron abrir un ojo.
Snow, mi bola de pelos y compañera de emociones, saltó a mis pies como si también hubiera sentido la perturbación en la Fuerza.
Y entonces los escuché.
Pasos. Risas. Esa clase de risa masculina que te hace sentarte sin saber por qué. Me incorporé y ahí estaban...
David y Evan.
Camisas negras, pantalones de playa, sandalias y dos bolsas enormes que colocaron sobre la mesa como si trajeran el botín del siglo.
El casting oficial para la nueva novela: "Verano, sudor y chicos que arruinan tu paz mental".
David entró como si fuera su casa (clásico de David) y, sin pensarlo, se lanzó al agua en un solo movimiento fluido, como si la piscina lo llamara por su nombre. Mary chilló de emoción y saltó detrás de él, mientras Snow ladraba como si estuviera presenciando una batalla épica de superhéroes.
Yo seguía sentada en el banco, viendo el caos desde mi zona segura, hasta que Evan se acercó y se sentó al borde de la piscina.
Tranquilo. Misterioso. Con esa energía de chico que no busca llamar la atención… pero la consigue toda.
David, chapoteando, levantó una mano y gritó:
—¡Trajimos algo que pega perfecto con la piscina!
Evan abrió las bolsas y ahí estaban: cuatro enormes baldes de helado, acompañados de recipientes llenos de chispas de chocolate, fresas, duraznos y otras frutas. Yo parpadeé. ¿Quién va a comer tanto helado?
—¡Helado y fruta! Me encanta —gritó Mary desde el agua.
Y, como si no pudiera contenerse, David la atrapó de la cintura y la hundió con él entre risas y salpicones.
Yo me levanté y me acerqué a la mesa, tratando de ignorar lo bien que se veía Evan desde ese ángulo. Tomé una cuchara y observé los sabores con detenimiento.
—Menta, chispas de chocolate, fresa... y uno extra de vainilla —murmuré, sirviendo porciones en pequeños vasos plásticos.
—¡Vanilla! —gritó David desde el agua.
Mary soltó una carcajada y alzó los brazos como en una competencia de gimnasia artística.
—¡Obvio! ¡Mi favorito!
Evan tomó su vaso sin decir mucho.
—Fresa —murmuró.
Y yo, por supuesto…
—Menta —dije, y al instante sentí su mirada.
—¿Menta? —preguntó Evan, con una sonrisa apenas dibujada.
Asentí, sintiendo que el aire cambiaba, que la piscina, el sol, el helado… todo era solo fondo.
David estalló en risa desde el agua, lanzando chorros de agua como un niño de seis años.
—¡¿Ven?! ¡Les dije! La magia del helado, señoras y señores.
Mary se sujetó del borde, riendo como si hubiera olvidado que llevaba ropa mojada y que Snow había secuestrado una toalla. Evan solo alzó una ceja, divertido. Y yo… bueno, yo tenía un helado de menta en la mano y un dilema en el pecho.
David canturreó desde la piscina:
—¡Ali ahora tiene dos sabores favoritos! ¡Menta... y fresa!
Evan soltó una risita suave. De esas que no son escandalosas, pero te sacuden por dentro. Y yo… bueno, contuve con todas mis fuerzas las ganas irracionales de .... querer besarlo ahí mismo.
Y justo cuando pensaba que ya no podía sentirme más expuesta, Mary pegó un grito que me hizo girarme como si me hubieran jalado por los hombros:
—¡¿Vengan ya, qué esperan?! ¡El agua está calientita! ¡Ya dejen la mini telenovela juvenil venezolana!
Evan se puso de pie con total calma, dejó su vasito de helado en la mesa, se quitó la camisa (despacio, claro, como si supiera lo que estaba haciendo), y quedó descalzo. Un segundo después se lanzó a la piscina con un movimiento perfecto.
Cuando salió del agua, sacudiéndose el cabello, el sol brillando en su piel… quedé como tonta.
Pero claro, David tenía que arruinar el momento.
—¡Vamos, Ali! —gritó—. Mejor babeas aquí en el agua, ¡te refrescas y todo!
Solté una carcajada, tomé una respiración profunda… y me lancé.