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Capítulo 37: La semana de calma.

Salimos de la bañera cuando el agua ya estaba casi fría. Nos envolvimos en toallas grandes, el cabello empapado pegado a la piel, y nos relajamos un rato mientras Mary se quejaba de que el pie le pesaba más que nunca.

Nos vestimos con ropa cómoda: leggings, camisetas anchas y esos calcetines gruesos que arrastraban por el suelo de madera con cada paso. Bajamos juntas a la cocina con la idea de preparar algo para comer y mirar una película, como habíamos hecho tantas veces en los últimos días.

—Yo preparo las palomitas —le dije con una sonrisa, mientras ella se acomodaba en el sofá y empezaba a zapear en la televisión, buscando algo al azar.

Mientras rebuscaba las bolsas de palomitas en la alacena, sentí el teléfono vibrar en el bolsillo. Lo saqué y vi el nombre de Evan en la pantalla. Sonreí de inmediato, deslizándole el dedo para contestar.

—¿Hola? —dije, sujetando el teléfono entre el hombro y la oreja mientras seguía buscando.

—Hola… —su voz sonaba tan cálida, tan él—. ¿Cómo van?

Sonreí aún más, como tonta, imaginándolo.

—Nos acabamos de dar una ducha y ahora estoy preparando palomitas para comer algo.

—Suena bien —respondió con esa risa suya que siempre me aflojaba las piernas—. Estaba pensando en enviarles algo de cenar… ¿Qué te provoca?

Me detuve un segundo, cerrando la alacena con la cadera.

—Mmm… hamburguesa —dije, como si no lo hubiera pensado mil veces.

—Hamburguesa será —confirmó enseguida.

Nos quedamos en ese silencio cómodo que siempre me sorprendía, sin sentir la urgencia de decir nada más. Apreté el teléfono un poco más fuerte.

—Gracias, Evan… yo… te… quiero —susurré, casi sin darme cuenta de que lo había dicho en voz alta.

Él respiró hondo al otro lado y me respondió con esa voz que me desarma:

—Te quiero, Allison.

Sentí cómo el pecho se me llenaba de algo cálido y fuerte, como si me anclara en ese momento.

—Bueno… las palomitas me esperan —bromeé, intentando romper la tensión dulce que acababa de colarse entre nosotros.

—Y la hamburguesa en camino —añadió él, sonriendo también—. Cuídense.

—Siempre.

Colgué con una sonrisa tonta en los labios, justo cuando las primeras palomitas empezaron a estallar en la máquina, llenando la cocina con ese aroma inconfundible.

Cuando entré en la sala, Mary ya había puesto cualquier película.

—Comeremos hamburguesa —anuncié, dejando el bol en la mesa.

—¡Buhhh! Yo quería comida china —se quejó con esa sonrisa pícara que me encantaba.

La miré, levantando una ceja.

—No me digas… ¿Saboteaste mi cena?

—No… —negó, pero con la peor cara de culpabilidad.

La miré fijamente, fingiendo indignación.

—¡No lo puedo creer! ¿Le escribiste a David para cambiar la cena?

Se encogió de hombros, riendo.

—Jajaja… ¿Qué te puedo decir? Ventajas.

Negué con la cabeza, sin poder evitar reír también.

—Anda, vamos a cambiarte el vendaje.

Nos acomodamos en el sofá y, con movimientos suaves, desaté las vendas de su pie. El vendaje crujió ligeramente cuando terminé de enrollar la gasa nueva.

—¿Te duele? —le pregunté, levantando la vista hacia ella.

Mary negó con una sonrisa tranquila.

—No mucho… Estoy mejor, enfermera.

Solté una carcajada.

—Eres una pésima paciente.

Ella se echó a reír también y me contagió. Durante unos segundos, solo se escucharon nuestras risas mezcladas con el murmullo de la película de fondo y el chisporroteo de alguna palomita olvidada en la máquina.

Cuando la risa se fue apagando, me puse de pie.

—Voy a cerrar todo.

—¿Ya? —preguntó, acomodándose bajo la manta—. Pensé que íbamos a mirar otra película…

—Sí… pero primero quiero asegurarme de que todo esté cerrado —respondí mientras caminaba hacia la puerta trasera.

Cerré bien la puerta que daba al patio, giré el cerrojo y tiré varias veces de la manija para comprobar que estaba firme. Luego fui a la puerta principal, cerré también con llave y bajé las persianas de las ventanas, una por una.

Cuando regresé al salón, Mary me miraba en silencio, con esa expresión suya que no necesitaba palabras.

—Es mejor así… —murmuré, dejando el manojo de llaves sobre la mesa.

Ella asintió, abrazándose más fuerte a la manta. Me acomodé a su lado en el sofá, cubriéndome también.

—Solo por seguridad —añadí en voz baja, como si necesitara convencerme a mí misma.

Mary se recostó en mi hombro, sin decir nada más, y yo me quedé allí, escuchando la película que ni siquiera estaba viendo, sintiendo el calor de su cuerpo junto al mío y el peso de esa calma frágil que habíamos construido, aunque fuera solo por un momento.



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En el texto hay: suspenso, hurmor drama, humor amistad amor adolescente

Editado: 16.06.2025

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