Estábamos en el cuarto de Mary, recogiendo unas ropas que tenía regadas sobre la cama, cuando de pronto una vieja foto cayó del estante. Mary la levantó, y en cuanto sus ojos se posaron sobre ella, su expresión cambió por completo. Sus pupilas se llenaron de lágrimas y sus manos empezaron a temblar.
Me acerqué despacio y tomé su mano. Era una foto de ella con su padre, cuando tenía apenas siete años. No dije nada… solo la abracé.
Entonces, Mary se quebró.
—Nunca entenderé por qué nos hizo esto, Allison… por qué me lastimó así… —su voz se rompió en mil pedazos mientras sus lágrimas empapaban mi hombro.
Yo la apreté más fuerte, conteniéndola, aunque por dentro también me estaba rompiendo.
—Estoy contigo… —susurré.
La dejé llorar en mis brazos, como tantas veces ella me había dejado hacerlo en los suyos. Porque Mary no era solo mi amiga… era la persona más importante de mi vida. Su presencia era ese ancla silenciosa que me mantenía a flote en los peores momentos. Siempre estaré agradecida de que esté en mi vida.
Cuando dejó de llorar, se apartó, se limpió las lágrimas con las mangas y esbozó una sonrisa forzada.
—Bueno… no vale la pena —dijo, intentando sonar firme.
La tomé de las manos y la miré a los ojos.
—Siempre que lo necesites… estaré aquí —le dije, levantando las manos al aire—. ¡Para que gritemos juntas!
Las dos reímos, pero nuestros ojos se aguaron al mismo tiempo. Nos abrazamos de nuevo, fuerte, como si el mundo fuera a acabarse en cualquier momento.
Entonces… el timbre sonó.
Un sonido seco, inesperado, cortante.
Nos sobresaltamos y nos apartamos como si hubiéramos sido descubiertas.
—¿Llamaste a alguien? —preguntó Mary, frunciendo el ceño.
La miré, confundida.
—¿Tú no llamaste a David?
—No… le mandé un mensaje, pero me dijo que me vería después, que tenía que encargarse de algo.
Nos miramos, un escalofrío recorriendo la habitación.
—¿Quién puede ser…? —susurramos al mismo tiempo.
Bajamos las escaleras con cuidado, casi flotando sobre la madera crujiente, con el corazón golpeándonos el pecho.
Cuando abrimos la puerta… no había nadie.
Nada. Solo la calle vacía, el aire inmóvil y ese silencio… espeso, que se te mete en la piel.
—Qué raro… —murmuramos otra vez.
—Bueno… voy a terminar de empacar para irnos —dijo Mary, encogiéndose de hombros.
Yo fui a la cocina a buscar agua. El vaso en mi mano temblaba un poco, aunque no quería admitirlo.
¡Crash!
Un vidrio rompiéndose.
Y después… un grito ahogado de Mary.
Solté el vaso, que se estrelló en el suelo, y corrí a toda velocidad, subiendo las escaleras a trompicones, con la garganta cerrada.
—¡Mary! —grité con desesperación.
Y entonces lo vi.
Una figura vestida completamente de negro, con una capucha que le cubría el rostro, sujetaba a Mary por los hombros. Ella estaba inconsciente, flácida, como una muñeca rota.
Me quedé paralizada.
—Mary… —susurré, horrorizada.
La figura se giró hacia mí, lentamente, como si ya hubiera previsto que yo aparecería. No pude verle la cara. Solo noté cómo me observaba desde la penumbra… como si sus ojos, ocultos, fueran capaces de atravesarme.
Entonces, esa voz… grave, ronca… pronunció mi nombre:
—Allison…
Sentí que el estómago se me encogía. No podía moverme.
De pronto, de entre la oscuridad de la capucha, asomó el cañón de una pistola que apuntó directo a mí.
—¿Por qué mejor no te sientas en ese sofá? —dijo con una calma enferma, mientras acomodaba el cuerpo de Mary en el sillón, como si fuera un objeto más.
Me obligué a caminar, con las piernas de gelatina, y me senté frente a él… frente a eso.
—¿Qué… qué quieres? —logré preguntar, con la garganta hecha polvo.
El encapuchado ladeó la cabeza apenas, como si se divirtiera con mi miedo. No podía verle la expresión, pero su cuerpo transmitía una tensión contenida… peligrosa.
Y entonces habló, con esa voz que me perforó la mente:
—Desde cuándo… —hizo una pausa, inclinándose hacia adelante—… ¿desde cuándo te gusta la fresa?
Lo miré, desconcertada, sin entender.
—¿C… cómo?
De repente gritó:
—¡CONTESTA, CARAJO!
El cañón de la pistola tembló frente a mi cara.
—F… fresa… —balbuceé, temblando.
—¡Ahora te haces la estúpida! —escupió con rabia, inclinándose más. Podía oír su respiración agitada dentro de la capucha—. Menta… ¿recuerdas?
Y entonces lo entendí.
Ese olor…
Era él.
El chico que me había secuestrado.
El que me había besado.
El que me había tocado.
Y ahora… el que quería que desapareciera.
—Por favor… —supliqué, con un hilo de voz—. No me hagas daño…
Él soltó una especie de bufido… o una risa contenida, no pude saberlo.
—¿Por qué estás con él? —escupió de golpe.
—¿Qué…? —parpadeé, sin comprender.
—¿Qué haces con él?
—No… no sé de qué hablas…
—Allison… Allison… —repitió mi nombre de una forma que me heló la sangre. Sentí sus dedos enguantados rozar mis brazos, con una frialdad mecánica, casi calculada—. No vamos a mentirnos… ¿verdad?
Un escalofrío me recorrió todo el cuerpo.
—¿Por qué dejaste que ese chico te besara? —susurró, mientras la pistola se acercaba más a mi pecho.
—Y… yo… —intenté hablar, pero apenas salían las palabras.
—No quieres que Mary salga lastimada… ¿verdad? —su voz sonó más baja, más oscura.
Negué con desesperación, apretando los labios.
—Entonces…
Tragué saliva, apenas pudiendo respirar.
—Él… me gusta… —dije, como si me arrancaran la voz.
La figura se irguió de golpe y soltó un grito animal:
—¡NO!
De un manotazo pateó la mesa de vidrio, que se rompió en mil pedazos con un estruendo.
—¡Aléjate de él! ¡Te vas a alejar de él!
—¡No! —le grité, con el corazón latiendo desbocado—. ¡No lo haré! Evan me gusta mucho… y lo quiero en mi vida. Tú… quien quiera que seas… no te quiero en la mía…