Entré a la cocina aún temblando, con la ropa empapada pegándose incómodamente a mi piel y la respiración desordenada, como si hubiera corrido kilómetros huyendo de algo invisible.
Mary me miró, sorprendida, dejando el cuchillo y la fruta sobre la mesa de golpe.
—¿Por qué estás mojada? —preguntó, acercándose de inmediato—. ¿Qué hacías bajo la lluvia?
No pude responder. Solo me lancé a sus brazos, como si necesitara anclarme a algo que me salvara de mí misma.
Y rompí en llanto.
—B-besé a Evan... —solté entre sollozos, sintiendo cómo el pecho se me oprimía más con cada palabra, como si me faltara el aire.
—¿Qué? —Mary se separó apenas para mirarme a los ojos, pero no me soltó.
—Lo besé... y no solo una vez... y... si tú no hubieras llegado, Mary... Dios... —me tapé el rostro con las manos, avergonzada, rota, confundida, como si pudiera esconderme de lo que había hecho.
Ella me sostuvo con fuerza, acariciando mi espalda, dándome esa calidez que ni la lluvia había logrado arrancarme.
—Ok, ok... tranquila... Primero: ¡guau! ¡Besaste a Evan... por fin! —dijo, sonriendo, intentando aligerar la tensión, como siempre hacía—. Segundo... ¿por qué lloras? ¿Acaso... no te gustó?
Negué con la cabeza de inmediato, mordiéndome el labio con fuerza.
—Es todo lo contrario, Mary... creo... creo que no debió pasar.
Ella frunció el ceño, sin soltarme, como tratando de leer más allá de mis palabras.
—Ya me perdí, Allison...
—Vamos arriba —me dijo con esa voz dulce y firme que usaba cuando quería cuidarme—. Vamos a darte una ducha, quitarte esa ropa mojada... y me explicas.
Asentí en silencio, dejándome guiar escaleras arriba.
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El agua caliente corría sobre mi piel, tratando de arrancar el frío, la confusión… pero no podía. Seguía allí, adherido a mí como la lluvia. Sentada en el borde de la bañera, con la toalla envuelta alrededor de mi cuerpo, me abrazaba a mí misma, intentando contener todo lo que se desbordaba por dentro.
Mary se sentó en el suelo, frente a mí, con una expresión seria, preocupada… lista para escuchar.
—¿Qué pasó, Ali?
Tragué saliva, bajando la mirada, sintiendo cómo las lágrimas me quemaban de nuevo.
—Tengo miedo, Mary... —susurré, apenas audible—. Anoche... creí que él estaba aquí... sentí su presencia... y hoy... vi una figura en el jardín... pensé que... que era él.
Las lágrimas volvieron a caer, silenciosas, inevitables.
—Y... besé a Evan... no sé si por miedo... por coraje... por impulso... no lo sé, Mary... —cerré los ojos, apretándolos con fuerza.
Ella se arrastró más cerca y tomó mis manos con fuerza, con ese gesto que siempre me recordaba que no estaba sola.
—Allison...
—No sé qué me está pasando... —continué, sollozando—. Es como si... quisiera borrar esos besos... esos recuerdos... pero... ahora tengo otros... y me asusta... porque siento que... que él podría volver...
Mary me abrazó con fuerza, como una madre, como una hermana, como todo lo que necesitaba en ese momento.
—Escúchame bien... —me dijo, con la voz quebrada pero firme—. Ese monstruo no está aquí... no puede hacerte daño. Yo estoy contigo... David... Evan... No estás sola, Allison… nunca más.
Me aferré a ella con todas mis fuerzas, mientras el agua seguía corriendo y mi corazón latía frenético, como si no pudiera decidir si huir o quedarse.
Y en medio de ese abrazo, supe que... por un instante... estaba a salvo.
Pero el miedo... seguía ahí.
Como una sombra... acechando.
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Horas después, estábamos las dos acurrucadas en el sofá, compartiendo un plato de frutas mientras una película sonaba de fondo, irrelevante, lejana. Yo me había acomodado en los brazos de Mary, aferrándome a su calidez como si fuera mi único refugio. Ella pasaba suavemente sus dedos por mi cabello, dándome esa paz que tanto necesitaba, aunque solo me durara un suspiro.
El timbre sonó de pronto.
Mary se levantó rápidamente.
—Debe ser David... —murmuró, sonriendo, mientras caminaba hacia la puerta.
La escuché abrir y enseguida la voz alegre de David inundó la casa.
—¡Trajimos hamburguesas para cambiar el menú! —anunció con ese tono despreocupado que siempre lograba hacerla reír.
Y detrás de ellos, Evan también entró.
Nuestras miradas se cruzaron fugazmente. Él estaba ahí… tan cerca… y a la vez tan lejos.
Mary se acercó a David, le dio un beso rápido y se acomodaron en el sofá. Ella se metió entre sus brazos, como siempre hacía, con esa complicidad que solo ellos entendían. Luego se inclinó y le susurró algo al oído.
David asintió, sacó su teléfono y tecleó rápidamente antes de guardarlo en el bolsillo. Mary lo abrazó aún más fuerte, sonriendo satisfecha.
Evan se sentó a mi lado, pero dejando ese espacio prudente entre nosotros. Un espacio que pesaba… que dolía… que gritaba todo lo que no decíamos.
—Comamos antes de que se enfríe —sugirió él, con esa suavidad que me derrumbaba.
Todos asentimos.
Yo apenas probé mi hamburguesa. Más que comerla, la empujaba con el tenedor, como si moverla de un lado a otro en el plato pudiera también mover este nudo que me apretaba el pecho.
Me levanté despacio, caminando hacia la cocina. Me acerqué al refrigerador… pero no lo abrí. Solo apoyé la frente contra la puerta fría, cerrando los ojos con fuerza, intentando, en vano, ordenar mis pensamientos.
—¿Estás buscando ideas? —escuché su voz detrás de mí.
Negué apenas, sin abrir los ojos.
—Solo… desearía que mis pensamientos se apagaran por unas horas… —susurré, con la voz quebrada.
Silencio.
Hasta que sentí cómo se acercaba.
Me giró suavemente hacia él y, sin decir nada, me abrazó.
Me aferré a Evan con fuerza, como si en ese abrazo pudiera protegerme de todo lo que me estaba consumiendo por dentro.
—Estoy aquí... lo sabes, ¿verdad? —murmuró en mi oído, con esa voz profunda y sincera que estaba logrando estremecerme.