Un ruido me arrancó del sueño. Abrí los ojos justo cuando Evans se movía a mi lado; el sol se filtraba apenas entre las cortinas, iluminando la habitación con un resplandor tenue que no lograba disipar la tensión que me recorría la piel.
Él tomó el teléfono de la mesita de noche y contestó con voz firme, sin titubeos.
—Voy para allá.
Colgó de inmediato. No hubo explicaciones. No hubo tiempo para dudas.
—Allison... —su mirada se clavó en la mía—. Es hora.
Besó mi frente con un toque urgente y se puso de pie. Sus movimientos eran rápidos, decididos, y mi corazón se aceleró solo al verlo así.
—¿Hora de qué? —pregunté, aunque ya sentía la respuesta en cada fibra de mi cuerpo.
—Nos vamos —respondió, con esa determinación que no dejaba espacio a réplica.
El silencio que siguió fue eléctrico. Lo entendí al instante: Evans debía asumir lo que le pertenecía, ese imperio oscuro que nos arrastraba a ambos, y yo estaba atrapada en su mundo, inevitablemente.
Pero mis piernas no respondían; el miedo me clavaba en la cama, congelándome.
—Allison... —su voz me alcanzó de nuevo, firme, suave, y cargada de necesidad.
—Yo... —mi voz se quebró, ahogada por un nudo en la garganta.
Él se inclinó hacia mí, la dureza de su mirada suavizada por un deseo que me quemaba.
—Te lo dije —murmuró, su voz un hilo que me atravesó—. No pienso obligarte a nada. Lo que decidas, lo aceptaré.
Tragué saliva. Cerré los ojos un segundo y, cuando los abrí, mi decisión estaba tomada.
—Sí quiero.
Evans me miró como si quisiera grabar esas palabras en su piel. Sus labios se curvaron en una mezcla de alivio y hambre contenida.
—Solo tengo miedo... —susurré, con el pecho ardiendo—. Evans, yo te quiero... y no quiero separarme de tu lado.
Se sentó junto a mí, sus manos recorriendo mi rostro con delicadeza, y un estremecimiento recorrió mi cuerpo.
—Allison... —susurró, con voz ronca, cargada de promesa y necesidad—. Te amo. Te prometo que estarás bien. Te protegeré, aunque tenga que dar mi vida por ti.
Un nudo me apretó la garganta. Apenas pude responder:
—Ese es el problema... —mis ojos brillaron—. No quiero perderte, Evans.
—No me vas a perder... —su voz se mezcló con el roce de sus labios sobre los míos, primero suave, luego con hambre—. Estaré contigo siempre, preciosa.
El beso se volvió intenso, desesperado, profundo. Lo acerqué a mí, mis manos enredadas en su cabello, tirando de él con urgencia, aferrándome como si mi vida dependiera de eso. Sus gemidos roncos vibraban contra mis labios y mi cuello.
Sus manos subieron a mi espalda y me atrajeron con fuerza, pegándome a su pecho. Cada movimiento suyo era reclamatorio, cada roce, posesivo. Sentí cómo nos consumíamos en ese instante, sin miedo, sin nada más que nosotros.
—No sabes cuánto te necesito... —su voz me atravesó como fuego.
Su boca descendió a mi cuello, besando, mordiendo suavemente, marcando, reclamando. Mis manos se movieron por su torso, buscando su contacto, sintiendo cada músculo tenso, cada latido.
—Yo también... —susurré, sin aliento—. Hazme sentir que no vamos a desaparecer...
Sus labios volvieron a los míos con un hambre desesperada. Su lengua buscaba la mía, sus manos recorrían mi cuerpo, prendidas de mí como si fueran cadenas. Me moví con él, primero lento, luego con urgencia. Cada suspiro, cada gemido, cada roce nos unía más, nos consumía más.
Nos hundimos en el calor del otro, olvidando todo excepto este instante, esta necesidad pura y urgente de estar juntos, de fundirnos en uno solo. Sus manos me atrapaban, sus labios me devoraban, y yo no hacía más que responder, abrazarlo, reclamarlo, perderme.
—Te amo, Allison —murmuró, entrecortado, con voz ronca, acariciándome la espalda, el cuello, el rostro, con cada gesto reclamándome.
—Te amo, Evans —respondí, con lágrimas mezcladas con sudor y deseo—. Pase lo que pase...
Nos quedamos así, fundidos en un solo cuerpo, respirando al mismo ritmo, conscientes de que aquello era la última explosión de nosotros antes de que la tormenta nos arrastrara por completo.