Afuera, el frío se sentía más cortante que antes. Mary se aferraba a mi brazo, cojeando por la herida en el pie, mientras yo intentaba mantenerme firme.
—Tenemos que llamar a alguien... —murmuró de repente, mirándome con desesperación.
Asentí, pero enseguida nos dimos cuenta de algo.
—Nuestros teléfonos... —susurré, mirando hacia la casa, aún con la puerta entreabierta—. Se quedaron adentro.
Nos miramos un segundo en silencio, sabiendo que ninguna de las dos quería volver allí.
Sin decir nada más, la ayudé a cruzar el pequeño jardín hasta la casa del vecino de al lado.
Mary tocó el timbre con manos temblorosas. No pasó mucho hasta que un hombre mayor abrió la puerta, con cara de sorpresa.
—¿Están bien? —preguntó, mirando nuestras caras pálidas y la sangre en el pie de Mary.
—Sí... sí, no se preocupe —respondí rápidamente, intentando sonar tranquila—. Solo... tuvimos una pequeña emergencia y necesitamos hacer una llamada.
El vecino asintió, comprensivo, y le entregó el teléfono a Mary.
Ella tecleó un número con rapidez, mordiéndose el labio mientras esperaba. Cuando del otro lado contestaron, su voz cambió, más controlada, para que el vecino no sospechara.
—Necesito tu ayuda... estoy en casa —dijo simplemente.
Escuchó la respuesta.
—Está bien.
Le devolvimos el teléfono al vecino, que nos miró con preocupación.
—Si quieren, pueden pasar. Puedo ver ese pie... —ofreció amablemente.
—Gracias... —respondimos casi al mismo tiempo.
Pero no entramos. Nos quedamos sentadas en las escaleras del porche, abrazadas, mientras él entraba a buscar algo para curar la herida de Mary.
La calle estaba silenciosa. Solo se oía el sonido lejano de algún perro y nuestras respiraciones agitadas.
De repente, un chirrido de llantas rompió la quietud.
Levantamos la mirada al mismo tiempo.
Una camioneta se detuvo bruscamente frente a la casa.
La puerta se abrió de golpe y David bajó corriendo hacia nosotras.
—¡Mary! —gritó, desesperado.
Mary se soltó de mi brazo y, cojeando, se lanzó a abrazarlo con fuerza, aferrándose a él como si se fuera a desmoronar.
Yo me levanté de un salto, con el corazón en la garganta, y apenas lo vi, me lancé directamente a los brazos de Evan.
—Estás bien... —murmuró él, envolviéndome con fuerza.
—Sí... —susurré, sintiendo que las lágrimas se acumulaban de nuevo en mis ojos.
En ese momento, el vecino salió con un pequeño botiquín en las manos, pero se detuvo al ver la escena.
Evan se apartó un poco de mí y se acercó rápidamente.
—Gracias por ayudarlas —dijo con sinceridad, tendiéndole la mano—. No se preocupe, nosotros nos haremos cargo.
El vecino asintió, un poco aliviado.
—Si necesitan algo más, aquí estoy —respondió antes de entrar de nuevo en su casa, cerrando la puerta con suavidad.
Evan volvió junto a mí, pasando un brazo por mis hombros.
David no soltaba a Mary, que seguía temblando en sus brazos.
—Tranquila... ya estoy aquí... —le decía él, acariciándole el cabello.
Yo respiré hondo, aferrándome al calor de Evan, mientras la noche seguía envolviéndonos con su frío implacable, pero al menos, ahora, no estábamos solas.
David y Evan nos miraban con el ceño fruncido, confundidos y alarmados al vernos temblando, con los ojos rojos y la ropa desordenada.
—¿Qué pasó? —preguntó Evan, bajando la voz, como si temiera que romper el silencio pudiera empeorar las cosas.
Yo tragué saliva, pero no pude decir nada. Solo apreté más sus brazos alrededor de mí, buscando ese calor que me anclara a la realidad.
Mary se apartó apenas de David, respirando con dificultad.
—Tenemos que volver a la casa... —murmuró, señalando su pie herido.
David bajó la mirada y al ver la sangre en su piel pálida, la cargó sin dudarlo.
—Vamos —ordenó, sin esperar respuesta.
Evan me tomó de la mano y, sin soltarme, me guió de regreso a la casa.
Entramos despacio, como si el aire dentro todavía estuviera cargado de lo que acababa de pasar. La puerta se movía apenas con el viento, y en el suelo de la cocina, el vaso roto seguía esparcido en pedazos afilados, algunos teñidos de rojo.
David dejó a Mary sentada sobre una de las sillas, mientras ella intentaba contener los espasmos en su respiración.
—¿Qué... qué pasó aquí? —preguntó, agachándose frente a ella, inspeccionando el pie con cuidado.
—Me... me corté —susurró Mary, con la voz apenas audible, mientras se aferraba a la madera de la silla.
Evan me sentó en la silla de al lado y se agachó frente a mí, tomándome de las manos, que seguían heladas y temblorosas.
—Allison... mírame —dijo suavemente.
Levanté los ojos apenas, sintiendo que si hablaba, me rompería.
—¿Qué pasó? —repitió, acariciando mi mejilla con la yema de los dedos, limpiando una lágrima que aún caía sin que me diera cuenta.
Negué con la cabeza, incapaz de explicar el caos que acabábamos de vivir.
Mientras tanto, David se quitó la chaqueta y la puso sobre los hombros de Mary.
—Tranquila... voy a curarte —le dijo con voz firme, pero cálida.
Se levantó y fue hacia la alacena, buscando el botiquín, mientras Evan miraba alrededor, notando por primera vez el desorden, los pedazos de vidrio, las marcas en el suelo.
—¿Por qué hay...? —empezó a preguntar, pero se detuvo al verme encogerme más en la silla, abrazándome las rodillas.
David volvió con vendas, alcohol y gasas, se arrodilló frente a Mary y comenzó a limpiar la herida con la mayor delicadeza posible. Ella apretó los dientes con fuerza, ahogando los quejidos.
Yo no podía dejar de mirar cómo su pie se contraía de dolor, y enseguida sentí que Evan me envolvía en sus brazos, atrayéndome hacia su pecho.
—Ya pasó... ya pasó... —murmuraba contra mi cabello, mientras yo me aferraba a su camisa, escondiendo la cara, respirando su olor como si eso pudiera alejar el miedo.