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Capitulo 35: El despertar.

Todo era silencio.
Pero no un silencio cualquiera, sino ese denso, espeso, como de tormenta a punto de estallar, cargado de electricidad, como si el aire mismo se estuviera por quebrar.

Mary me miraba desde el otro lado de la habitación, con los ojos desorbitados, paralizada, la mano temblorosa alzada frente a ella... y entonces lo vi: la pistola.

Un arma en unas manos que no podía distinguir, una sombra sin rostro que se alzaba en el centro de la sala, justo al lado de la mesa hecha pedazos.

Yo quería gritar, quería moverme… pero el cuerpo no me respondía.
Mis pies estaban clavados al suelo, pesados como el miedo que me llenaba el pecho.

Mary balbuceaba algo, lágrimas corriéndole por las mejillas, pero no podía escucharla. Todo era un zumbido, como si mis oídos estuvieran llenos de agua… o sangre.

Y entonces, el sonido.

El disparo.

Un estruendo seco, brutal, como si el mundo entero se hubiera partido en dos.

La sangre salpicó los cristales rotos, tiñendo la alfombra, las paredes… mis manos.

Yo grité.

Pero no salió ningún sonido de mi garganta.
Solo ese ahogo desesperado mientras veía a Mary caer, con los ojos abiertos, fijos en los míos… acusándome, suplicándome… odiándome.

La sombra de la pistola se giró hacia mí, lenta, inevitable…
Y entonces, el cañón frío, enorme, apuntándome directo al pecho.

Otra vez el disparo.

Esta vez sí grité.

Un grito que me rompió la garganta…

El grito ahogado escapó de mis labios, arrancándome de la pesadilla con una violencia que me dejó sin aliento.
Me incorporé de golpe, sudando, con el pecho subiendo y bajando descontrolado, como si el aire no fuera suficiente…

Y entonces, su voz.

—Allison… —la voz de Evan, ronca, suave, quebró la niebla del miedo que aún me apretaba la garganta.

Parpadeé, desorientada, buscando algo real, algo que me anclara a este mundo y me arrancara de ese otro, en el que todo seguía rompiéndose, en el que Mary me miraba aterrada, con el cañón de un arma apuntándole.

—Evan… —susurré su nombre, como un rezo, como una súplica, como la única certeza que me quedaba en medio de tanto caos.

Él estaba ahí.
Tan cerca… tan real.
Me miraba en silencio, con esos ojos que no necesitaban preguntas para entender.

Me lancé hacia él sin pensar, sin dudarlo, como quien se arroja a un incendio con tal de escapar de la oscuridad.

Me aferré a Evan con fuerza, apretando mis dedos contra su camisa, sintiendo la vibración frenética de su corazón bajo la palma temblorosa de mi mano. No podía soltarlo. No quería.

La pesadilla aún me arañaba la garganta, me desgarraba por dentro… pero él estaba ahí.
Tan humano… tan mío.

No hubo palabras.
Solo ese vacío que necesitaba llenarse, ese dolor que tenía que arrancarme de alguna forma.

—Estás a salvo… estoy aquí —susurró Evan, apretando mis hombros contra él, como si también temiera que me desvaneciera entre sus brazos.

Elevé el rostro y nuestras miradas se encontraron en la penumbra, salvajes, rotas, necesitadas.

Nuestros labios se buscaron con desesperación, chocando con ansiedad, con hambre, como si en ese beso pudiéramos arrancarnos la angustia, borrar el miedo, hacer que todo se callara de una vez.

Sus manos me sujetaron de la cintura, acariciando la tela fina de mi camiseta, deslizándose hacia la curva de mi espalda, tirando suavemente de mí hacia él, mientras yo me aferraba a su nuca, atrayéndolo más, necesitando todo de él… como la única forma de silenciar las imágenes que aún me perseguían.

Sin dejar de besarme, Evan me ayudó a deshacerme de los shorts blancos, tirando de ellos con un movimiento ágil hasta que quedaron a la altura de mis muslos. Me arqueé hacia él, jadeando, mientras sus dedos se deslizaban por mi piel expuesta, subiendo con una caricia.

Me quité los shorts del todo, quedando solo con la braguita de encaje negro que se pegaba a mi cuerpo húmedo y vulnerable.

—Evan… —jadeé, con la respiración entrecortada, mientras él me contemplaba con una intensidad que me estremeció por dentro.

Sus manos se deslizaron por debajo de mi camiseta, levantándola lentamente, como si saboreara cada centímetro de piel que iba dejando al descubierto, hasta que me la quitó y me dejó en el sujetador negro a juego, que marcaba mis pezones endurecidos por la tensión, por el deseo, por el miedo que se confundía con la necesidad.

Con un movimiento hábil, desabrochó el broche del sujetador y dejó mis pechos libres, temblorosos, vulnerables. Se inclinó y atrapó con su boca uno de mis pezones, succionando con hambre, mientras sus manos me sujetaban firme de la cintura.

Gemí, aferrándome a su cabello, guiándolo, rogándole sin palabras que siguiera, mientras mi cuerpo ardía.

Él deslizó una mano entre mis muslos, acariciando con firmeza la tela húmeda de mi ropa interior. Me estremecí, gimiendo con un temblor incontrolable, mientras me dejaba caer sobre su regazo, sintiendo su erección presionando contra mi pelvis, dura, palpitante, provocándome aún más.

Me moví instintivamente sobre él, buscando más fricción, mientras sus manos me aferraban de las caderas, guiando mis movimientos, marcando el ritmo.

Entonces Evan se separó apenas un instante, sus ojos fijos en los míos, mientras se quitaba la camiseta con rapidez, dejándola caer a un lado. Su torso quedó al descubierto, firme, cálido. Bajó las manos hasta el botón de sus jeans y los desabrochó, deslizándolos junto a la ropa interior, liberando su erección, que me rozó la piel con un contacto que me hizo jadear.

Me tomó de las caderas y me acomodó sobre él, mientras con un solo tirón apartaba mi ropa interior.

No había espacio para la duda.
Ni siquiera para la cordura.

Me sostuvo firme mientras yo misma me posicionaba, y con un gemido profundo, me hundí sobre él, sintiéndolo llenarme por completo, desgarrándome en placer, haciéndome aferrarme a sus hombros con fuerza.



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Editado: 16.06.2025

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