Salimos del sótano riendo, con las mejillas aún encendidas, intentando disimular la tensión eléctrica que acababa de recorrer nuestros cuerpos. El silencio cómplice nos envolvía mientras subíamos los escalones, sintiendo aún en la piel los rastros de las miradas que nos habíamos lanzado.
—¿Se portaron bien? —preguntó David con una sonrisa traviesa.
Nos miramos apenas un segundo... y rompimos en carcajadas. Esa risa nerviosa, desbordante, que solo sirve para ocultar lo que en realidad arde por dentro.
Volvimos a la sala, fingiendo normalidad, y seguimos jugando, entre bromas y desafíos cada vez más atrevidos, como si ninguno quisiera ser el primero en admitir lo que realmente pasaba entre nosotros.
Me desperté sobresaltada, sintiendo la mano entumecida por el peso de mi cabeza. Abrí los ojos lentamente... y me encontré con esa imagen: los cuatro esparcidos por la sala como náufragos que habían perdido la noción del tiempo.
Mary estaba rendida, con la cabeza apoyada en la pierna de David, que dormía torpemente inclinado sobre la mesa, como si en medio de una conversación el sueño lo hubiera vencido.
Yo seguía tumbada, acurrucada sobre mi propia mano, pero Evan... Evan estaba ahí, a mi lado, con la cabeza apoyada en el sofá, el cuello torcido en una posición que debía ser insoportable.
El caos de los cuerpos esparcidos se convirtió en una fotografía perfecta de ese instante de abandono.
Me incorporé despacio y, con suavidad, moví su hombro.
—Evan... —susurré, rozando apenas su piel.
Él abrió los ojos poco a poco, con el ceño levemente fruncido, llevándose la mano a la nuca mientras soltaba una mueca de dolor.
—Agh... me duele el cuello —se quejó, aunque con esa sonrisa adormilada que me hacía sentir que, incluso así, en ese caos, todo estaba bien.
Me giré hacia David y lo llamé también.
—David... oye... David...
—¿Ujum? —murmuró apenas, sin abrir los ojos.
—¿Puedes cargar a Mary? Hay una habitación al lado de la mía... pueden descansar ahí.
—Ok... —respondió en automático, medio dormido.
—Mi cuarto es el primero a la derecha —le indiqué mientras lo veía incorporarse con torpeza, pero con ese aire protector que siempre lo caracterizaba.
David se levantó y, en un gesto tan tierno como inesperado, tomó a Mary en brazos. Ella ni se inmutó, acurrucándose contra su pecho como si ese fuera el lugar más seguro del mundo. Lo observé mientras subía las escaleras lentamente, y no pude evitar sonreír.
Miré el reloj. Las agujas marcaban las tres de la madrugada.
Me giré hacia Evan, que se frotaba la nuca, intentando aliviar la molestia.
—¿Por qué no descansas con David un rato? Nos vemos mañana... —le sugerí, con ese tono de quien quiere ser considerada, aunque por dentro deseaba otra cosa.
Nos levantamos y subimos juntos las escaleras, envueltos en ese silencio cómodo que solo se tiene con alguien que ya te conoce, que no necesita palabras para entenderte.
Abrí la puerta de mi habitación y me metí en la cama, soltando un suspiro largo. Pero en cuanto me recosté, sentí esa ausencia incómoda: el lado donde normalmente dormía Mary estaba frío, vacío... un espacio que ahora parecía tan grande, tan hueco.
—¿Acaso...? —murmuré, girándome para abrazar la almohada, pero el hueco seguía allí, innegable.
La puerta se abrió suavemente y Evan apareció, apoyándose en el marco con esa media sonrisa que tanto conocía.
—David escuchó las instrucciones... mal —dijo divertido—. Está dormido con Mary... y me amenazó si intentaba sacarla de ese cuarto.
No pude evitar soltar una carcajada, llevándome la manta a la boca para no reír demasiado fuerte.
—¿Puedo quedarme aquí...? —preguntó, con ese tono entre pícaro y tierno que me desarmaba siempre.
Levanté la sábana y me hice a un lado, mordiéndome el labio.
—Ven... creo que podemos dormir un rato.
Evan se metió en la cama a mi lado, el colchón hundiéndose apenas bajo su peso. Se quedó recostado de lado, mirándome en silencio mientras yo también lo observaba.
—¿Estás bien? —preguntó en voz baja, con una ternura que me erizó la piel.
Asentí, aunque mi garganta se cerró un poco.
—Solo... no quiero pensar en nada ahora —susurré, acercándome hasta que nuestras frentes se rozaron.
Evan deslizó una mano por mi mejilla, acariciando con suavidad.
—Entonces no pensemos… —murmuró, antes de rozar mis labios con los suyos, apenas un roce cálido, paciente.
Sentí cómo mi respiración se aceleraba, cómo mi cuerpo buscaba el suyo sin que tuviera que decir nada.
—Allison… —susurró mi nombre, con una mezcla de deseo y cuidado, como si en ese instante yo fuera lo único importante.
—No te vayas —pedí, casi en un hilo de voz.
—Nunca —aseguró, besándome de nuevo, esta vez más profundo, más seguro, como si con cada caricia pudiera borrar todas las sombras que me rodeaban.
El beso se intensificó, sus manos recorrieron mi rostro, bajaron por mi cuello, acariciaron mis hombros, mi espalda… mientras las mías se aferraban a su camiseta con desesperación, tirando de la tela hasta quitársela en un solo movimiento torpe, pero urgente.
Evan se apartó apenas para mirarme, con esa mirada oscura, densa de deseo, que me quemaba la piel.
—¿Estás segura…? —susurró, la voz ronca, apenas audible.
No le respondí con palabras. Me incliné y lo besé de nuevo, con toda la respuesta que necesitaba.
Sus manos bajaron a la orilla de mi camiseta, acariciando primero la piel desnuda de mi cintura con los pulgares, y luego, despacio, deslizó la tela hacia arriba, rozando mis costados, siguiendo las curvas de mi cuerpo.
Cuando me la quitó, mi sujetador quedó al descubierto, y sus dedos se demoraron en las tiras, jugando suavemente con ellas, acariciando mis hombros y deslizándolas por mis brazos con una paciencia deliciosa, hasta que, con un gesto experto, desabrochó el broche en mi espalda y dejó que el sujetador cayera lentamente, dejándome expuesta a su mirada y a sus caricias.