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Capítulo 15:"Prisioneras de lujo"

Narrado por Allison, victima y prisionera.
El olor a tostadas y café recién hecho nos guió como zombis desde la escalera hasta la cocina. Snow, mi bola de pelos fiel, iba delante de nosotras, meneando la cola como si también quisiera desayuno.

—Buenos días —murmuré, arrastrando los pies.

—Buenos días, señor Foster —saludó Mary, sonriendo como si intentara desesperadamente que todo fuera normal.

Papá estaba sentado en la cabecera de la mesa, hojeando algo en su tablet, vestido con su habitual camisa blanca impecable, corbata medio torcida y la bata de médico puesta encima, como si estuviera listo para salir disparado a una cirugía de emergencia. Todo en él gritaba “estoy demasiado ocupado para lidiar con esto”.

—Buenos días, chicas —dijo, dejando la tablet a un lado.

Había una pila de panqueques en el centro de la mesa, y platos ya servidos para nosotras.
Miré alrededor, extrañada. Todo estaba demasiado organizado.

—¿Carmen ya volvió? —pregunté.

Papá soltó un bufido, como si mi pregunta fuera una ofensa personal.

—No, lo hice yo. No soy solo el dueño de una clínica, también sé usar una tostadora. Sorprendente, ¿verdad?

Tuve que morderme el labio para no soltar la carcajada.

—Hoy las llevo yo a la escuela —anunció, sirviéndonos jugo de ese modo casi brusco que usaba cuando estaba de mal humor.

Ya tenía el tenedor en la mano, lista para atacar los panqueques, cuando me detuve en seco.

—¿Nos vas a llevar tú? —pregunté, dudosa. Normalmente a esas horas ya estaba corriendo hacia la clínica.

—No aplaudan todas al mismo tiempo —dijo, levantando su taza de café como brindando por la tragedia.

Mary se removió incómoda en su asiento. Ambas sabíamos que cuando el señor Foster se ponía tan sarcástico, algo malo venía en camino.

—Hablé con tu mamá, Mary —añadió de pronto, con un tono más serio.

Ella lo miró, atenta.

Sabía que algo había pasado. La mamá de Mary no llamaba a papá a menos que fuera por algo complicado.

—Me llamó anoche. Le surgió un viaje de negocios urgente. Así que le dije que no se preocupara —tomó un sorbo de su café como si todo formara parte de un plan maestro que detestaba—. Vas a quedarte aquí hasta que lo resuelva.

Mary parpadeó, luego me miró de reojo, buscando en mi cara alguna pista sobre si eso era bueno o malo.

Papá dejó la taza con un golpe sutil sobre la mesa y continuó:

—Y ya que estamos en modo “familia feliz”, vamos a hablar de su castigo.

—¿Qué castigo? —pregunté, ya sabiendo que la respuesta iba a arruinarme el día.

Papá sonrió. No fue una sonrisa alegre, sino esa sonrisa suya de “me divierte verlas sufrir un poquito”.

—De la escuela a la casa. Nada de salidas. Se acabaron los helados en la calle, las tardes en el centro comercial, las tardes de piscina... —empezó a enumerar, tachando cosas de una lista invisible con el dedo—. Y olvídense de las pijamadas y de “solo vamos a caminar un ratito”.

Mary dejó caer la cabeza contra la mesa con un pequeño golpe sordo.

—Somos prisioneras —susurró, dramática.

Papá asintió solemnemente.

—Exactamente. Allison, eres mi hija... y Mary —le lanzó una mirada rápida— prácticamente también. Así que bienvenidas al nuevo régimen.

Levanté la mano como si estuviéramos en clase.

—¿Podemos pedir mejora de condiciones?

Papá entrecerró los ojos, desconfiado.

—¿Qué tipo de mejoras?

—Derecho a postre diario. Visitas supervisadas a la nevera después de las ocho. Y dos canciones alegres antes de dormir.

Mary alzó apenas la cabeza, con una chispa de esperanza.

—¿Y si hacemos trabajo comunitario? ¿Tipo salvar un gatito de un árbol o ayudar a una ancianita a cruzar la calle?

Papá se levantó, agarró su maletín con un gesto exageradamente teatral, y antes de salir de la cocina, se volvió hacia nosotras:

—Si eso pasa... quizás reduzca la condena a tres semanas. Quizás.

Nos quedamos mirándolo, boquiabiertas.

—¿Tres semanas? ¡Eso es trato cruel e inhumano! —protesté, levantándome del asiento.

Él se encogió de hombros.

—Lo llamaré: Proyecto de Rehabilitación de Adolescentes Incontrolables —dijo, saliendo sin esperar más protestas—. Terminen de comer. En cinco minutos partimos hacia el encierro... digo, la escuela.

Mary y yo nos miramos.

—¿Nos declaramos en huelga? —preguntó ella en voz baja.

—¿De hambre? Imposible. Estos panqueques están demasiado buenos.

Ambas rompimos en carcajadas mientras Snow ladraba alegremente, como si también apoyara la rebelión.
Sí, éramos prisioneras... pero, por ahora, prisioneras bien alimentadas.

El trayecto hasta el auto fue en silencio. Snow intentó seguirnos, pero papá cerró la puerta antes de que pudiera escabullirse.

Mary y yo nos acomodamos en el asiento trasero, sentadas rectas como estatuas en una ceremonia militar. Papá ni siquiera puso música, solo el sonido del motor llenaba el ambiente tenso.

—Mary —dijo de pronto, sin apartar los ojos del camino—, cualquier cosa que necesites, llamas a la clínica. Mi secretaria me pasa el mensaje.

Mary asintió tímidamente, como si esas palabras pesaran más que toda la mochila que llevaba en las piernas.

Sin pensarlo, estiré la mano y tomé la suya. Estaba helada.

Sabía que en su casa las cosas no eran fáciles. Su papá... bueno, había problemas. De los graves. Drogas, persecuciones, desapariciones. Desde que todo estalló, su mamá se había convertido en otra persona: fría, exigente, una sombra de la mujer que Mary recordaba.

Por eso, desde hacía cinco años, papá —que había sido el mejor amigo de su papá— se aseguraba de que Mary no estuviera sola cuando su madre debía salir por negocios. Y como yo era hija única en una casa demasiado grande, tenerla cerca era casi una necesidad para las dos.

Apreté su mano, como diciéndole sin palabras: no estás sola.



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En el texto hay: suspenso, hurmor drama, humor amistad amor adolescente

Editado: 07.05.2025

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