Narrado por Allison — una habitación, dos chicas, y un millón de preguntas en el aire.
Subimos corriendo las escaleras, casi como si aún pudiéramos escapar del eco de los regaños.
Snow, mi bolita de pelo blanco, ya nos esperaba sentada en la puerta de mi cuarto, moviendo la cola con esa emoción suya que no necesitaba palabras.
—Hola, princesa —le dije, inclinándome para acariciarla rápido.
Mary sonrió y también le pasó una mano cariñosa por el lomo antes de entrar conmigo.
Cerré la puerta detrás de nosotras, como si eso pudiera bloquear el mundo exterior. Sin hablar mucho, fuimos directas al baño.
Mientras el vapor comenzaba a llenar el pequeño espacio, Snow se tumbó en la alfombra frente a la puerta, guardiana silenciosa de nuestras batallas internas.
Nos metimos a la ducha, una detrás de la otra, dejando que el agua tibia nos borrara el cansancio y la vergüenza de la noche. Era como si el agua pudiera también lavar esas emociones nuevas que no sabíamos aún cómo manejar.
Después, envueltas en toallas gigantes, con el cabello mojado y enredado, nos sentamos en el suelo, espalda contra la pared fría.
Ninguna de las dos hablaba al principio. Solo se oía el goteo del grifo mal cerrado y, desde mi teléfono, una canción suave que sonaba como un susurro.
—¿Sabes? —dijo Mary al fin, la voz arrastrada como si pesara—. Creo que el corazón de tu papá se detuvo cuando vio a Evan encima tuyo.
Intentó una risa, pero sonó más como un suspiro.
—No ayudes —respondí, aunque no pude evitar sonreír también, un poco.
Snow se acercó arrastrándose por el suelo y apoyó su cabeza en mi pierna.
—¿Tú también piensas que la arruiné? —le pregunté en voz baja, acariciándole las orejas.
Nos quedamos ahí, en ese silencio cálido de las mejores amigas, hasta que la piel empezó a enfriarse. Nos pusimos las pijamas rápido, risueñas por el frío, y nos tiramos en mi cama, las piernas entrelazadas, la luz apagada pero el corazón aún encendido.
La vibración de los celulares rompió la calma. Timbre de WhatsApp.
Levanté el mío al mismo tiempo que Mary agarraba el suyo. Nos miramos, curiosas.
—¿Grupo nuevo? —pregunté.
—"Los 4 Fantásticos" —leyó Mary, enseñándome la pantalla—. Con un emoji de helado. Adivina quién lo hizo.
David. Obviamente.
En el chat, los mensajes llegaban rápidos:
David 🍦: "Buenas noches, chicas. Si el regaño fue muy fuerte, lo siento. No era la idea meterlas en problemas. Juro que solo iba por menta con chispas y una noche chill."
Evan 🎧: "Lo mismo digo. Fue nuestra culpa. No debimos quedarnos tanto rato. Espero que estén bien. Dulces sueños, Ali."
David 🍦: "Mary, si me odias, dime ahora para irme a vivir a otro país. 💔"
Mary soltó una risa de verdad esta vez, de esas que calientan el pecho, y escribió:
Mary ☀️: "No te mudes todavía, drama king. Pero tráeme helado la próxima vez que me hagan temblar los nervios."
Yo me quedé mirando el mensaje de Evan.
"Dulces sueños, Ali."
Era simple, pero me atravesó como una caricia inesperada. No era un “nos vemos” o un “cuídate”. Era algo más íntimo. Más real.
Escribí:
Allison 🌙: "No fue su culpa. Gracias por el helado. Buenas noches, chicos."
Dejé el teléfono boca abajo sobre la almohada y suspiré.
Mary me miró de reojo.
—¿Sientes eso? —susurró.
—¿Qué?
—La adolescencia. Esa mezcla rara entre el caos y el amor.
Reímos bajito, como si papá pudiera oírnos incluso dentro de nuestros pensamientos.
Pero sí. Se sentía justo así.
La luz azul del celular seguía parpadeando, débil como una estrella lejana.
Después de un rato, Mary apagó su pantalla, abrazó su almohada y quedó mirando al techo, pensativa.
La sentí inquieta.
—¿No puedes dormir? —pregunté, en voz baja.
Negó, con un movimiento lento.
—¿Sabes? —dijo al cabo de un momento, su voz temblorosa—. No recordaba la última vez que me reía así.
Me giré hacia ella.
—¿Desde hace cuánto?
Su sonrisa fue triste, un susurro de lo que solía ser.
—Desde hace como cinco años. Desde que todo cambió en casa.
No le pregunté más. No hacía falta.
Se abrazó a sí misma, la mirada perdida.
—Hoy, con David… —continuó—. No sé cómo lo hace, Ali. Es como si todo se hiciera menos pesado. Como si pudiera ser solo Mary, no la chica con los problemas de siempre.
Sus ojos brillaban, pero no lloraba. Era como si por fin soltara un poco de todo eso que guardaba.
—David te mira como si fueras su sol —le dije, sonriendo de lado.
Ella se tapó la cara con la sábana, muerta de risa.
—¡Cállate, tonta! Me vas a matar de vergüenza.
Nos reímos juntas, cómplices en esa pequeña burbuja.
Cuando el silencio volvió, esta vez era cómodo. Un suspiro compartido.
Mary se giró hacia mí.
—¿Y tú? —preguntó, bajito—. ¿Qué te pasa por esa cabeza loca?
Suspiré.
—Es raro... pero por un rato, con Evan, olvidé esos besos de mentira que cargo en la memoria. Él tiene algo que me da calma... y miedo al mismo tiempo.
Mary me apretó la mano bajo las mantas.
—Ali... eso suena a principio de novela adolescente.
Asentí, sin poder evitar sonreír.
—Y eso me asusta.
—A mí también —admitió ella, con un susurro apenas audible—. Porque no sabemos nada de ellos. Porque no sabemos si podemos dejar que entren... tan fácil, tan rápido.
Snow se acurrucó más cerca de nosotras, como si también quisiera proteger ese momento.
Y así, de la mano, en medio de la oscuridad, nos quedamos dos chicas soñando y temiendo a partes iguales, bajo una noche que parecía infinita... y que en realidad, se nos escapaba entre los dedos.