Su mirada me atravesó y, por un instante, el mundo desapareció. Todo el dolor, la culpa, el miedo… se condensó en un solo impulso: necesitaba sentirlo. No podía pensar, no quería entender nada. Solo podía sentir. Mis manos se aferraron a sus hombros, buscando calor, refugio. Cada recuerdo de Mary, cada memoria de mi padre, cada instante de miedo y abandono chocaba con el deseo urgente que me recorría el cuerpo. Era demasiado, y aun así no era suficiente.
Me lancé a sus labios, primero suave, tanteando, luego profundo, desesperado, urgente. Sus labios eran un refugio que borraba todo pensamiento. Cada roce de su mano, cada caricia sobre mi piel me hacía olvidar el pasado, el futuro… todo menos él.
—Solo bésame —susurré con un hilo de voz—. No quiero pensar. Solo quiero sentirte.
Su boca volvió a la mía con intensidad, cada beso borrando una capa de miedo y culpa, encendiendo a la vez hambre, deseo, necesidad. Mi cuerpo gritaba por él, pero mi mente se negaba a aceptar cualquier calma; todo era caos. En un impulso me colocó bajo su cuerpo sobre el sofá, envolviéndome con su calor. Sus labios descendieron a mi cuello, lamiendo, mordiendo, dejando un rastro de fuego y electricidad. De mi boca escapaban gemidos ahogados, urgentes, incontrolables.
Desabroché mi sostén con temblor, y su boca encontró mi piel con hambre y delicadeza, explorando cada rincón de mi cuerpo. Sus manos recorrían cada curva, memorizarme por completo. Todo en él me volvía loca, me derrumbaba y reconstruía al mismo tiempo. Se apartó un instante, se quitó el pantalón de dormir y volvió a mí con movimientos desesperados. Sus labios, sus manos, su calor… estaban en todas partes y yo solo podía dejarme llevar, perderme en él, olvidando el mundo.
El deseo y la ansiedad me consumían. Cada gemido que escapaba de mis labios gritaba lo que no podía decir: "Te necesito, Evans, no me dejes, hazme olvidar todo". Su nombre salió de mis labios en susurros mientras mi cuerpo explotaba en un orgasmo que me dejó temblando, rota y viva al mismo tiempo. Pocos movimientos más y él se tensó, liberándose dentro de mí. Cayó sobre mí, abrazándome, compartiendo el calor y la calma que seguía a la tormenta.
Nos quedamos así, respirando al unísono, cuerpos entrelazados, mientras mi mente intentaba procesar el caos: miedo, culpa, deseo, gratitud… todo mezclado en un huracán de emociones. Por primera vez en días, sentí que estaba viva, que existía solo en ese instante, y que tal vez podría soportar todo lo demás si él seguía a mi lado.
—Allison —rompió el silencio con su voz grave—. Sea lo que decidas, lo que quieras hacer, yo lo respetaré… aunque eso me consuma.
Sus labios rozaron los míos y yo respondí, dejándome arrastrar por su sabor. Mis manos acariciaron su pecho, su cuello. Lo deseaba. Lo necesitaba. Y entonces un ruido seco. Las luces se apagaron. Nos separamos al instante.
—¿Qué fue eso? —pregunté, temblando.
Evans se puso de pie, sujetándome de la cintura. —Ven.
A oscuras, llegamos al cuarto. Cerró la puerta y rebuscó en la mesita de noche. El sonido metálico me heló la sangre: un arma.
—Evans… ¿Qué está pasando?
—Abre la puerta del baño —ordenó, pasando primero y apuntando con el arma.
Mi pulso se descontroló. —Allison —susurró—.
Me tomó de la mano y me arrastró hasta la bañera vacía. Todavía estábamos desnudos. Un vidrio se rompió. Evans cerró la puerta y se volvió hacia mí, apenas iluminado por la oscuridad.
—Escúchame bien: no te vas a mover de aquí, entendido? Yo vendré por ti.
Negué con la cabeza, temblando.
—Shhh… tranquila. Estarás bien. No pasará nada.
Me dio un beso rápido en la frente y salió. Me quedé temblando, sola, desnuda, contando los segundos que parecían siglos. Disparos, voces, una alarma. Y después… calma.
La puerta del baño se abrió de golpe y grité. —Shhh, soy yo —dijo Evans, abrazándome.
—¿Qué… qué…?
—No hay tiempo. Tenemos que irnos.
De prisa me puse la ropa interior, una camisa, un pantalón corto. Evans se vistió rápido, con el arma en la mano. Me tomó y corrimos por las escaleras de emergencia. Dos hombres salieron de las sombras. Evans me cubrió con su cuerpo, apuntando con el arma.
—Eso es estúpido —dijo uno.
—No, lo estúpido es creer que pueden conmigo —respondió Evans, helado.
—Danos a la chica.
Evans sonrió con sarcasmo. —¿Creen que voy a entregar a mi chica?
—No… pero es una lástima. —El otro levantó su arma.
Evans apenas se giró hacia mí y murmuró: —Cierra los ojos.
Lo hice. Los disparos retumbaron, seguidos por su voz fría dando órdenes rápidas. Un tirón, un movimiento brusco, y me sentí colocada en un asiento con delicadeza. Brazos fuertes me envolvieron.
—Ya puedes abrirlos, preciosa —susurró Evans en mi oído.