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Capítulo 58: La advertencia.

—Volveremos a vernos, Allison —dijo con voz grave, alejando el cigarrillo de la boca. El humo formaba una línea fina que se desvanecía frente a la ventana—. Es extraño estar en esta casa sin él, ¿sabes? Tu padre fue un gran hombre... dentro de lo que cabe.

Su voz me heló.
No podía moverme. Estaba todavía en el suelo apoyada en la pared, temblando, sintiendo que el suelo se hundía bajo mis pies. Él dio un paso hacia mí y me tomó del brazo, obligándome a ponerme de pie. Su tacto me quemó.

—Estás pálida, ¿te encuentras bien? —preguntó mientras me observaba, sus ojos buscando algo en mi rostro.
Quise responder, pero mi garganta estaba seca. Las palabras no salían. Quise gritarle que se largara de mi casa, de mi habitación, de mis recuerdos... pero nada.

—Te estarás preguntando qué hago aquí —dijo, como si me leyera la mente—. Quería hablar contigo... sin tu nuevo guardaespaldas cerca.

Guardé silencio, apretando los puños.

—Sé que te vas —continuó, dándole otra calada al cigarrillo—. Y aunque quisiera decir que no me importa... me importa mucho, Allison. Porque eres la hija del hombre que fue mi amigo, y la amiga de mi hija. Sé que Mary no te ha permitido verla, pero no es contigo con quien está molesta. Está molesta consigo misma... y conmigo.

—No me interesa —logré decir con la voz temblorosa, pero firme.

—Debería interesarte —replicó él, acercándose un poco más—. No puedes irte con ese muchacho. Tienes que alejarte de él, ahora.

Mi cuerpo reaccionó al instante. Me aparté de un tirón.

—No lo haré —dije, con una seguridad que apenas sostenía el miedo—. Me quedaré con él. Siempre.
¿Usted cree que porque es el padre de Mary tiene algún derecho sobre mí? Por su culpa mi padre está muerto. ¡Por su culpa mi vida se volvió un infierno! —grité, sintiendo cómo la rabia subía como un fuego por mi garganta—. ¡Usted tiene la culpa de toda esta mierda!

Él apretó la mandíbula, pero no se movió.

—Estoy intentando salvarte, Allison —susurró con una calma peligrosa—. No entiendes nada todavía.

—¡NO! —grité retrocediendo—. Usted no es nadie para presentarse en mi casa, entrar a mi habitación y decirme con quién puedo o no estar ¡Aléjese de mí!

Él dio un paso más, y en su voz sonó una sombra que me hizo estremecer.

—No lo entiendes, Allison. Evans es un buen muchacho... pero solo porque aún no está completamente podrido.
Cuando lo esté, nada podrá volver atrás. Crees que vivirás un cuento de hadas, que podrás ver a tu hijo lejos del peligro... pero te equivocas.
—¿Qué...? —balbuceé.
—Tu padre no murió para esto —continuó, sin dejarme reaccionar—. Él trató de mantenerte fuera, pero Evans... —hizo una pausa, sonriendo con tristeza—, él pertenece a un mundo que no perdona, y tú estás caminando directo hacia él.

Mi respiración se rompió.
—¿De qué está hablando...? —susurré.

—¿De verdad crees que sabes quién es Evans? —preguntó, y sus ojos brillaron con una mezcla de lástima y cinismo—. No conoces ni la mitad, Allison. No sabes de dónde viene, ni lo que ha hecho para tenerte a su lado.
Lo miré sin entender, mi corazón golpeando tan fuerte que dolía.
—Usted solo miente... —dije en voz baja, más para convencerme a mí misma que a él.

Él sonrió apenas.
—Cuida a ese hermoso bebé —dijo con un tono extraño, como si sus palabras pesaran más de lo que debía—. No todos los niños tienen la suerte de nacer fuera del fuego.

—¿Qué...? ¿Qué quiso decir con eso? —pregunté, pero él ya se movía hacia la ventana.

—No cometas el mismo error que tu padre —fue lo último que escuché antes de que desapareciera entre las sombras.

—¡Allison! —la voz de Evans rompió el silencio—. ¡Allison, ¿estás bien?!

Escuché sus pasos acercarse corriendo por el pasillo. En un segundo estaba allí, mirándome con el rostro tenso, sus manos recorriendo mis brazos, mi cara, mi cuello.

—Escuché un grito, ¿qué pasó? —preguntó con la respiración agitada.

Negué con la cabeza y lo abracé con fuerza, escondiéndome en su pecho.
—Me asusté... —murmuré apenas.
—Pensé que te había pasado algo —susurró él, apretándome más fuerte contra su cuerpo—. Te llamé y no respondías.

Cerré los ojos.
Sentí su corazón golpear contra el mío, constante, firme, y por un instante quise creer que nada de lo que aquel hombre dijo era cierto.
Pero su voz seguía resonando en mi cabeza, repitiendo esas mismas palabras...
"Cuida a ese hermoso bebé.



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Editado: 24.10.2025

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