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Capitulo 50: Culpa...

Cuando Evans entró de nuevo a la habitación yo apenas alcanzaba a envolverme en una toalla. El corazón me seguía latiendo fuerte, como si no quisiera acostumbrarse a la calma. Me quedé parada en medio del cuarto, sin saber qué hacer: seguía asustada, perdida… y encima recordé que no tenía nada para ponerme, solo lo que llevaba puesto.

La puerta sonó y Evans fue a abrir. Un hombre le entregó un bolso y él lo dejó sobre la enorme cama.

—Ali, ropa —dijo con tranquilidad—. Voy a darme un baño, seré rápido. La comida está en la mesita. Si quieres algo más, pídelo, ¿está bien?

Solo pude asentir con la cabeza. Evans entró al baño y yo me quedé sola, con el bolso frente a mí como un misterio.

Me acerqué despacio y lo abrí. Todo era completamente nuevo, lo supe porque las etiquetas seguían allí. Entre la ropa encontré un pantalón corto de algodón verde, perfecto para dormir, y una camiseta blanca de tiras finas. También había unas bragas blancas, tan delicadas que me ruboricé al instante. El pensamiento me atravesó de golpe: ¿acaso esos hombres fueron los que compraron esto? Sentí un escalofrío de horror mezclado con vergüenza.

—Ok, Allison, tampoco exageres… —murmuré para mí misma.

Me vestí con esa ropa nueva y me senté en la cama. La mesa al costado estaba repleta de comida, demasiada para una sola persona, pero el hambre no me acompañaba. Aun así, algo me llamó la atención: una torta de chocolate cubierta de fresas.

Encendí el televisor, lo dejé en un canal cualquiera y, mientras un programa pasaba en segundo plano, probé la torta. El sabor dulce y fresco de las fresas se mezcló con el chocolate suave, y por primera vez en mucho tiempo sentí un respiro, un pequeño instante donde todo lo demás parecía lejano.

Evans salió del baño con una toalla atada a la cintura. Tenía el cabello húmedo y una ceja levantada.

—¿No vas a comer? —preguntó, con voz serena.

—En realidad no tengo hambre —respondí.

—Allison, tienes que comer algo.

Levanté la porción de torta que tenía en la mano, pero él me lanzó una mirada de reproche.

—Eso no es comida, Allison.

Suspiré y la dejé a un lado.

—¿Quién… quiénes eran esos hombres? —pregunté al fin, con la voz quebrada.

Evans rebuscó en la maleta y sacó un bóxer negro y un pantalón largo de dormir.

—No tienes que preocuparte por eso —fue lo único que dijo mientras comenzaba a vestirse.

—Evans… estoy cansada de mentiras.

Él soltó un suspiro, dejó la toalla sobre una silla y se acomodó a mi lado en la cama. Yo me acurruqué, subiendo mis piernas sobre las suyas, buscando calor.

—No sé quiénes eran —dijo mientras acariciaba con suavidad mi piel desnuda.

Un escalofrío me recorrió el cuerpo y me tensé.

—No tienes que preocuparte, Allison. Yo me encargaré de todo.

Tragué saliva.

—¿Mary… ella está bien?

—Sí —respondió él, sin dudar—. Todavía sigue en el hospital.

Sentí cómo mis ojos se llenaban de lágrimas.

—¿Crees que… que algún día pueda perdonarme?

Evans me rodeó con sus brazos.

—Allison, no tienes que pedir perdón. Nadie tiene que perdonarte nada. Lo que pasó no fue tu culpa. ¿Acaso no lo ves? Tú no elegiste nada de lo que ocurrió.

Un sollozo se escapó de mis labios.

—Sí tuve la culpa… —susurré.

Él suspiró, pero antes de que pudiera responder lo interrumpí.

—¡Sí la tuve! Aunque no quieras verlo, yo soy la responsable. Si yo hubiera hablado de ese… ese monstruo, nada de esto estaría pasando. Si hubiera llamado a la policía… Mary nunca habría sido secuestrada.

Evans se levantó con fuerza, se sentó frente a mí y tomó mi rostro entre sus manos, obligándome a mirarlo.

—Escúchame bien, Allison. No quiero verte atormentada por eso. Tú no tienes la culpa de las personas enfermas que existen en el mundo. No eres responsable de las locuras que hizo tu padre, ni mucho menos del padre de Mary.

Sacudí la cabeza, llorando, pero él no me soltó.

—Además —continuó—, si Mary fue secuestrada no fue por ti. Fue porque esa rata de su padre debía salir de su escondite.

Me quedé helada.

—¿Qué…?

Evans bajó la mirada, como si hubiera dicho más de lo que debía.

—Hay cosas detrás de todo esto que nunca vas a entender del todo… y tampoco tienes que saber. Pero grábate esto en la cabeza: tú no tienes la culpa de nada.

Me quedé en silencio después de esas palabras. Su voz sonó tan firme, tan segura, que por un momento quise creerle… quise aferrarme a esa certeza que él cargaba como si pudiera sostenerme a mí también. Pero dentro de mí había un peso, una culpa que no me soltaba.

—¿Cómo puedes estar tan seguro? —susurré, con la garganta apretada.

Evans me miró de una forma que me desarmó. Sus manos aún sostenían mi rostro, y podía sentir el calor de su piel contra la mía. No apartó los ojos, como si quisiera obligarme a ver la verdad a través de los suyos.

—Porque yo lo sé —dijo, tan simple, tan rotundo.

Tragué saliva y aparté la mirada. Mi pecho subía y bajaba con dificultad. Me odiaba por sentirme débil, por dejar que mis pensamientos me aplastaran, pero también me odiaba por necesitarlo tanto a mi lado.

—Mary… —mi voz tembló—. ¿Y si nunca vuelve a mirarme igual? ¿Y si me odia?

Él me abrazó con fuerza, y por primera vez en mucho tiempo me sentí pequeña, vulnerable, pero también protegida.

—No tienes que cargar con eso, Allison. Nadie puede odiarte por algo que no hiciste.

Quise creerlo, pero en el fondo sabía que la herida estaba abierta, y que tarde o temprano Mary me recordaría todo lo que había callado.



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Editado: 15.09.2025

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