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Capítulo 22 - El sonido del miedo.

El sábado llegó con una calma engañosa. Por primera vez en semanas, el sol se asomó con fuerza desde temprano, pintando las cortinas de mi cuarto con un cálido tono dorado.

Mary estaba emocionada desde que se levantó, revoloteando por la casa como una mariposa en primavera. Hoy tenía su cita con David, y la emoción se le escapaba por todos los poros.

—¿Y este? ¿O este otro? —preguntó mostrándome dos vestidos sobre la cama.

—Ese rosado. Te queda como un sueño —respondí sin dudar.

Sonrió y se lo puso enseguida. Era un vestido sencillo, pero hermoso, con tirantes delgados y una falda que se movía como pétalos. Le peinamos el cabello en ondas suaves y le puse un poco de brillo en los labios.

—Pareces sacada de una película —le dije, admirándola.

—Ojalá tenga un final feliz —susurró, más para sí misma que para mí.

A las 5:00 en punto, David llegó. Lo vi desde la ventana: una imponente camioneta blanca, brillante, 4x4, que parecía recién salida de una revista de aventuras. Mary bajó corriendo las escaleras, con el corazón en los ojos.

—Te escribo más tarde —me dijo, abrazándome fuerte.

—Diviértete —le susurré.

Y entonces me quedé sola.

Carmen había salido temprano a visitar a su hermana enferma en las afueras. Mi papá, por su parte, había tenido que viajar de urgencia por trabajo. No volvería hasta el lunes.

La noche cayó más rápido de lo habitual, como si alguien hubiera apagado el sol antes de tiempo. La casa se llenó de un silencio extraño, casi forzado. No era el tipo de silencio que da paz, sino ese que se cuela por las paredes y parece moverse por los rincones.

Seguía en el sofá, envuelta en una cobija, mirando la pantalla del televisor sin realmente prestar atención.

Hasta que el primer golpe sonó.

Seco. Hueco.

Venía desde la parte trasera de la casa. Algo parecido a un portazo... o a una ventana que se cerró sola. El corazón me dio un pequeño salto. Me obligué a no moverme.

—Es el viento... —susurré, sin creerme del todo.

Me acerqué al televisor y subí el volumen. Ruido. Necesitaba ruido. Cualquier cosa que me distrajera.

La lluvia comenzó poco después.

Primero suave. Luego intensa. En cuestión de minutos, el cielo se desató en una tormenta violenta. Las gotas golpeaban las ventanas con furia, el agua se deslizaba por los techos como un río desbocado. Algo retumbó en el patio. No me atreví a mirar.

Y entonces, un trueno partió la oscuridad.

La luz se fue.

Todo quedó en penumbras.

Apagué un grito ahogado con la mano. El televisor murió, la calefacción se detuvo y el silencio que dejó la electricidad fue aún más espeso.

Mi celular apenas tenía batería. Alumbré con la linterna, pero la luz era débil, temblorosa, casi inútil. Caminé despacio hacia la escalera. Necesitaba encerrarme en mi cuarto. Cerré la puerta de la sala. Luego la de la cocina.

Todo parecía en orden... pero el corazón me latía demasiado rápido.

Y entonces, otro golpe.

Más fuerte.

Más cerca.

Como si alguien caminara por el primer piso... o abriera puertas... o arrastrara algo.

—No hay nadie... —susurré—. No hay nadie. No hay nadie...

Subí el primer escalón, temblando.

Segundo escalón.

Tercero.

Un sonido detrás de mí. Una respiración.

—Cálmate, Allison. Solo son los nervios...

Pero escuché un paso.

Y el pánico me invadió.

Corrí los últimos escalones con el corazón desbocado.

Cuando puse un pie en el último tramo, algo —o alguien— me sujetó por la cintura con fuerza desde atrás.

—¡NO! —grité con un pánico que jamás había sentido—. ¡SUÉLTAME! ¡AUXILIO! ¡SUÉL...!

—¡Soy yo! —una voz jadeante, húmeda, rota, junto a mi oído—. ¡Soy yo! ¡Soy Evan!

Me quedé congelada.

La lluvia lo envolvía todo. Los truenos rugían en el cielo como bestias.

Pero yo solo escuchaba su voz.

Temblé aún más.

Y entonces, lentamente... solté el aire que había estado conteniendo.

Me quedé congelada.

La lluvia lo envolvía todo. Los truenos rugían en el cielo como bestias salvajes.

Pero yo solo escuchaba su voz.

—Soy yo... soy Evan —repitió, y su aliento tembló contra mi oído.

Me di la vuelta de golpe. Lo vi empapado, con los ojos abiertos de par en par, como si él también hubiera estado huyendo de algo. O de alguien.

Sin pensar, me aferré a su camisa con fuerza. La tela mojada se pegó a mis dedos, pero no me importó. Lo necesitaba allí. Necesitaba saber que no estaba sola. Que eso que había sentido... no era real. O que, si lo era, al menos él estaba conmigo.

—¿Qué haces aquí? —pregunté con la voz quebrada—. Me asustaste. Pensé que...

Pero Evan no respondió.

Y entonces me quebré.

El llanto me llegó de golpe, como un nudo en la garganta que ya no pude contener. Me derrumbé contra su pecho, temblando, sollozando con todo lo que me había estado guardando. Todo el miedo, la tensión, la soledad... explotaron como una tormenta dentro de mí.

Evan no dijo nada al principio. Solo me sostuvo.

Se dejó caer en el último tramo de las escaleras, sentado, con la espalda contra la pared, y me arrastró con él, envolviéndome con sus brazos como si pudiera protegerme del mundo.

Me acurruqué en su pecho, dejando que mis lágrimas lo empaparan, sin fuerzas para fingir que estaba bien.

—Tranquila... tranquila... —susurró una y otra vez, con la voz baja, temblorosa, acariciándome el cabello con torpeza, como si también estuviera roto por dentro.

—Tengo miedo —musité, entre sollozos.

—Estoy contigo —contestó enseguida—. Lo siento... lo siento tanto, Allison. No quise asustarte.

Nos quedamos así. En el suelo. En plena oscuridad. Con la tormenta rugiendo afuera y nuestros cuerpos temblando, por el frío, por el miedo, por todo lo que no sabíamos decir.



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En el texto hay: suspenso, hurmor drama, humor amistad amor adolescente

Editado: 15.09.2025

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