Un pitido agudo golpeó mi oído antes que cualquier imagen.
Oscuro. Borroso. Pesado.
Parpadeé. Una, dos veces. Y entonces todo volvió… pero distorsionado. La luz blanca del techo me obligó a cerrar los ojos de nuevo. Sentía los brazos adormecidos, la garganta seca, y un hilo tibio bajando por la sien.
Intenté mover la cabeza, pero el dolor me lanzó una descarga tan fuerte que solté un gemido. Mi cuerpo no me respondía del todo. ¿Dónde estaba?
Escuché voces. Lejanas al principio, como sumergidas en agua.
—¡No! —gritó alguien al otro lado de la puerta—. ¿Acaso solo ella importa?
Silencio.
Luego, más fuerte.
—¡Me importa un carajo, Evans! ¡Solo ella importa!
Un estruendo. Algo golpeó la pared.
—¡David, basta! ¡Está débil! —gritó Evans, desesperado.
—¿Débil? ¡Débil está Mary, así que QUÍTATE!
—¡BASTA, DAVID! ¡VETE!
Escuché murmullos. Un crujido metálico. Luego… un silencio tan denso que me heló.
Mi corazón golpeaba contra el pecho. ¿Mary? ¿Qué tiene que ver Mary?
La puerta se abrió. Despacio. Casi temerosa.
Evans entró. Se detuvo al verme.
Por un segundo, fue como si no supiera qué hacer. Luego algo en él cambió, se quebró, se rompió. Acortó la distancia entre nosotros y me envolvió en sus brazos.
Yo no dije nada. Solo me hundí en su pecho, como si mi cuerpo supiera que allí estaba la calma que no entendía.
—Estás aquí… —susurró.
No supe si lo decía para mí… o para sí mismo. Pero lo abracé más fuerte. No entendía nada. Solo sabía que algo me dolía adentro. Como si me faltara una parte. Como si hubiese olvidado algo que… no podía recordar.
Sentí su respiración contra mi cabello. El calor de sus brazos.
Pero, entonces, algo dentro de mí me hizo apartarme apenas.
Lo miré a los ojos.
—Evans… ¿qué…?
No terminé la frase.
La puerta se abrió.
El doctor entró, seguido por una enfermera.
Evans se giró hacia ellos, pero no se movió de mi lado. Solo me tomó de la mano, como si con eso pudiera evitar que el mundo se deshiciera otra vez.
Me revisaron. Pupilas. Presión. Reflejos.
Palabras médicas que sonaban como murmullos lejanos.
Pero hubo algo que sí entendí.
El golpe había sido fuerte. Muy fuerte.
Y mi mente… necesitaba tiempo para “reconectar”.
Eso dijo la enfermera. Como si yo fuera un cable suelto.
Me quedé dormida mientras Evans me acariciaba el cabello, pero en mis sueños…
Vi a Mary.
Estaba encadenada a una silla, con las muñecas rojas, llorando con desesperación.
—¡¡NOOO!! —gritaba—. ¡¡Papá, no!! ¡¡PAPÁÁÁÁ!!
Detrás de ella, fuego. Y el sonido… el sonido era como carne ardiendo.
Grité su nombre. Mary. Pero mi voz no salía.
Y entonces vi a mi padre. De rodillas. Sangrando.
Una sombra frente a él. Alguien lo miraba desde arriba…
No pude ver el rostro. Pero su risa… esa risa…
Abrí los ojos de golpe, empapada en sudor.
—¡Mary! —grité.
Pero no fue Evans a quien vi.
Frente a mí, con la mandíbula apretada y los ojos encendidos de furia… estaba David.
—Dime dónde está ella —fue lo primero que soltó.
Tragué saliva. Mis manos temblaban.
—N-no… no entiendo…
Se acercó más, los nudillos tensos.
—¿Dónde está Mary, Allison?
—¿Mary? Yo… no sé…
—¡BASTA! —rugió. Su voz rebotó en las paredes del hospital—. ¡Deja de hacerte la idiota! ¡La sensible! ¡La que hay que cuidar!
Su grito me hizo pegarme más a la cama.
Sentí cómo mi pecho se contraía de miedo.
La máquina a mi lado empezó a pitar con más fuerza.
—David… yo… no sé…
—¡Tú sí apareciste! —rugió, dando un paso hacia mí, su dedo acusador temblando—. ¡Pero Mary NO! ¿¡Dónde está!?
Su sombra pareció cubrir todo el cuarto.
El aire se volvió más denso.
Sentí un frío helado recorrerme la espalda.
Y entonces… lo entendí.
Algo muy grave había pasado.
Mary… Mary no estaba.
¡BANG!
La puerta se abrió de golpe, haciendo temblar la pared.
—¡Vete, David! —la voz de Evans sonó como un trueno.
David se giró, el rostro rojo, los ojos inyectados de furia.
—¿Irme? ¡Tú no puedes seguir ocultándole todo! ¡No para siempre!
—¡Es suficiente! Sal de aquí… o...
—¿O qué? —espetó David, avanzando hacia él—. ¿Me vas a sacar tú? ¿A mí? ¿Serías capaz de darle la espalda a tu amigo por… ella? ¿Una recién llegada que ni siquiera sabes quién es?
El silencio fue pesado. Pero Evans lo sostuvo con la mirada firme, sin vacilar.
—David, sé que estás molesto. Furioso. Desesperado.
Y lo entiendo. Cuando Allison desapareció… sentí lo mismo que tú. El mundo se me vino abajo.
Pero gritarle, atacarla…
Eso no va a traer a Mary de vuelta.
David apretó los puños. Su mandíbula temblaba.
Por un segundo… pareció quebrarse.
Sus ojos se clavaron en mí. Ya no había odio, solo un dolor que parecía partirlo en dos.
—Si le pasa algo… —susurró, antes de girarse—. Si le pasa algo, Evans… nunca te lo voy a perdonar.
Y salió, dejando la puerta abierta detrás de él, como una herida expuesta.
Evans no dijo nada. Solo se acercó.
Pero no me tocó.
Me miró… como si ya no supiera cómo protegerme.