¿sabor Favorito? ¡¡menta!!

Capitulo 28: Inevitable derrota.

Después de ese abrazo en la cocina, regresamos a la sala, donde Mary y David seguían acurrucados en el sofá.

—¿Y si hacemos algo divertido? —propuso David, con ese tono de quien está a punto de meterse en problemas—. ¿Qué tal un juego?

Mary se incorporó enseguida, entusiasmada.

—¡Sí! Hace rato que no jugamos a nada juntos.

Fue hasta un estante y sacó una caja de Monopolio.

—Prepárense para perder —anunció David, guiñándonos un ojo mientras desplegaba el tablero en la mesa.

Nos sentamos los cuatro: David y Mary de un lado, Evan y yo del otro. Mary nos repartió billetes mientras David mezclaba las tarjetas, con esa sonrisa que siempre lo hacía parecer más peligroso de lo que era.

Al principio todo fue risas, apuestas absurdas y miradas cómplices.

—¡Voy a comprarte todos los hoteles y te voy a dejar en la calle! —le gritaba Mary a David, lanzándole billetes a la cara entre carcajadas.

—Solo si puedes —respondía él, inclinándose para besarle la mejilla.

Evan y yo estábamos más callados... pero cada vez que nuestras manos se rozaban al mover las fichas o al intercambiar dinero, la tensión se volvía más espesa, como una cuerda invisible que se tensaba, atrayéndonos cada vez más.

—¡Caíste en mi propiedad! —me gritó David, sacudiendo la tarjeta con un orgullo desmedido.

—¡No puede ser! —protesté, soltando los billetes sobre la mesa mientras reía, resignada.

Evan tampoco tuvo mejor suerte. Mary se burlaba con cariño de nosotros.

—¿Qué les pasa? ¡Parecen bebes!

—Es su culpa —le dije, señalando a David—. Hace trampas.

—No hago trampas, soy competitivo —se defendió, mientras todos estallábamos en carcajadas.

La partida terminó con la humillante derrota de Evan y mía.

David frotó las manos, como quien está a punto de ejecutar su golpe maestro.

—Bueno... ya que perdieron, tienen que cumplir el reto.

Evan arqueó una ceja, intrigado.

—¿Qué clase de reto?

Mary se inclinó hacia David y le susurró algo al oído. David sonrió con picardía.

—Van a ir al sótano... y quedarse allí encerrados diez minutos. Sin excusas.

Abrí los ojos como platos.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Es el castigo —respondió Mary, encogiéndose de hombros—. Además, solo son diez minutos... ¿Qué podría pasar?

Evan se levantó primero, ofreciéndome la mano.

—Vamos, Allison... No seas cobarde —dijo con esa sonrisa ladeada que me derretía.

Resoplé, pero la tomé.

—Esto es ridículo...

David abrió la puerta del sótano, con gesto teatral.

—Adentro, perdedores.

Entramos. Antes de que pudiera siquiera protestar, la puerta se cerró tras nosotros con un clic que resonó en el silencio como una sentencia.

Escuchamos sus risas apagadas al otro lado.

Evan tanteó la pared y encendió la luz tenue. Apenas alcanzaba a iluminar las viejas estanterías, las cajas olvidadas, los muebles cubiertos por sábanas.

Me crucé de brazos, incómoda.

—Esto es una trampa...

Evan se giró hacia mí, sonriendo de lado.

—Quizá... pero no podemos salir hasta que pase el tiempo.

Me apoyé en la pared fría, notando cómo mi corazón se aceleraba. Sus ojos estaban clavados en los míos, intensos, oscuros, como si... pudieran desnudarme sin tocarme.

Se sentó en el suelo, apoyando los codos en las rodillas, y soltó un suspiro largo, quebrado.

—Siento mucho la forma en que hablé en el jardín —dijo de pronto, rompiendo el silencio—. No quiero que te sientas obligada a decirme nada... solo...

Me agaché frente a él, con el corazón encogido, y terminé sentándome a su lado, tan cerca que sentía el calor de su cuerpo, su respiración un poco agitada.

—Te entiendo más de lo que crees —susurré, bajando la mirada—. No quise asustarte... solo... estaba asustada. Y sí... sí quiero contarte... solo necesito tiempo.

Evan giró la cabeza, buscándome, y cuando nuestros ojos se encontraron, su mirada me sostuvo con una ternura.

—Tranquila, Allison... cuando estés lista, estoy aquí —me dijo en voz baja, ronca, tan sincera, tan cruda, que sentí cómo mi pecho se abría, vulnerable, dispuesto.

Nos quedamos así, mirándonos, conteniendo algo que estaba queriendo salir... hasta que, inevitablemente, nuestros labios se encontraron.

Primero fue un roce tímido, apenas un roce... pero en cuanto nuestras bocas se reconocieron, la tensión acumulada estalló.

El beso se volvió urgente, desesperado, húmedo, cargado de todas las cosas que no sabíamos decir.

Me moví sobre él, acomodándome a horcajadas en su regazo, rodeándole el cuello con mis brazos, mientras sus manos se deslizaban por mi espalda, subiendo bajo la tela de mi pijama, acariciando mi piel con una lentitud que me hacía arder.

Mi pecho rozaba el suyo, sintiendo cómo su respiración se aceleraba, cómo su cuerpo se tensaba bajo el mío.

Sus labios descendieron a mi cuello, mordiendo suavemente, arrancándome un gemido que resonó en el aire denso del sótano.

Mis manos bajaron a su camiseta, tirando de ella para levantarla y acariciar su abdomen firme, caliente.

Evan me apretó contra él con fuerza, dejando que mis caderas encajaran con las suyas, y un escalofrío me recorrió entera al sentirlo, duro, contra mí.

—No vas a salir corriendo, ¿verdad? —murmuró, con esa sonrisa traviesa que me estaba empezando a volvía loca.

Reí, sin poder evitarlo, con las mejillas ardiendo.

—No lo haré...

Sus manos subieron lentamente, acariciando mis costados, mis muslos, mientras las mías se perdían en su cabello, tirando suavemente de él para guiar su boca de vuelta a la mía.

Cuando sus manos comenzaron a levantar mi camisa, deslizándose por mi piel erizada, dispuestos, los dos, a cruzar esa línea...

—¡Chicos! ¡Ya pueden salir! —la voz de David retumbó desde el otro lado de la puerta, cortando el aire como un cuchillo.

Nos congelamos al mismo tiempo, jadeando, con las respiraciones agitadas y los cuerpos aún entrelazados.



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En el texto hay: suspenso, hurmor drama, humor amistad amor adolescente

Editado: 16.06.2025

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