David respiró hondo y acarició el cabello de Mary antes de hablar:
—Deberíamos informar a la policía... —sugirió, con la voz firme pero tranquila.
Negué de inmediato, con los ojos muy abiertos.
—No... no quiero... —susurré, abrazándome más fuerte a Evan.
Evan me miró con preocupación y acarició mi mejilla.
—¿Prefieres avisarle a tu papá? —preguntó, en voz baja, como si temiera presionarme.
Negué otra vez, más fuerte.
—No... tampoco...
Ellos se miraron en silencio. No querían dejarlo así, pero aceptaron, entendiendo que estábamos demasiado alteradas para enfrentar más en ese momento.
David se incorporó con suavidad.
David se incorporó con suavidad.
—Voy por sus teléfonos... —dijo, mientras se levantaba.
Evan se puso de pie también, mirándolo.
—Voy contigo —dijo, con voz baja, antes de salir detrás de él.
Mary y yo nos quedamos en la sala, temblando, mirándonos en silencio. Ella abrazaba sus propias piernas, con la mirada perdida, mientras yo apretaba las manos una contra la otra, luchando por mantenerme entera.
Unos minutos después, David regresó y se acercó a Mary, entregándole su teléfono con delicadeza.
—Vamos arriba... para que descanses y cargues el celular —le dijo, con voz suave.
Mary asintió en silencio, dejándose guiar por él escaleras arriba, mientras se abrazaba a su teléfono como si fuera un escudo.
Evan volvió a mi lado y me extendió mi móvil.
Lo tomé con manos temblorosas, sintiendo cómo la piel me ardía al tocarlo, como si todo lo que había pasado se hubiera quedado impregnado en él.
Evan se acomodó conmigo en el sofá, abrazándome de nuevo, envolviéndome en su calor.
—¿Puedes... puedes enviarle un mensaje a mi papá? —le pedí en un susurro, entregándole el teléfono—. Dile que me voy a quedar a dormir en casa de Mary...
Evan asintió, tecleó con rapidez y envió el mensaje.
Después me miró, acariciando mi hombro con ternura.
—¿Estás cómoda aquí...? Podemos subir, descansar en una habitación —me ofreció en voz baja, con ese tono que me hacía sentir siempre a salvo.
Negué rápidamente, apretando mis brazos alrededor de su cuerpo.
—No... no quiero ver esos vidrios... esa mesa...
Evan suspiró y me besó la sien, quedándose abrazado a mí en silencio.
Nos quedamos así un rato, sin hablar, mientras la lluvia seguía golpeando los cristales rotos.
Pero yo no podía dormir. Cerraba los ojos... y la imagen volvía: la pistola en sus manos, la cara de Mary asustada, el sonido del vidrio rompiéndose... Todo se repetía una y otra vez, como una pesadilla de la que no podía despertar.
Evan lo notó, y me abrazó aún más fuerte, como si pudiera protegerme de mis propios recuerdos.
Evan lo notó y, sin soltarme, comenzó a acariciar mi brazo con suavidad, en un intento por distraerme de las imágenes que me atormentaban.
—¿Quieres que te cuente algo...? —susurró, con una media sonrisa, intentando aliviar el peso de todo lo que había pasado.
Negué despacio, respirando hondo.
—No... —murmuré, alzando apenas la mirada hacia él—. Yo... yo te contaré todo lo de ese beso... lo prometo...
Evan me miró con dulzura, como si mis palabras fueran suficientes para calmar cualquier duda o miedo.
Se inclinó lentamente y, con una delicadeza que me hizo estremecer, rozó sus labios sobre los míos, apenas un suspiro de contacto.
—Tranquila... —susurró, con la voz cálida, acariciando mi mejilla mientras seguíamos abrazados en el sofá, en medio de aquella noche que parecía infinita.
Yo cerré los ojos, respirando profundo, aferrándome a esa caricia, a su cercanía... intentando, aunque fuera por un segundo, que ese roce suave borrara todo lo demás, poco a poco, con la respiración de Evan tan cerca, con el calor de su cuerpo envolviéndome, mis pensamientos se fueron apagando.
Hasta que, al fin, me dejé vencer por el cansancio y me quedé dormida entre sus brazos.