No sé quién se inclinó primero, si fui yo o fue él… solo sé que, de repente, mis dedos estaban enredados en su camisa empapada, sintiendo el latido frenético de su corazón bajo la tela húmeda. Tiré de él con fuerza, rompiendo cualquier distancia que pudiera quedarnos, y su cuerpo se pegó al mío, firme, caliente, vibrante.
Sus labios chocaron con los míos con una fuerza brutal, arrancándome el aliento y haciéndome aferrarme a él como si necesitara anclarme a algo más firme que mis propios pensamientos.
Un beso potente, urgente… desesperado.
Sus manos me sujetaron con determinación, recorriendo con hambre mi espalda, apretándome contra su pecho mientras la lluvia seguía cayendo sobre nosotros, fría y cortante.
Su lengua buscó la mía sin pedir permiso, con una mezcla perfecta de ansia y destreza, invadiéndome, explorándome. Jadeé en su boca, aferrándome con desesperación a su cuello, sintiendo cómo sus dedos se deslizaban por mi cintura, marcando con cada caricia una necesidad apenas contenida.
Lo besé con rabia, con necesidad… con una entrega que no había sentido nunca antes, queriendo borrar de mi boca esos otros besos que me atormentaban, esos que aún me perseguían en sueños y recuerdos oscuros que no quería volver a sentir jamás.
Pero este…
Este sabía a menta y a algo más…
A él.
A Evan.
Y aunque me estaba consumiendo, también me estaba empezando a asustar.
Porque lo disfrutaba.
Cada segundo, cada roce, cada mordida en mi labio, cada respiración entrecortada mientras nuestras bocas se buscaban y se encontraban una y otra vez… lo disfrutaba tanto que dolía.
Sus manos se deslizaron por debajo de mi camiseta, ascendiendo con una lentitud tortuosa, acariciando la piel húmeda y erizada de mi espalda, mientras sus labios bajaban por mi mandíbula, dejando un rastro ardiente hasta llegar a mi cuello. Ahogué un gemido al sentir cómo sus dientes rozaban mi piel, marcándome suavemente, mientras sus manos me sujetaban con fuerza, guiándome, dominándome, sin perder nunca ese control que parecía tan suyo… y que me estaba volviendo loca.
Me separé apenas, solo lo justo para mirarlo a los ojos, jadeante, temblorosa, con el pulso desbocado.
Él estaba igual: respiración agitada, el cabello pegado a la frente por la lluvia, los labios enrojecidos, hinchados… y los ojos, Dios, esos ojos… cargados de un deseo tan feroz como el mío, pero también… de miedo.
Como si él también supiera que lo que acababa de pasar acababa de cruzar una línea de la que no habría vuelta atrás.
Sentí un estremecimiento recorrerme de pies a cabeza.
No solo por él…
Sino porque, de pronto, entendí que esto… lo que fuera que estaba creciendo entre nosotros…
Ya no podía detenerlo.
Me giré hacia la cocina, intentando escapar de todo lo que acababa de pasar, pero Evan me detuvo, sujetándome suavemente del brazo.
—Allison… ¿qué está pasando?
Me detuve, con la respiración aún entrecortada, sin atreverme a mirarlo.
—¿Cómo…? —susurré, sin saber bien qué quería preguntar.
Pero él no se detuvo. Se acercó más a mí, acortando ese espacio invisible que a veces parecía lo único que nos mantenía a salvo.
—Yo… solo… —empezó a decir, pero su propia voz se quebró en la duda.
Lo miré, confundida, pero entonces fue él quien me miró con esa intensidad que me desarmaba.
—No soy idiota, Allison. Algo está pasando. Anoche… anoche estabas temblando, asustada, como si alguien te persiguiera… y hoy te encuentro aquí, bajo la lluvia, otra vez… asustada, como si hubieras visto un fantasma.
Apreté los labios, sintiendo cómo todo dentro de mí se tensaba.
—No es nada… solo es… —pero las palabras se me quedaron atragantadas en la garganta.
—¿Qué? —insistió, su voz ya casi un susurro.
Lo miré directo a los ojos, con esa mezcla de coraje, miedo y… algo más que ni siquiera podía nombrar.
—Sabes… a menta —le dije de golpe.
Él parpadeó, confuso.
—¿Cómo?
Tragué saliva, sintiendo la necesidad absurda de explicarlo, aunque sabía que no podía.
—A ti… te gusta el helado de fresa. Hasta la torta de fresa te gusta. Son las fresas, siempre las fresas… hasta los dulces que compartes con David son de fresa.
—Allison… ¿qué tiene que ver eso?
Lo miré con fuerza, sintiendo que si no lo decía me iba a ahogar.
—Que tienes un sabor a menta. Ese sabor… ese sabor…
—¿De qué estás hablando, Allison? —preguntó, dando un paso más hacia mí.
No lo dejé terminar.
No sé qué fue… si fue el miedo, el coraje… o simplemente la locura.
Pero me acerqué a él y me incliné… y lo besé.
Esta vez, fue un beso diferente.
No hubo titubeos, no hubo dudas.
Abrí la boca y lo busqué con la lengua, y él respondió al instante, agarrándome por la cintura y alzándome hasta que mis pies apenas tocaban el suelo. Mis piernas se enredaron instintivamente en su cintura, mientras él me empujaba contra la pared, atrapándome entre la solidez de su cuerpo y la firmeza del muro.
Su pelvis se apretó contra la mía, y un gemido bajo escapó de su garganta al sentir cómo mis caderas se movían contra las suyas, en un vaivén involuntario que me arrancó una oleada de calor desde lo más profundo de mi abdomen.
Sus manos se deslizaron por mis muslos, subiendo con descaro, acariciando mi piel desnuda, mientras nuestros besos se volvían más intensos, más voraces, más desesperados.
Sus labios se despegaron apenas de los míos, y descendieron otra vez por mi cuello, mordiendo, lamiendo, dejando un rastro húmedo y ardiente que me hizo arquear la espalda y buscarlo aún más.
Me aferré a su cabello, tirando suavemente, guiándolo, mientras él exploraba mi cuerpo con una urgencia que me desarmaba.
Y cuando creí que nada en el mundo podría detenernos…
La voz de Mary se escuchó desde la cocina:
—¡Allison! ¿Dónde estás?
Me congelé.