Narrado por Allison
La voz de mi padre…
Esa voz ronca, familiar, acompañada de una suave sacudida en mi hombro, me arrancó de la oscuridad como si me sacaran a la fuerza de un abismo. Parpadeé varias veces, desorientada, el corazón latiéndome con violencia.
—¿Qué haces dormida aquí en el sofá, Allison?
Su silueta se recortaba contra la luz suave de la mañana. Era él. Con su pijama de franela, el cabello revuelto y una taza de café humeante en la mano.
—¿Papá? —susurré, con la garganta seca y la lengua pesada.
Él me miró alzando una ceja, cruzado de brazos.
—¿Te desvelaste otra vez? ¿Qué te he dicho sobre eso? —preguntó con ese tono entre molesto y cansado, como si no supiera si regañarme o rendirse.
Yo no contesté. Algo no estaba bien.
Estaba en casa. El mismo sofá de siempre. La manta gris de cuadros me cubría los hombros. El murmullo del refrigerador se oía desde la cocina. En la televisión, un video de YouTube parpadeaba como si hubiese quedado en pausa mucho tiempo atrás. Todo era familiar. Todo era normal.
Pero mi cuerpo no lo sentía así.
Tenía la boca seca. Las muñecas me dolían, como si algo las hubiera apretado fuerte. Mi pecho subía y bajaba con un temblor que no podía explicar.
Miré mis manos. Ninguna marca. Ninguna señal.
Pero el miedo seguía ahí.
—Allison, ¿me estás escuchando?
—Sí… lo siento, papá. Me quedé viendo videos en el celular. No quise despertar a Mary entrando a mi cuarto…
Él suspiró con pesadez, dio media vuelta y murmuró algo como “ya hablaremos luego”. El sonido de su taza dejándose sobre la encimera me pareció extrañamente lejano.
Yo seguía inmóvil.
Sentada en el sofá.
Mirando la nada.
¿De verdad todo fue un sueño?
Porque lo sentí.
Lo sentí.
Su aliento. Su peso sobre mí. Sus labios. Esa voz contenida, ese olor… menta. Su tacto. El beso.
Fue real. Lo juro que fue real.
Entonces, ¿por qué estaba en casa?
¿Por qué no había una sola prueba?
¿Y si... si no fue un sueño, pero tampoco fue real?
¿Y si mi mente me está jugando una mala pasada?
Subí las escaleras como un fantasma. Sin mirar a nadie. Mary seguía dormida, enredada en las sábanas como si el mundo no se hubiera detenido unas horas antes.
Entré al baño y cerré la puerta con un clic. El espejo reflejaba un rostro pálido, ojeroso, los ojos abiertos de más, como si aún intentaran entender qué era verdad y qué no.
Abrí el grifo de la bañera y dejé que el agua comenzara a correr. Me desnudé lentamente, como si cada prenda cargara peso, como si temiera que el sonido de la tela rompiera algo.
Me metí en la bañera antes de que se llenara del todo. El agua caliente envolvió mi cuerpo, y solo entonces dejé salir un suspiro que parecía haber estado contenido toda la noche.
Cerré los ojos.
Y ahí, en silencio, lo admití.
Lo viví.
Lo sentí. Cada segundo. Cada roce. Cada maldito detalle. Sus labios contra los míos, esa forma en la que me miraba sin que pudiera verle el rostro. El miedo. La adrenalina. El deseo inexplicable.
Y ahora…
¿Cómo lo explico?
Toqué mis labios. Seguían sensibles.
No era normal. Nada lo era.
No había pruebas. No había rastros. Solo mi cuerpo, mi memoria… y este maldito temblor que no se va.
¿Cómo decirle a alguien que fui secuestrada si desperté arropada en casa?
¿Cómo contar que fui besada por un desconocido del que no sé nada, ni siquiera su rostro?
El vapor llenó el baño. El espejo se empañó. Mi respiración se volvió lenta… hasta que algo dentro de mí se tensó.
¿Y si no fue un sueño?
¿Y si él realmente estuvo aquí?
¿Y si mi mente me está protegiendo… borrando partes que no quiero recordar?
O peor…
¿Y si no lo borré, sino que él me lo quitó?
Me hundí en el agua unos segundos, esperando que el calor calmara mis pensamientos. Pero no lo hizo.
Emergí con el corazón aún en llamas.
Porque no era solo miedo lo que sentía.
Era una certeza en el fondo del pecho.
Él existía.
Y lo peor…
Podía volver.