La luz volvió de repente, como si la tormenta hubiera decidido apiadarse de nosotros por un instante. Un parpadeo breve, un zumbido eléctrico, y las lámparas recuperaron su brillo tibio, envolviendo todo en un resplandor cálido e irreal después de tanta oscuridad.
Sentí cómo mis lágrimas se detenían poco a poco, como si la electricidad hubiera devuelto también algo de control sobre mí misma. Respiré hondo, intentando calmar el temblor de mis manos.
Evan pasó una mano por mi cabello, con una delicadeza que me hizo cerrar los ojos por un segundo, buscando en ese gesto algo que me anclara. La otra mano la apoyó en mi espalda, firme, cálida, como si me dijera que ya no tenía que huir.
—Estás muy mojado… —susurré, notando cómo su ropa, pegada a la piel, goteaba sobre el piso.
Él soltó una pequeña risa, apenas un suspiro.
—Tranquila… es solo agua.
—Pero… estás temblando un poco.
Evan se encogió de hombros, sin dejar de acariciar mi cabello.
—Creo que es porque te vi muy asustada… —dijo, mirándome con esa mezcla de ternura y preocupación que solo él sabía tener—. ¿Qué ocurre, Allison?
Desvié la mirada, mordiendo mi labio. No quería sonar dramática… pero tampoco podía mentirle.
—Nada… solo… solo fue la lluvia.
Evan me tomó el rostro con ambas manos, con una suavidad que me hizo temblar por un motivo completamente diferente al miedo.
—Allison… puedes confiar en mí.
Sus palabras flotaron en el aire, tan cerca como su aliento. Nuestros rostros se quedaron a unos centímetros apenas, y él levantó una mano para acariciarme la mejilla, recorriendo mi piel con la yema de los dedos, despacio, como si tuviera miedo de romperme.
No sé quién se inclinó primero, si él o yo… pero nuestros labios se rozaron, apenas un suspiro de distancia, una línea tan delgada que con solo inclinarme un poco más…
De repente, el timbre de mi teléfono vibró con fuerza en el suelo.
El sonido nos hizo separar los rostros de golpe, como si nos hubieran arrancado de ese instante.
Me agaché para recogerlo y, en ese movimiento, Evan se inclinó un poco hacia mí. Fue entonces cuando, con la claridad que ahora llenaba la sala, noté algo que no había visto antes: un pequeño moretón en el borde de su ceja, junto al ojo derecho.
Me detuve, olvidando por un momento el teléfono que vibraba insistentemente.
—¿Qué te pasó? —pregunté, tocándolo con suavidad, justo sobre el hematoma.
Evan giró un poco el rostro, como si quisiera restarle importancia.
—No es nada… Solo un golpe.
Me miró y sonrió, pero era una de esas sonrisas que se usan para desviar preguntas incómodas.
El teléfono seguía vibrando en mi mano. Bajé la mirada y vi en la pantalla el nombre de Mary.
—Es Mary… —murmuré, como una disculpa, mientras deslizaba para contestar—. Hola…
—¡Allison! —la voz de Mary sonó agitada, con ese tono que siempre usaba cuando estaba preocupada—. Te escribí y no me respondiste… La ciudad está colapsada, la lluvia es horrible. Hay accidentes por todas partes… Estoy yendo para allá, con David. Ya casi llegamos.
—Estoy bien… tranquila —respondí, tratando de que mi voz sonara firme mientras lanzaba una mirada rápida a Evan, que seguía allí, debajo de mí, con las manos ahora apoyadas en mis caderas, como si dudara entre apartarme o mantenerme cerca—. Aquí ya volvió la luz.
—Ok… no te muevas de ahí —dijo Mary antes de colgar.
Solté un suspiro, dejando el teléfono en mi regazo.
Evan me miró de reojo, ladeando apenas una sonrisa.
—¿Quieres…? —me aclaré la garganta, intentando que el nudo que tenía en el estómago se deshiciera—. ¿Quieres un chocolate caliente? Y… te puedo buscar una camisa seca… de mi papá o algo…
—No estaría mal… —respondió él, con esa tranquilidad que siempre le envidiaba.
Fuimos a la cocina. Mientras calentaba la leche, lo vi quitarse la camisa mojada y dejarla sobre el respaldo de una silla. El vapor del agua hirviendo llenaba el aire, pero el calor que sentía no tenía nada que ver con eso.
Evan, sin camisa, apoyado en la encimera, miraba por la ventana, atento a la lluvia que aún golpeaba los cristales. Sus hombros anchos, su espalda mojada… Me obligué a volver la mirada al cazo, removiendo el chocolate como si fuera lo más interesante del mundo.
Él se giró, como si hubiera notado mi incomodidad, y se acercó, apoyando los antebrazos en la barra que nos separaba.
—¿Estás mejor?
Asentí, respirando hondo, aunque seguía con la sensación de que todo en mí estaba alterado, fuera de lugar.
—Si, Gracias por… venir.
Evan sonrió.
—No podía dejarte sola… no después...
Bajé la mirada, apretando la taza de chocolate que acababa de servirle. Me acerqué y se la ofrecí. Cuando sus dedos rozaron los míos, un pequeño calambre recorrió mi brazo.
Él bebió un sorbo, cerrando los ojos con satisfacción.
—Esto está buenísimo.
—Es chocolate… ¿Cómo no va a estar bueno? —contesté con una sonrisa tímida.
Nos quedamos en silencio un momento, escuchando solo la lluvia y nuestros propios latidos, que parecían marcar el mismo ritmo acelerado.
La tensión del miedo se fue diluyendo, dejando en su lugar otra… más densa, más difícil de ignorar.
Evan se inclinó un poco más, como si quisiera decirme algo, pero en ese momento, la puerta principal se abrió de golpe.
—¡Allison!
El hechizo se rompió de inmediato.
Evan me miró una última vez, dejó la taza en la barra y, sin decir nada más, se alejó para ponerse la camisa mojada.
Mientras yo corría hacia la puerta, con el corazón aún latiéndome en la garganta… supe que aquella noche había cambiado algo.