La caja seguía en el suelo, cerrada, como una amenaza muda.
Yo no me moví.
Ni un centímetro.
Él se acercó con pasos lentos, estudiándome como si fuera una pieza de cristal que podía romper… o admirar.
—Te ves tan distinta así —murmuró, deteniéndose frente a mí.
Sus dedos enguantados se alzaron lentamente, como si fuera a apartarme un mechón del rostro. El gesto pretendía ser tierno.
Pero no lo era.
Era veneno.
Me aparté con brusquedad, girando la cabeza, como si su sola cercanía me quemara la piel.
—No me toques —dije entre dientes, firme, aunque por dentro me temblaban hasta los huesos.
Él se quedó inmóvil. Por un segundo… por un solo segundo, pareció dolido.
—Allison —susurró—. No seas así. Tú y yo… antes no te importaba. Antes me buscabas.
—Eso no fue real —le escupí—. Nada de eso fue real. Fuiste una mentira. Toda tú una maldita sombra metida en mi vida sin permiso.
Y entonces lo vi.
El cambio.
Su rostro invisible bajo el pasamontañas no necesitaba expresión. Sus ojos lo dijeron todo.
La sombra se volvió tormenta.
Su voz se quebró en una furia contenida.
—¿Una mentira? —repitió con desprecio—. ¿Así es como me ves ahora?
Dio un paso hacia mí. Yo retrocedí. El aire se tensó como un alambre a punto de romperse.
—¿Tú crees que fue fácil para mí? —gruñó—. Mirarte con él… ese niñito perfecto. Con su sonrisa estúpida, con sus manos en tu cuerpo como si le pertenecieras.
—¡Porque le pertenezco! —grité con una rabia que me sorprendió a mí misma—. ¡No a ti! ¡Nunca a ti!
Y ahí se quebró.
Se quebró todo.
Lanzó la caja contra la pared con tal fuerza que los pedazos volaron como metralla. El estruendo retumbó por las paredes podridas del hotel.
—¡CÁLLATE! —rugió—. ¡Cállate antes que haga algo que no vas a olvidar!
—¿Vas a matarme? ¡Hazlo! —le grité con lágrimas en los ojos—. ¡Hazlo! Porque prefiero morir aquí que seguir escuchando tus mentiras un segundo más.
Se quedó quieto. Respiraba como una bestia.
Se inclinó hacia mí, lento, y golpeó la pared con la palma abierta justo al lado de mi cara. El golpe me hizo temblar, pero no cerré los ojos. No le di esa victoria.
Nos separaban milímetros.
Su voz volvió, grave, helada:
—Tú no sabes quién soy, Allison…
Y eso es lo que más me gusta.
Se apartó.
Tomó aire como si se obligara a calmarse. Pero su rabia seguía latiendo bajo la piel, lista para explotar otra vez.
—Vas a quedarte aquí. Vas a pensarlo bien. Y cuando vuelva… quiero otra actitud.
Caminó hacia la puerta.
Antes de salir, se giró apenas.
—Ah, y si gritas… si intentas huir… no te preocupes.
Mary será la que pague por tus errores.
Y cerró.
Otra vez.
El cerrojo cayó como una lápida.
Y yo, sola, en esa tumba sin ventanas, solo podía apretar los puños y tragarme las lágrimas.
Porque no iba a quebrarme.
No todavía.