Estábamos los tres sentados en la mesa de la cocina, comiendo, cuando mi papá preguntó de repente:
—¿Cómo les fue con la lluvia?
—Bien —respondimos Mary y yo al unísono, como si lo hubiéramos ensayado.
—Ah... ok. Se portaron bien, ¿cierto?
—Sí... pasamos la lluvia viendo películas tiradas en el sofá —contesté, intentando sonar lo más natural posible.
—Se nota... porque la basura está llena y nadie la ha sacado.
—Sí... lo siento, papá... ahorita lo hago —dije, sintiendo que me ardían las mejillas.
—Señor Foster... ¿tiene algún problema si Allison y yo vamos a mi casa? Necesito buscar unas cosas que me hacen falta —preguntó Mary con esa dulzura suya tan convincente.
—Claro, Mary, sin problemas.
—¡Muchas gracias!
—¿Van en taxi?
—Sí, no se preocupe.
—Bueno... voy a dormir un rato, estoy cansado y tengo que presentarme en el hospital esta noche. Pasenla bien. Me avisan cualquier cosa.
—Sí, papá... —respondí.
Lo vimos salir de la cocina y luego escuchamos sus pasos subiendo por las escaleras, hasta que se cerró la puerta de su habitación.
—Eso estuvo cerca... —susurró Mary, soltando un largo suspiro.
—Demasiado... —contesté, llevándome la mano al pecho.
—¿Vamos a tu casa? — Pregunte.
—Sí... pero más tarde. Fue solo una táctica para distraer a tu papá —me dijo, sonriendo cómplice.
—Tengo que ir a recoger las sábanas del cuarto donde... dormí con David —dijo Mary, poniéndose completamente roja.
Solté una carcajada, llevándome una mano a la boca.
—Además... tengo que ver qué deje... —añadió, riendo mientras bajaba la mirada.
De repente... fue como un clic en mi cabeza. Me quedé congelada y casi grité:
—¡LOS ZAPATOS!
Mary se giró hacia mí, con los ojos abiertos, como si me hubiera vuelto loca.
—¡Evan dejó sus zapatos! ¡Se fue descalzo! Si mi papá los ve...
No terminé la frase. Las dos nos pusimos de pie de un salto.
Dejamos los platos en la cocina y salimos corriendo a las habitaciones. Yo entré a la mía, recogí rápidamente los zapatos de Evan y los escondí en el fondo de mi clóset, como si fueran pruebas de un crimen.
Mary, por su parte, quitó las sábanas del cuarto donde había estado con David y bajó a la lavandería. Las metimos juntas en la lavadora, tratando de no hacer ruido, como si el más mínimo sonido pudiera delatarnos.
Luego subimos, acomodamos todo, dejamos los cuartos representables... y escondimos todo lo comprometedor: los zapatos de Evan, la camisa y zapatos de David... y cualquier rastro de la noche anterior.
Cuando terminamos, exhaustas pero satisfechas, nos sentamos en mi cama, listas para... secretariar.
—Entonces... —empezó Mary con una sonrisa pícara.
Me puse colorada de inmediato.
—¡Por favor... no me hagas decirlo!
Mary se paró de golpe y empezó a dar pequeños brincos sobre la cama, riéndose como una loca.
Yo no pude evitarlo... solté una risa y terminé cayendo sobre la cama, tapándome la cara con las manos mientras las dos empezábamos a hablar... de la noche anterior, de todo ese cosquilleo en la piel, de las hormonas adolescentes que nos tenían con la cabeza revuelta... y con el corazón a mil.
Y aunque intentábamos hacerlo en voz baja... la emoción nos ganaba.
Esa complicidad... ese caos... ese secreto.