Narrado por Allison
El miedo es un sonido.
Es el silencio absoluto cuando ni tus latidos parecen atreverse a sonar.
Y yo... estaba atrapada en ese silencio.
No podía ver nada. Mis ojos estaban cubiertos, mi boca también. No podía hablar, ni gritar, ni preguntar. Solo... sentir.
Sentir que no estaba sola.
El aire era denso. Pude percibir una respiración cercana, el leve roce del movimiento. Algo o alguien se desplazaba a mi alrededor con una calma que me helaba la sangre.
Entonces, sin aviso, las vendas que cubrían mis ojos comenzaron a aflojarse.
Mi visión se ajustó poco a poco, y frente a mí apareció una silueta.
Oscura.
Silenciosa.
Llevaba un pasamontañas que ocultaba todo menos sus ojos. Marrones. Oscuros. Intensos. Me atravesaban sin necesidad de palabras.
Levantó una mano, con un solo gesto.
Silencio.
Yo no me moví. Temblaba, sí. El miedo me tenía completamente paralizada, pero algo me obligó a obedecer. Mis labios seguían cubiertos, y mi respiración era cada vez más irregular. El corazón golpeaba como si quisiera escapar de mi pecho.
El extraño se acercó con lentitud, sin romper ese contacto visual que me hipnotizaba. Se agachó frente a mí y con una delicadeza que me descolocó, retiró la cinta de mi boca.
—¿Quién eres? —pregunté con voz quebrada—. ¿Qué quieres? ¿Dónde estoy?
No hubo respuesta.
Solo su mirada fija, impenetrable.
Intenté moverme, pero mis muñecas estaban atadas con cuerdas ásperas. La piel empezaba a dolerme del forcejeo. Las lágrimas comenzaron a bajar por mis mejillas, calientes, desesperadas.
—Por favor... no me hagas daño —susurré—. ¿Qué quieres de mí?
Y entonces, lo impensable.
El desconocido se inclinó más... y limpió mis lágrimas. Con el dorso de su mano, con una ternura que no combinaba con el miedo que me recorría.
Yo estaba confundida. Mi mente gritaba peligro, pero mi cuerpo no entendía cómo leer la situación. Algo en su forma de tocarme no encajaba con la imagen de un secuestrador.
Sin decir palabra, volvió a cubrir mis ojos.
—No... por favor, no —rogué con voz temblorosa—. No me tapes otra vez... déjame ver, déjame ir...
Y fue ahí, justo cuando pensaba que me iba a dejar sola, cuando algo sucedió que rompió toda lógica.
Unos labios tocaron los míos.
No como un ataque. No como una amenaza.
Fue un beso.
Tibio.
Lento.
Él no me obligó, no empujó... solo rozó mi boca con la suya. Yo debería haberme alejado. Debería haber gritado. Luchado. Pero no lo hice.
Porque esos labios... tenían un sabor familiar.
Menta.
Un cosquilleo eléctrico me recorrió la columna. Ese sabor, ese toque, ese beso... lo había sentido antes. Lo había soñado. Lo había deseado sin querer.
—Tú... —susurré, apenas separando mi boca de la suya.
Pero él no respondió. Solo volvió a besarme, esta vez más profundo.
Y yo... le respondí.
Dios, no sé por qué lo hice. Tal vez estaba en shock. Tal vez fue la adrenalina. O tal vez algo dentro de mí reconocía lo que mi razón no podía explicar.
Le devolví el beso, con lentitud, con miedo, pero también con deseo. Era una locura. Lo sé. Pero en ese momento no había lógica, ni mundo, ni normas. Solo él. Solo el beso.
Sus manos buscaron mi cintura por debajo de mi camisa, recorriéndome como si supiera cada curva, como si ya me hubiese tocado antes. Su boca bajó a mi cuello, y gemí. Sí, lo hice.
Mi piel ardía y temblaba al mismo tiempo. Quise tocarlo, pero las cuerdas me lo impedían. Solo podía sentir, perderme, ceder.
Me alzó en sus brazos, como si no pesara nada, y me sentó sobre algo duro. Una mesa, tal vez. Se ubicó entre mis piernas, su respiración caliente, sus labios buscándome otra vez.
Yo estaba perdida. Envuelta en un mar de sensaciones que no podía controlar.
Entonces, un sonido cortó el momento.
Un celular sonó. Una vibración insistente, como una alarma que te arranca de un sueño.
Él se separó.
Y en ese segundo de pausa, sentí algo presionarse contra mi nariz. Un paño.
—No... espera... —susurré, débil.
Una sustancia dulce, química, me invadió los sentidos. Todo comenzó a girar. La oscuridad ya no era solo en mis ojos, sino también en mi mente.
Y luego...
Nada.