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Capítulo 40: La habitación sin ventanas

—Muy bien… dame tu teléfono —ordenó con una voz cortante, casi sin emoción.

—No —susurré, aferrándome al aparato como si fuera lo único que aún me conectaba al mundo real.

Pero él no esperó más. En un movimiento seco, me lo arrebató de las manos.

—Vamos —dijo con ese tono que no admitía réplica, mientras lo guardaba en su chaqueta negra.

—No iré a ningún lado sin Mary —espeté, clavándole la mirada con un coraje que no sabía de dónde salía.

Él ladeó la cabeza, esbozando una media sonrisa torcida.

—Tranquila… ella estará bien.

Mentiroso.
Bastardo.

Antes de que pudiera reaccionar, me agarró del brazo. La fuerza de sus dedos me hizo soltar un gemido ahogado. Me arrastró fuera de la nave industrial, y yo, enloquecida, giré la cabeza una y otra vez, buscando a Mary… aún atada. Aún sola.

—¡Suéltame! —grité, pataleando, arañando, desesperada.

Pero no le importaba.

Afuera, la noche había caído como una manta pesada. En medio del descampado, un coche negro nos esperaba, viejo, oxidado, con las placas cubiertas de barro. Todo en él gritaba trampa.

—¡No! ¡No voy a subir ahí! —me resistí, pero me empujó con tal violencia que tropecé y caí dentro del maletero. El interior olía a gasolina, polvo y algo más… algo que me revolvió el estómago.

Y entonces, la oscuridad.

El portazo fue como un tiro.

El mundo desapareció.

El motor rugió y arrancó. Sentí cómo el coche se alejaba, llevándome lejos de todo lo que conocía, lejos de mi vida.

No sé cuánto tiempo pasó. No había tiempo ahí dentro. Solo mi respiración descompasada, el golpeteo del corazón y el crujido lejano de los neumáticos.

Hasta que…
Se detuvo.

El silencio fue tan abrupto que me dolieron los oídos.

Pasos.
Una llave.
Y de pronto, el maletero se abrió de golpe.

La luz.

Me cegó. El sol directo sobre mis ojos fue como una bofetada brutal. Parpadeé, tambaleante, y lo vi.

Un edificio.

Un hotel abandonado, enorme, muerto. Un monstruo de cemento y recuerdos podridos.

Me sacó del maletero de un tirón.

No podía pensar.

No podía respirar.

El hotel tragó mi cuerpo como una criatura hambrienta. Las paredes estaban cubiertas de grietas, el aire olía a humedad y olvido. Cada paso resonaba como un disparo. Subimos unas escaleras que crujían como huesos viejos.

Y yo...
solo pensaba en Mary.
En Evan.
En cómo iba a sobrevivir.

Se detuvo frente a una puerta y la abrió de una patada.

Me empujó dentro.

La habitación era un infierno cerrado: sin ventanas, con paredes agrietadas, polvo en el aire, y una única puerta… la que acababa de cerrarse tras de mí.

—Voy a ocuparme de algo… ya vuelvo —dijo con una calma tan fría que me dio náuseas.

El cerrojo cayó.
Un clic seco.
Y entonces… silencio.

Me abalancé sobre la puerta.

—¡Eh! ¡Déjame salir! ¡Maldito! —golpeaba con ambas manos, gritando como una fiera enjaulada.

Pero no hubo respuesta.

Solo el eco de mi desesperación.
Solo el murmullo sucio del miedo.

Me deslicé por la pared, cayendo al suelo, jadeando. Me abracé las piernas con fuerza. Las lágrimas corrían por mi rostro, pero ya no eran suaves.
Eran rabia.
Frustración.
Asco de mí misma.

Porque lo dejé entrar.
Porque no vi las señales.
Porque de algún modo… yo permití esto.

Y entonces, el chirrido.

La puerta.

Él.

De nuevo.

—Allison… ven.

—No —susurré, pero esta vez mi voz temblaba distinto.

—Allison —repitió, ahora con un grito que pareció rasgar las paredes—. ¡Ven!

—¡Déjame salir! —grité con el alma en carne viva.

Y su voz cambió.

Se volvió una cuchilla.

—Ah… ahora sí quieres correr lejos de mí.
¿Pero qué pensará Evan cuando le diga… todo?

Mi pecho se encogió como si me lo apretaran desde adentro.

—No te acerques a él —dije con un hilo de voz que se rompía a cada palabra.

Él rió.

Una risa seca, cruel.
Un sonido que no era humano.

—Ohhh, Allison…
Pero si tú amas el peligro, ¿no?
Besar a un chico que no conoces…
Y luego revolcarte con otro como si nada.
Qué mala costumbre la tuya.
Tsk-tsk-tsk.

—¡Cállate! ¡Tú no me conoces!

—Te conozco más de lo que crees.
Mucho más.

Sacó una caja pequeña de su chaqueta.

—Te vas a comer esto.
Porque no querrás que vaya a hacerle una visita a Evan, ¿verdad?
Imagínate… su cara cuando le muestre las fotos.

El mundo se me vino encima.

—¡Púdrete! —le escupí, con una furia que me quemaba por dentro. Era rabia pura. Era mía.

Y entonces él sonrió.

Esa sonrisa torcida, inhumana.
Y en ella… no había una amenaza.

Había poder.

Un poder sucio, cruel, absoluto.

Me miró como quien observa a su presa justo antes de quebrarla.

Y en esa habitación sin ventanas, sin aire, sin salida…
solo me quedaba una cosa.

Resistir.
Morder.
Y si me tocaba morir… que él sangrara conmigo.



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En el texto hay: suspenso, hurmor drama, humor amistad amor adolescente

Editado: 15.09.2025

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